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Jennifer, preparando su tarta de queso.
El rito de los diez saludos diarios

El rito de los diez saludos diarios

Jennifer Moreau, solista de los segundos violines de la Sinfónica de Castilla y León

Victoria M. Niño

Jueves, 11 de septiembre 2014, 15:42

Es la líder de los «camaleones», la solista de los segundos violines, esos que tanto le costaba encontrar a Bernstein porque todos quieren ser primeros. Jennifer Moreau define su papel con el citado animal por su versatilidad; responden a sus compañeros, acompañan su melodía, apoyan desde una octava más baja junto a las violas, tienen sus solos, es una sección «interesante». Tan curiosa que algún director habla del síndrome del segundo violín.

Jennifer cambió los mares del sur por los trigales, «con los años aprecias que, cuando están altos y sopla el viento, adquieren un tono verdoso-azulado parecido al océano». Vive en las antípodas de donde creció, Nueva Zelanda. Pero ni allí ni después en Boston o Miami, en su país natal, se sintió parte de una comunidad. «Aquí sí, cuando voy a comprar el pan cruzo una media de diez saludos». Reside en Simancas, donde ensaya cada miércoles el coro de gospel Good News al que escucha con envidia. Porque al violín llegó por cantar demasiado, sus padres le llevaron a la escuela de música de Christchurch en la que había «mil niños. Supongo que necesitaban violines y eso me tocó». Pronto decidió que aquello era lo suyo.

Christchurch es la segunda ciudad más grande de la Isla del Sur de Nueva Zelanda. Tristemente famosa por los terremotos de 2011, que acabaron con 22 de los 23 edificios de su decimonónica universidad, siempre osciló al suave son de las fallas del Pacífico. «Notábamos temblores, pero no daba miedo, era casi divertido. Los de 2011 destrozaron la ciudad y demostraron cuán frágiles somos ante estas fuerzas. Dicen que se tardará siete años en restaurarlo todo, pero están surgiendo ideas creativas muy interesantes y mucha gente con ganas de construir algo nuevo».

Entre aquella tierra temblorosa y la meseta castellana median casi 20.000 kilómetros y una biografía que hace un meandro por la costa oeste estadounidense. Jennifer estudió en Boston, como su madre. En el conservatorio de New England descubrió la música contemporánea, le fascinó la cámara y se encontró con un chelista que la traería a España.

«Not yet, babies»

La experiencia que muchos de sus compañeros tuvieron en la Joven Orquesta Nacional de España, Moreau la gozó en el Festival de Tanglewood, a las órdenes del televisivo Leonard Bernstein. Dos veces trabajó con él en el podio. «Es algo inolvidable. Nos enseñaba la manera de componer, los distintos niveles de una obra y luego preparamos un concierto sobre Sibelius». Jennifer recuerda el trato con los músicos, «en cada solo intentaba ver quién tocaba, se interesaba por el músico y quería sacar su mejor interpretación pero sin ignorar lo que ofrece personalmente. Es bonito que alguien tan grande se interese por un estudiante». Ríe al recordar el éxtasis sinfónico y el control del compositor de West Side Story.

«En el cuarto movimiento de la Sinfonía 2 de Sibelius, justo antes de llegar al clímax paraba el ensayo, lo repetimos muchas veces pero no lo acabábamos. Al llegar ahí decía «not yet babies» (aún no, pequeños), era muy frustrante. El día del concierto fue una explosión, por fin pudimos tocarlo. Creo que fue la única vez que lo terminamos».

A pesar de Bernstein, Jennifer se imaginaba en mundos sonoros más íntimos. «Mi primera idea profesional fue tocar en un cuarteto, pero luego me di cuenta de que era una vida muy dura, llena de viajes, y suponía mantener un matrimonio con tres personas». Ocean Drive es el nombre de uno de esos cuartetos con los que empezó a tocar y con el que ha seguido a este lado del Atlántico.

«La música de cámara te permite trabajar en equipo, probar diferentes voces, escuchar opiniones, hacer descubrimientos juntos. Hay a quien le gusta una fiesta con mucha gente y quien prefiere una cena de amigos. Yo soy de los segundos». Aún así toca en la fiesta sinfónica. «Vine con Marius (solista de chelos), que debía pasar dos años en España tras una beca Fullbright. Nos enteramos de las pruebas y entramos en la OSCyL». Después llegó la familia. «Siempre he antepuesto mi vida personal a la profesional», dice quien dejó la cátedra de Cámara en el Conservatorio Superior de Salamanca para criar a sus dos hijas.

Mantiene su afición camerística con varias formaciones, entre ellas el Cuarteto Isadora. De la rompedora bailarina Duncan, que da nombre al cuarteto de mujeres, admira que «no tuvo miedo de ser ella misma. Además bailaba descalza y a nosotras nos gusta tocar así. Lo hicimos en un programa sobre Océano mar, de Baricco, de esa manera podíamos movernos en el escenario sin hacer ruido».

Todo menos el country

Y como en un cuarteto afronta su trabajo de solista de su sección. «Cuando tocamos en la orquesta, los solistas de cuerda funcionamos como un cuarteto, llevando a nuestros músicos y escuchando también a los vientos, claro, aunque no los podamos mirar». El que fuera su ayudante, Jordi Gimeno, es hoy el responsable técnico de la Sinfónica de Castilla y León. «No, no tenemos trato de favor», sonríe con orgullo casi maternal. Quizá por eso disculpa que no hagan más música de los compositores coetáneos, «es una cuestión de presupuesto. Lo echo de menos. Estrenamos a compositores españoles, es nuestro deber, pero hay más músicas en el mundo», dice quien reconoce que el gusto evoluciona con la edad. «De joven me gustaba mucho la música romántica, ahora prefiero los clásicos, Mozart, Haydn, barroca. De vez en cuando debemos dejar descansar el oído, disfrutar del silencio. La única música que no soporto es el country».

Esta americana, que votó con esperanza a Obama, observa con tristeza cómo se ha diluido aquella fascinación. Visita poco su país, se siente estadounidense haciendo tartas y leyendo ensayos de divulgación científica. Entre sus web favoritas, la de recetas Pennsylvania Dutch Cakes, con eslogan antimorriña, taste of home. «La tarta de esta semana es una bomba, pero mi especialidad, la que más gusta a mis amigos, es la de queso». Reconoce en el dulce el poder de enamorar al comensal y el riesgo de que se enganche y ensanche.

Los dedos juveniles de Moreau pasan ahora las páginas de Un verano. América, 1927, de Bill Bryson (autor del best-seller Una breve historia de casi todo). Entre sus escritores de ficción favoritos, Barbara Kingsolver y Robertson Davies. «También leo a neozelandeses, pero soy muy mala con los nombres».

La camaleónica Jennifer, de hablar pausado, de escucha atenta, es el filtro para el director sinfónico, la concertino en la cámara, la psicóloga cuando ayuda a jóvenes músicos. «La relación personal es lo más importante, ayudarles a conocerse, a compartir habilidades, a crear equipo y un sonido común», reza la lección musical y vital de un segundo violín que disfruta siéndolo.

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