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Victoria M. Niño
Lunes, 9 de febrero 2015, 13:03
Es un corredor sin nostalgia, que llegó muy pronto al mercado laboral y ha ido desacelerando la marcha, tranquilizando el ritmo, encontrándose en el fondo tras vivir la velocidad. Emilio Ramada, benaguacilero de Valladolid, llegó a la meseta en 1993, «en la primera ampliación de la Sinfónica de Castilla y León, cuando convocaron la plaza para pasar de dos a tres trompetistas». La OSCyL daba el paso para abordar el sinfonismo del XIX y del XX, creciendo en músicos y sonido.
Valenciano de interior, comenzó a solfear por un amigo, «su hermano fue flautista en la Orquesta Ciudad de Valladolid y ahora está en La Haya». El animador, la liebre, se retiró y Emilio quedó prendado de la trompeta. «No sé por qué pero me parecía un instrumento masculino, en cambio el chelo me resultaba femenino. Tenía un amigo que lo tocaba y yo estaba convencido de que era gay. Es curioso, porque el violín no lo identificaba propio de chicas». Trompeta en mano inició su camino de satisfacciones y renuncias.«Me gustaba mucho tocar pero tuve que dejar el fútbol pronto, no podía ser tantas clases y entrenamientos. Aunque caso de haber sido futbolista, a estas alturas estaría en paro», sonríe. Lo que si mantiene es la afición, es del Barça y del Valladolid. «Me gusta saber lo que hace el equipo de mi entorno, y ya llevo aquí más tiempo del que estuve enValencia. Lo del Barça fue por llevar la contraria a un amigo que era del Real Madrid, para poder discutir. Era el Madrid de Cruyff, lo ganaba todo, esto va por rachas y los niños son del equipo ganador».
Benaguacil cumple la norma levantina. «Lo bueno es que la música se ve allí como un posible medio de vida mucho más normalizado que en el resto de España, al menos entonces antes del boom de las orquestas. Es algo familiar, cercano. Pero por otro lado, hay cierto fanatismo por la banda, la mía es mejor que la tuya, mi hijo toca mejor que el tuyo.Después hablas con la gente, les preguntas qué conocen de Beethoven, a qué concierto han ido o qué escuchan en casa y no salen de la banda. No les interesa tanto la música como el virtuosismo personal y la banda como algo social, igual que en otras partes ocurre con la peña». Por eso hay muchas personas que tienen la música como hobby, «como actividad complementaria después del trabajo. Allí el 80% de los niños comienzan a estudiar música, aunque luego lo dejan por el camino. No es fácil llegar a ser profesional». Esa es la razón de que los valencianos dominen el viento de las orquestas, «no es que seamos mejores, es que somos más». En su pueblo hizo el grado elemental y el medio. Después, a Valencia capital.
«Antes de terminar mis estudios superiores, con 17 años, me contrataron en la Orquesta de Galicia. Había una plaza vacante y mi profesor me animó. No gané pero fui el mejor español y me hicieron un contrato de seis meses. Se me daba bien, con 16 estaba en la JONDE. Quizá fue todo muy pronto, luego vine aquí con 19, ya llevo 21 años». Emilio aún no había terminado la carrera cuando venció el contrato en Galicia e hizo la prueba en Valladolid. «Me cogieron a la primera», recuerda quien cada quince días iba a Valencia a continuar estudiando. «Tuvimos mucha suerte porque nuestro profesor era amigo del catedrático de trompeta del Conservatorio de París, un centro muy prestigioso. Pierre Thibaud se acababa de jubilar y accedió a venir a a darnos clases particulares en Valencia. Eso era más fácil que ir todos los alumnos a París. Fueron dos años muy fructíferos». Estudiaron fuera sin moverse de su conservatorio.
Quinteto de metales
Echando la vista atrás a aquellos años de kilómetros, estudio y trabajo, Ramada ve «cierta precipitación. Tenía conocimientos técnicos, pero me faltaba madurez personal para afrontar la vida». Cambió demasiado pronto el ambiente estudiantil y el nido familiar por el laboral.
En Valladolid tuvo su silla sinfónica, en seguida logró una de cámara y fue profesor del Conservatorio durante once años, «hasta la incompatibilidad». Como docente se sorprendía de que «muchos padres llevaran a los hijos a clase de trompeta como quien va a kárate. Algunos no entendían que había que ir con la lección estudiada durante la semana».
Disfrutó con la transmisión de conocimiento, con el homenaje a sus maestros siéndolo él también, hasta que la ley impuso otras reglas del juego. «Ahora se da la contradicción de que las clases instrumentales las imparten profesores que no tocan, aprobaron una oposición pero no tienen carrera musical. Es un problema de la educación española. ¿Cómo va a enseñar medicina o derecho alguien que no lo ejerce? Un músico en activo tiene que tocar ante el público y los alumnos deben aprender de ellos». Tiene un hijo de cinco años al que espera no le atraiga la trompeta. «Será elección suya, pero no me haría mucha gracia. Sé de amigos que se toman tranquilizantes para dar clase a sus hijos. Creo que no es bueno».
Siete trompetas
Este miembro del Quinteto de Metales, el ensamble más antiguo de la OSCyL, trabaja con siete trompetas. «Es un instrumento barato, por eso compras más. Eso que yo no he llegado a la locura de tener la de una misma tesitura en varias marcas». En la OSCyL utiliza sobre todo dos, la de pistones la más moderna, el resultado de los avances técnicos de Sax, entre otros luthiers y la alemana «o de cilindros, para Beethoven o Mozart, para el clasicismo, de Brahms hacia atrás. Tiene un sonido más oscuro, penetrante, con vibrato. Los cilindros la acercan al timbal. Usamos la de pistones para el final del XIXy el XX. Cada una empasta mejor con el resto de la orquesta en su repertorio». Los tres trompetistas de la OSCyL utilizan la misma en cada caso, «no hace falta ni hablarlo». También tiene una corneta y una trompeta piccolo, «con cuatro pistones, una octava más aguda para tocar el repertorio barroco. Entonces se componía mucho para trompeta pero era difícil con sus posibilidades técnicas.Ahora el instrumento ha evolucionado mucho». En ese repertorio temprano es en el que le gustaría pararse un poco más. «En la OSCyL hemos hecho de todo, pero Haendel y Bach muy poco», dice quien no le dio nunca al jazz, «no me dice mucho. Escucho a Marsalis y bien, pero creo que no es lo mío. Para ser bueno en jazz hay que trabajar también mucho, no es tan fácil».
Corredor de fondo, cambió los tacos por las suelas de gel para trotar por los pinares. «Puede llegar a ser adictivo. Estás tres días sin correr y sientes que te hace falta. Es competitivo y creo me pasé un poco». La voz de alarma se la dio su rodilla, así que ha suavizado la rutina. Sus últimas medias maratones son de 2013. «Ahora me lo tomo más tranquilo, lo compagino con pesas y lo uso para desconectar». El pequeño Diego y la rótula marcan el ritmo de Ramada fuera del escenario.
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