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Victoria M. Niño
Sábado, 13 de diciembre 2014, 18:55
Kassel era demasiado gris y plomiza. Su amigo trompetista le recomendó la prueba para una orquesta española, un país que le iba bien a su carácter, «como Brasil o Argentina». Lo único que Eduard conocía de España eran las ofertas de una semana de playa en las agencias turísticas alemanas. Y fue a Stuttgart a la audición que convocaba Max Bragado. En 1999 este violinista vino «para uno o dos años, pero fue mucho mejor de lo que esperaba. Mis padres residen en EE UU, me dicen que vaya. He vivido en Albania, en Grecia, en Alemania, aquí estoy contento».
Es el albanés de la Sinfónica de Castilla y León. «En todas las orquestas europeas hay uno», dice Marashi, hijo de la generación del desencanto comunista y de una familia que miraba a Occidente. «La única manera de estar en la elite era a través de la música o el deporte. Había más deportistas entre mis parientes, pero el primo favorito de mi madre era violinista. Así que me llevaba a oírle y cuando cumplí los seis años me metió en la escuela de música, que tenía un enfoque profesional desde el primer año con el método ruso». El fútbol le tiraba y su tío preferido llegó a ser el mejor árbitro de Albania. Cuando su madre dejó de insistir en la música, comenzó su padre. «Mi profesor era amigo suyo. A fin de cuentas, yo no era tan buen futbolista».Así que Eduard a la música y su hermano, al deporte.
«Cuando éramos adolescentes, nuestra orquesta hizo una gira por Francia y mi padre me dijo: no me importaría que no volvieras. Yo le pregunté si no le preocupaban las represalias sobre la familia, y el me contestó que no pasaba nada, que esto se está acabando. Era anticomunista, como la familia. Otro de mis tíos pasó 18 años en la cárcel por mostrar simpatía hacia Occidente».
Luego emigraron a Grecia unos meses y de allí, a Alemania. Marashi fue sumando idiomas y dejándolos en la papelera del desuso. El alemán diluyó al ruso y al griego. Eduard se sumó a los seguidores del Bayern de Munich, sin olvidar a la selección albanesa. «El violín me ayudó a integrarme, a conocer gente en Alemania». Vivió en Geldern, cerca de la frontera holandesa, y estudió con el profesor polaco Jaciek Klimkirwicz en la Universidad de Essen. Sus primeros trabajos fueron en la orquesta de Duisburg primero y la de Kassel después, aprendiendo la lengua de signos de los directores, antes de venir a España.
«Llegué un 1 de abril, Viernes Santo, a las 4:30 de la madrugada. La calle estaba llena de gente, no entendía por qué. Alas 8:30 me despertó el ruido. Me asomé a la ventana y vi a unos encapuchados como los del Ku Kux Klan con un Jesucristo. No entendía nada».
Pero pronto entendió todo, la lengua, la noche, los amigos en la orquesta, la forma de vivir y el fútbol. «Vivimos unos años muy buenos al inicio de la pasada década. Hicimos una gira por Alemania, tocamos en Nueva York, luego otra gira por Colombia. Conocí la etapa del Carrión y el Calderón».
Latino, maestro de la solidaridad masculina, mirada directa y oscura, le toca ahora el papel de policía entre sus colegas ya que ostenta el cargo de inspector de la OSCyL. Entre sus funciones, apuntar retrasos y ausencias. «Somos de ambiente familiar. Nos queda todavía, hay 15 plazas sin cubrir, pero nos felicitan los invitados por nuestra calidad».
Para cuando subieron a la falda de Parquesol, al Auditorio Miguel Delibes, Eduard ya tenía pandilla en el Estadio Zorrilla. Socio del Real Valladolid, forma parte también del equipo de veteranos. Allí es Alzheimer para unos «me lo puso alguien que solo conocía esa palabra en alemán», el violinista o el campeón albanés del mus, para otros. Marashi vive intensamente las pasiones españolas. «Todos los jueves cenamos juntos y después se juega al mus. Hasta alguno que se ha casado en jueves ha ido a la cena».
En el campo, es defensa. «Una vez en el minuto 70 el entrenador pidió cambio. Quería retirar a Onésimo y sacarme a mí. Y va y dice Onésimo, que es amigo, ¿cambiarme por el violinista? Te vas a enterar en el minuto 70 de un concierto, me acerco al escenario y te quito el violín. Como es capaz de hacerlo, no le he invitado a ninguno. Alguna vez sí les he tocado el violín».
Simpático como anuncian los hoyuelos laterales de su sonrisa, este manojo de nervios cometió la temeridad de ser árbitro durante cinco años. «Yo no sabía que se vivía tan intensamente el fútbol en las categorías inferiores. Quería emular a mi tío, mi ídolo. Una vez fui a arbitrar un partido y olvidé el pantalón negro. Uno de los equipos me dejó uno oscuro. En un momento del partido les pité algo que no les gustó y el entrenador me reclamó los pantalones en medio del campo». Después lo dejó para pasar más tiempo con otro futbolista de 11 años que lleva su apellido, Joel.
Precisamente él es quien elige el lugar de vacaciones, entre la Albania de origen y Boston, donde viven los abuelos. «Mis padres tienen un restaurante de comida italo-griega. Estuve dos años ayudándolos, porque faltaba mi hermano. Ahora cuando viene mi madre, trae la maleta llena de pita, mi comida favorita. Es un hojaldre lleno de carne o de salsa de yogur y queso».
Los descendientes de los ilirios son apenas 3,5 millones de habitantes, «con Kosovo, dos millones más», y a pesar de la alta tasa de inmigración, la patria late con fuerza desde el águila bicéfala que la representa. «Soy de la ciudad histórica más importante, Shkoder. Tirana es una ciudad nueva. Albania es ahora un país emergente y como en todos ellos, se han hecho cosas mal. Comienzan a darse cuenta de que hay sitios, parajes que proteger. Es un lugar muy especial que te permite esquiar o ir a la playa en un radio de 50 kilómetros, en el que conviven de forma modélica ortodoxos, católicos y musulmanes. Espero poder retirarme allí para la jubilación».
Teresa de Calcuta e Ismail Kadare son las glorias nacionales. Celebridades a parte, Eduard fue uno de los cien buenos embajadores de Albania recogidos en un libro conmemorativo del centenario de la declaración de República, en 2012. En cualquier celebración futura deEspaña, no será difícil incluirle como el mejor embajador peninsular en Albania, más español que muchos nacionales.
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