Antonio G. Encinas
Domingo, 28 de septiembre 2014, 11:13
Años con el pelo largo, recogido discretamente en una coleta, y el día que puedo soltar al rockero que llevo dentro, coge Valladolid y me llueve. Y allí estoy, con un jersey fino de pico incoherente -la rebequita por si refresca, vaya-, y un chubasquero anudado a la cintura, sin cumplir ya los cuarenta, dispuesto a ver en directo a Extremoduro.
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A mi lado derecho, mediado el concierto, un tipo ya curtidito, como yo, alardeará ante sus amigos de que Robe Iniesta «siempre dice lo mismo» antes del descanso. «Siempre que los veo es igual», presume, como si llevara más conciertos de Extremoduro que el propio Robe. Y se queja de que está «muy moñas», y que solo falta «que suba Baute a hacer un dueto», porque ya no tocan los viejos éxitos de siempre.
A mi izquierda, un chavalín que nació después del primer disco de Extremoduro exhibe orgulloso una camiseta de «Para todos los públicos» a la que todavía se le marcan los dobleces que traía en su envoltorio. Aún le faltan muchos conciertos para desteñirse y mostrar el gris sucio de las prendas que te acompañan por la gira musical de tu vida.
Y empieza el concierto. Y sueltan algunos clásicos, pero enseguida empiezan con la tarea. Han venido aquí a hablar de su disco, y poco a poco van cayendo todos los temas. El chiquito de la camiseta nueva bota, y canta, y grita tanto que casi no escucho a Robe Iniesta, que suena potente en el aire libre y nublado de la Feria de Muestras. Extremoduro llega contundente pero limpio, con el sonido que consiguen las bandas veteranas con músicos de verdad. No hacen falta brincos, ni giros, incluso -¡cómo te entiendo, amigo!- Robe se sienta en el escenario junto a Iñaki Uoho para presentar un tema. No me extraña. No va ni medio concierto y ya me duelen los músculos del viejuno que ya soy.
Y la verdad, da igual si se sienta o si se levanta. Si llama idiota al tipo del público que no apaga el móvil o aprieta el acelerador porque arrecia la lluvia. Si repite la misma frase antes del descanso o no dice lo tipico de «¡Valladolid -o Almendralejo, o Zaratán, o Houston-, qué buena gente sois!».
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Porque Robe Iniesta es un cantaletras
Si estás allí, mojándote bajo la lluvia y bebiendo cerveza o calimocho a precio de Vega Sicilia con gaseosa, es porque aquí no hay «querida, querida, te quiero más que a mi vida», ni «te quiero mucho como la trucha al trucho». No hay estribillos con truco, sin sintaxis ni significado, ni letras complacientemente ñoñas y políticamente correctas.
Y llueve, pero da igual, porque llegan «Jesucristo Garcia», y «Sucede», y de repente nueve mil tipos de todas las edades, recién llegados o veteranos, corean a la vez un verso de Neruda.
Sí. Neruda. O Miguel Hernández. O Machado.
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Porque todos ellos caben en las letras de Robe Iniesta, y se enredan con sus ideas y su lenguaje descarnado para componer otro paisaje, otro ritmo, otra versión que tiene en común con ellos su poesía, que une mundos que para los prejuiciosos pueden parecer lejanos.
Cantamos, botamos, saltamos, nos mojamos. Ensanchamos el alma
Todos han sentido esto antes. Con amigos en un bar; en la habitación, con los cascos puestos; en el autobús, cuando la música de tu cabeza convierte en onírico lo que te rodea; en la redacción, siendo el último mohicano, cuando ya no hay tiquitiqui de teclado que embadurne el silencio...
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Acaba
Y el veterano que presume ya tiene una muesca más en la memoria musical. Y el joven de la camiseta le ha dado bajo el agua su primer deslavón, para que coja cuerpo. Y yo, con mi jersey fuera de sitio y el pelo suelto, me vuelvo a casa físicamente agotado y mentalmente rejuvenecido.
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