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Joaquín Sabina en uno de los conciertos de su gira '500 noches para una crisis'.
El poeta del whisky sin soda

El poeta del whisky sin soda

Acudir a un concierto de Joaquín Sabina es una garantía de diversión. El propio cantante incita a saltar, cantar, dar palmas, «¡qué no se os oye, coño!»

Alfredo Gómez

Jueves, 19 de marzo 2015, 08:09

Hasta las suelas de mis zapatos te echan de menos, escribió Joaquín Sabina a Jimena. Y claro, Jimena, como icono de todas las mujeres, acabó envuelta por esas letras que saben a música, como los besos que saben a amor verdadero. El cantante, el músico, el poeta al que le gusta el whisky sin soda y el sexo sin boda siempre ha dado rienda suelta a las querencias del corazón para plasmarlas en forma de canciones. Las batallas de un corazón le han llevado de folio en folio, de mujer e mujer, a expresar unos sentimientos que después se han convertido en himnos generacionales. Porque no es raro ver en los conciertos del cantante andaluz a veteranos que ya se lo pasaban bomba con 'La Mandrágora', junto a sus hijos e incluso nietos, como ha sido el caso de sus últimas visitas a Valladolid, sobre todo en el concierto en la plaza de toros junto a Joan Manuel Serrat.

Años atrás no era extraño ver a Sabina por los bares de la ciudad tras alguno de sus conciertos. Sin los ataques de estrella que sufren muchos músicos que todavía están a la altura del betún. Es un cantante querido y defendido a muerte por sus incondicionales y casi despreciado por quienes nunca han llegado a entender sus mensajes. Amor y odio, como muchas de las miradas que se cruzan los amantes.

Cada vez que un disco de Joaquín Sabina se pone en el mercado, sus fieles seguidores ya están haciendo cola y, sobre todo, ya están esperando las fechas de su gira para acudir a los conciertos. Porque los discos son recuerdos íntimos que se guardan con mimo, que se ponen y vuelen a poner de forma casi obsesiva. Aunque nos sepamos de memoria las canciones, aunque algunas nos lleguen incluso a rechinar, acabamos coreando los estribillos en solitario, como una especie de ritual de entrenamiento para corearlos en masa durante los conciertos.

Acudir a un concierto de Joaquín Sabina es una garantía de diversión. Desde la propia puesta en escena hasta el repertorio, que siempre es lo más importante. Esa mezcla de canciones nuevas con viejos temas legendarios. Guitara y voz en la intimidad, junto a su banda de fieles músicos encabezados por Panchito Varona y Antonio García de Diego. Años y años tocando y años y años gozando.

El mérito de Sabina es que tanto las canciones lentas que hablan de amor y desamor, como las más rockeras, gustan por igual. Que la gente se entrega para disfrutarlas. Los que tienen pareja 'amarraítos' y los solitarios recordando lo que pudo haber sido y no fue. El propio cantante alimenta el espíritu de unos y de otros con sus flases canallas y sus poses llenas de ironía. Incita a saltar, cantar, dar palmas, «que no se os oye, coño». Para qué quieres más cuando vas a ver a uno de tus favoritos.

Y también desprecia a los que merecen ser despreciados, a quienes han enterrado de forma tan miserable el derecho de tanta gente a vivir dignamente, el derecho a ser feliz. También con una mirada crítica hacia una sociedad adormecida que se ha dejado meter mano sin apenas rechistar.

El amor y las mujeres

El amor y las mujeres, los amigos y la vida son las señas de identidad de un cantante que admira a los poetas, de un hombre que ama a las mujeres, que traslada sus sentimientos a sus versos, que se acerca con un susurro para que no olvidemos que el amor es un motor que hace crecer el mundo. Y también para que estemos un poquito al loro, no sea que un despiste o en un rebote, nos vaya a birlar a la chica que tenemos al lado.

Aunque el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos, como dice su amigo Pablo Milanés, y aunque quizá ya no esté para demasiados trotes, al menos físicos, conviene estar al loro porque las canciones de Joaquín Sabina embriagan como el vino y las rosas. Siempre queda la duda de si esas letras que canta con una sonrisa pícara son recuerdos de miles de noches de verano -y de invierno- o son las fábulas de quien imagina historias inalcanzables que sólo habitan en su imaginación.

¿Y qué más da? Lo importante es si llegan o no al corazón. Y en ese terreno, Sabina se mueve como los peces de hielo en un vaso de whisky. Solo por extrañas razones que muchas veces nadie acierta a comprender, ni a explicar, esas canciones tocan la fibra más íntima. Nada importa si esos sueños se desvanecen más temprano que tarde, si duran poco, mucho o nada. Importa la pasión, haber sido felices ese ratito que nos regala en cada canción.

Aquel flaco de voz aguda que vagabundeaba por las calles madrileñas, cuando los bares estaban a punto de cerrar, es ahora un señor mayor con sombrero y voz cascada que recibe a sus amigos en casa a la hora de café, junto a su inseparable Jimena. Con el paso de los años, todo cambia en la vida. También el amor, pero los sentimientos siguen intactos.

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