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Carmelo, un clarinetista que sabe mucho de pianos. Nacho Carretero
Antes músico que hortelano

Antes músico que hortelano

Carmelo Molina, Clarinete solista

VICTORIA M. NIÑO

Lunes, 2 de marzo 2015, 13:49

La música siempre estuvo presente en su casa con un padre trompa, un hermano trombón y otro tuba. Pero la vocación no se manifestó hasta conocer el plan b paterno caso de que el tercer Molina se alejara del clarinete: «Te vienes conmigo al campo», le dijo. Aquel verano Carmelo madrugó tres semanas y, tras constatar cuán bajo crecían los pimientos, no lo dudó, quiso ser músico. Y acertó. Como un malabarista que mantiene en movimiento varios platos chinos, así le pasa al inquieto solista de la OSCyL, también docente y fenicio servidor de instrumentos.

La cuarta hermana llegó tres lustros después y le fue asignada la flauta. «Mi padre tenía una banda que ensayaba en la terraza de casa, de la que han salido varios músicos profesionales, y creo que nos fue dando instrumentos según sus necesidades». Aquello transcurría en Santomera, municipio a pocos kilómetros de Murcia capital. Iban al conservatorio los tres hermanos con sus estuches gigantes, en una furgoneta. La llamada del fútbol era atendida con la pertinente picaresca de un Carmelo que controlaba la vuelta del progenitor. «Para cuando él llegaba, allí estaba yo estudiando como si llevara toda la tarde. Luego, cuando fui profesor de grado elemental, les ponía trampas a los niños, papelillos en la funda. Llegaban a clase sin haber sacado el clarinete en toda la semana. Me las sabía todas porque yo había pasado por ellas».

Las cajas de cañas, la lengüeta que se coloca en la boquilla del clarinete, se confundían con las cajas de tabaco en el instituto. «La lengüeta es una cruz porque dependes de la caña, de los cambios del clima, no responden igual.Pero la suerte del clarinete y del saxo es que necesitan lengüetas simples y las que se fabrican son buenas». El sonido «peculiar, bonito» del clarinete compensa sus condicionantes. «El clarinete y la flauta son los instrumentos más atractivos del viento-madera».

A Carmelo le abrió camino en la profesión su hermano trombonista, que tocaba en la Orquesta Ciudad de Valladolid. «Me avisó mi hermano y ya había echado mi solicitud. Vine a la audición, me llevó Carlos Rubio. Cuando me dijeron que había a aprobado, les pregunté si estaban realmente seguros». La respuesta fue afirmativa y a sus 19 años era clarinete solista. «Esto de las audiciones depende mucho del día que tengas tú, el que tenga el tribunal, que lo que haces coincida con sus preferencias...». Durante su primer año pasó más tiempo en la cama que tocando, «nunca he tenido tanto frío como en aquel piso que me buscaron los amigos de mi hermano al final de las Delicias». Luego se fueron sucediendo las temporadas. «Ser solista es cansado y quise probar la docencia. En el año 2000 saqué la plaza para dar clase en grado medio, tuve que dejar la orquesta un año para ocuparla y luego seguí a medias.Después saqué las del Superior, y doy clase en Salamanca». Trabaja media jornada en el conservatorio y en la OSCyL. «Dar clase te permite aprender del alumnado. Dicen que soy duro, en realidad, intento sacar lo mejor de ellos, lo que pasa es que ahora los chavales lo tienen todo más fácil. Hacen la carrera un poco por inercia, por el título más que por pasión. Me río cuando oigo las excusas para saltarse una clase. Me molesta la falta de imaginación, si quieres pirártela, al menos invéntate algo trabajado».

Las ausencias de los alumnos le permiten estudiar sus programas. «Para tocar en la orquesta necesito siempre dos clarinetes; uno en Si bemol y otro en La. Por ejemplo en el último Mahler que tocamos (Segunda sinfonía), si la obra dura 1,30 minutos, 1,20 es con el clarinete en Si bemol y diez minutos con el otro. Me gustan los compositores pero ¿no me digas que no son ganas de tocar las narices? En otras obras es un calvario eso de cambiar de instrumento cada 20 compases porque está en una tonalidad distinta». Con la experiencia ha aprendido a adelantarse, aún así a veces el cambio no llega a tiempo. «Una vez se me saltó una llave en mitad de un solo y rápidamente cogí el clarinete de mi compañera, Laura. Eso también les pasa a los violines cuando se les rompe una cuerda».

El tercer platillo que mueve este malabarista musical surgió hace 12 años al intentar comprar un clarinete en Valladolid. «Se me cayó el alma a los pies cuando me preguntaron qué era aquello. Vi que hacía falta alguien que supiera lo que vendía. No puede ser que te venga alguien que acaba de empezar y le coloques un instrumento de 10.000 euros cuando con uno de 400 lo puede solucionar. Había cierto monopolio». Así nació Ébano, su tienda. «Luego me especialicé en pianos, Iñaki Coello me convenció. También desde aquí puedo defender a los vientos e intento ayudar a los padres que, como siempre, quieren lo mejor para sus hijos, pero algunos están desorientados». Le gusta el trato con la gente, se reconoce «un poco fenicio. Hasta he llegado a vender coches y casas de mis compañeros de la orquesta, me gustaba ese mundo hasta que puse la tienda. Me he llevado muchas decepciones con la gente, desde que te piden un piano de un color que les vaya con los muebles del salón sin probarlo siquiera hasta que les das todas las facilidades para alquilar y se desentienden del porte». En su tienda se da cita para probar los instrumentos, «es indispensable porque por bueno que sea, lo que le vale a un músico no es para otro. Por ejemplo yo soy de Buffet, para mí es el mejor fabricante, en cambio mis compañeros prefieren Selmer. Es algo muy particular, hay que elegir con el que estés más cómodo». Pero ni pianos, ni clarinetes, el instrumento más solicitado es el gong.

A los tres cuartos de hora de conversación, aparece el acento murciano, alguna s se pierde. Aunque sigue prefiriendo la cerveza al vino, reconoce que «me gusta el lechazo, la carne de aquí es muy buena». Lector de su paisano Pérez-Reverte, motero asiduo de Pingüinos, corredor de medias maratones, aparcó su Suzuki «pintona, de ligar», y lo demás tras la llegada de sus hijos. Con ellos ha comprobado la diferencia entre las procesiones con Salzillo y con Gregorio Fernández. «Llevas a un niño a una procesión en Murcia y te pide más, porque son fiestas. Les dan chuches, monas, huevos. Debe venir de cuando las gentes de los pueblos iban a la capital a verlas procesiones y los residentes les daban de comer. En cambio, aquí son silenciosas y solemnes». Prefiere el silencio de los pinares, «esto es más difícil de encontrar en mi tierra, demasiado asfaltada».

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