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Victoria M. Niño
Jueves, 4 de diciembre 2014, 11:27
Clara Andrada es una solista de la casa. Terminaba el ensayo ayer en el Miguel Delibes, últimas indicaciones del director, Gourlay, y lejos de la retirada, cincelaba el concierto en otro nivel, de músico a músico. Con Salvador acordaba la intensidad del sonido del fagot, con Néstor ensayó unos compases en los que hablan la viola y la flauta. Ha crecido escuchándolos, ha aprendido con uno de ellos, debutó, giró y grabó con la Sinfónica de Castilla y León. Clara Andrada (Salamanca, 1982) está en su familia musical. La flautista solista de la Orquesta de la Radio de Fráncfort vuelve a su tierra.
Ha elegido para la ocasión el Concierto de flauta, de Carl Nielsen, un compositor que fue violinista en la orquesta nacional danesa. «Compuso un quinteto para cinco vientos de su orquesta en el que los retrataba individualmente. Como eran sus amigos, prometió hacerles un concierto a cada uno, pero lamentablemente murió y solo compuso el de la flauta». Música de gran acogida «para intérpretes y directores, quizá por su dificultad, pero que al público que lo escucha por primera vez les suena un poco raro, como inconexo. Y es que no podía ser de otra forma. Nielsen lo escribe durante un viaje al sur que le recomiendan los médicos para curarse. De Dinamarca a Alemania, Suiza, Italia hasta llegar a París, donde lo estrena. Él iba componiendo pasajes que enviaba a Dinamarca, eran impresiones de viaje, recuerdos y algún tema folclórico. Y lo enviaba por trozos. Por eso hay esa falta de unidad».
Este es el primer concierto de abono con la presencia de Clara. Antes del escenario, mantendrá un encuentro con alumnos de flauta de centros de Salamanca y Valladolid. Y la próxima semana, hará lo propio en el Conservatorio Superior de Salamanca, donde ella estudió. «Desgraciadamente hace años que no hay tantos conciertos en España, así que mantengo las citas docentes, es como tener una patita aquí».
También hay un encargo a un compositor vasco que enseña en Salamanca, Iñaki Estrada. «Haremos un estreno en el que se mezclará música con alguna colaboración plástica». Andrada toca una flauta de oro, de la marca japonesa Muramatsu, con una delicada filigrana en el bisel y en las llaves. «Yo era de las que decía que no cambiará la plata, pero cuando conocí estas flautas, escuché la calidez de su sonido y que se podían lograr colores, que era lo que buscaba, no lo dudé».
Lleva desde los 18 años fuera de España. De Salamanca marchó a estudiar a Ginebra con Emmanuel Pahud durante dos años. Y luego a Londres con Jaime Martín, director principal de la OSCyL. «Fui a la prueba de Fráncfort de casualidad. Estaba en Londres y mi hermana en Stuttgart. La audición fue la excusa para ir a verla. La plaza llevaba varios años vacante y me animó el hecho de que si llegabas a la segunda vuelta, te pagaban el viaje y podían llamarte de suplente. La sorpresa fue aprobar». Este enero cumple una década en Alemania. «Allí estoy a gusto, pero cuando vengo aquí me da pereza volver. Sé que las condiciones laborales que tengo allí, donde hay dos solistas, la calidad musical y el buen ambiente de esa orquesta es difícil encontrarlo junto. No creo que tenga algo similar aquí por ahora». Además es miembro de la Chamber Orchestra of Europe.
Forma parte de una generación de músicos españoles, especialmente vientos, que han colocado la bandera en las principales orquestas europeas. «Ha mejorado mucho todo. Lo que noto cuando veo a los más jóvenes es que tienen mucha más oferta que la que nosotros tuvimos, me refiero a asignaturas, oportunidades y, sin embargo, les veo más parados, como esperando a que les den, no tanto a buscar». Cuando tiene encuentros con niños, recuerda su etapa en la escuela de Pablo Sagredo, flautista de la OSCyL. «Ahora es una escuela grande y han pasado cuatro generaciones. Pero de la primera, la mía, salimos todos músicos. Así que recuerdo algunos momentos e intento hacérselos llegar a los niños. Les pide que no se preocupen tanto por la obra como por la necesidad de contar, de saber qué quieren transmitir, que tengan ganas de soplar y de comunicar». Pablo escuchó el ensayo desde el patio de butacas y sonreía.
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