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Vladimo apunta con el arco de tiro, haciendo su violín electrónico las veces de flecha.
Una atalaya sobre la cuerda

Una atalaya sobre la cuerda

Vladimir Ljubimov, primeros violines de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León

Victoria M. Niño

Lunes, 27 de abril 2015, 12:42

Todos los músicos de la sección de cuerda de la Sinfónica de Castilla y León rotan. Cada semana avanzan un puesto, en una suerte de democracia circular válida para el escenario y para el calendario laboral. Todos, menos Vladimir Ljubimov. Sobrelleva una antigua lesión de espalda con una silla ergonómica que sumada a su generosa altura impedía ver a los compañeros, así que aceptó un sitio fijo sobre la última plataforma. Desde esa atalaya domina toda la sección transversalmente.

Vladimo, como el serbio Nebojsa, dejó su país y cuando vuelve lo hace a una versión reducida de aquel. Salió checoslovaco y ahora es solo checo. No le gusta la división política, «después de 20 años supimos que se hizo por dinero». Aunque relativiza su nacionalidad, siempre al albur de los movimientos fronterizos de alemanes, polacos, austriacos y rusos que han ido nombrando las ciudades bohemias en sus respectivos idiomas, la encuentra en las montañas. Hijo de ruso y de eslovaca medio rusa, busca el eco de los Cárpatos en los pinares, en los humedales, en los caminos de Castilla.

Nació en Praga, esa ciudad de cuento y de películas de espías. Pero la abandonó pronto, por el traslado familiar a Presov, en Eslovaquia. El violín fue una obligación impuesta por su padre, profesor de Historia de la Música en la Universidad. «A mí me gustaban los Beatles, ir al bosque, subir a los árboles, hacer fuego, ser un hombre primitivo, lo que soy. Pero hasta los 14 años fue una machacada con el violín. Todo cambió con un profesor con el que me gustaba tocar».

De Presov a Kosice y de allí a Praga. «Es una ciudad tan bonita, la disfruté cuando era estudiante y cada vez que vuelvo. Había un nivel muy alto y venían muchos extranjeros a estudiar, porque además era muy barata la estancia en residencias de habitaciones compartidas y la comida». Ni Kafka ni Mahler son productos nacionales para Vladimo. «Hubo un tiempo en el que Praga tenía muchas esferas. Ellos pertenecen a la alemana». Sí reconoce como checo de pro a Milan Kundera. Completó su formación en Zurich con Nathan Milstein, eslabón en la cadena de maestros de la música europea.

A finales de los ochenta hizo una prueba en Bratislava para la Orquesta de Málaga y la aprobó. «En aquel momento todos querían salir. Muchos viajaban sin familia a ganar dinero para poder comprar una casa y un coche a la vuelta. Yo vine con mi familia, tenía dos críos de 3 y 6 años. Málaga era demasiado relajante para educar niños. Así que en el viaje de vuelta hacia el norte, probé en la de Castilla y León».

Conciertos caninos

Justifica con humor su elección; «mejor pronunciación, más seriedad, diferente clima».Aquí sí podía «machacar» a su prole. «No me gustan las cosas fáciles, cuanto más difíciles, más superación y más satisfacción», dice bajito este sufridor de los oídos. «Me midieron y mi límite crítico son los 120/130 decibelios». Así que tiene tapones de silicona para el trabajo, para la piscina, para la bici, para dormir. «Hasta Tchaikovsky, Brahms y Dvorak lo llevo bien, la música posterior de mucho cambio de armónicos ya no puedo, tengo que ponerme tapones». Para este andarín campestre el oído es la orientación fundamental. «Un chasquido de una rama, un pájaro, un coche, el oído te avisa, y ahora la gente lleva cascos».

La música sinfónica la alternó en su día con la de cámara y la docencia. «Ahora el cuarteto Corda-Vent está en stand-by». También él, que se recupera de una reciente doble paternidad, acostumbrado a que los hijos llegaran de uno en uno, esta segunda familia le ha pillado desentrenado. Ha puesto a la bici dos transportines y lleva a sus gemelos por la ribera del Pisuerga.

«Me gusta cuando no entiendo nada de algo y me empeño en desentrañarlo. Por ejemplo, las partículas subatómicas y su movimiento ¿qué determina la materia? Hemos creado el CERN para pillar la partícula de Dios». Los ojos de Vladimo están en constante estado de perplejidad. Domina el idioma a pesar de la engañosa ralentización de sus palabras.

Desde hace 14 años es profesor de Juan Antonio Fernández, de la bodega Liberalia. «Dice que es para no embrutecerse, ya es una relación de amigos. Estamos pensando en hacer conciertos para perros guía de ciegos y para los que serán sacrificados. Estamos considerando Mozart, se supone que eleva el alma al cielo», ríe.

La vocación de Tarzán sigue latente. Quisiera escalar como los gecos,«tienen unos pelillos capaces de penetrar en la superficie a la que se agarran que han inspirado un pegamento».

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