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Roberto terne
Viernes, 11 de julio 2014, 12:47
No es raro que cuando la poesía se expone bajo morfologías musicales, los grados y los tonos del sentimiento cambien dependiendo de quien las cante. Voces aflautadas, susurrantes, sugerentes, juveniles o maduras... han enriquecido las interpretaciones del mensaje lírico en diferentes variaciones.
Anoche, la canción y la poesía se manifestaron bajo la voz profunda, voluminosa y tremendamente viva de Alberto Cortez. Y, evidentemente, la palabra y la sensibilidad se amplificaron. En el caso del artista argentino el sentimiento de la poesía no solo tira de corazón y musas sino, por supuesto, de pulmón. Y eso que el veterano cantante salió al escenario de San Benito sentado, debido a un problema de cadera y también ligeramente afectado por un resfriado.
Son 74 años y toda una vida en los escenarios. Pero, a pesar de los achaques, Cortez dejó constancia del buen estado de su voluminosa voz y también de su sentido del humor y química con el público. Público que, por cierto, no destacó por numeroso. Mitad de entrada para la tercera noche del ciclo de San Benito.
Distancia fue el tema con el que Cortez arrancó su concierto, por aquello de calentar pronto la temperatura de este frío julio de 2014. Entrega mutua entre público y artista mantenida hasta el final. Lógico, si se tiene en cuenta que el argentino ofreció una actuación no muy extensa y cuyo final, más que esperado, le resultó algo sobrevenido a un público que no se quedó corto en peticiones.
«Buen vino y gente buena»
Pero entre principio y fin, hubo tiempo para desarrollar no solo música y poesía, sino también interpretación escénica dentro de las limitaciones físicas, claro. Un ejemplo de ello ocurrió con Amor, mi gran amor... sin duda alguna, una de las canciones más sentidas por parte del argentino. Antes de la interpretación de La Cigarra, Cortez se dirigió al público vallisoletano alegando que «en la tierra que da buenos viñedos siempre hay gente sensible y buena». No faltaron más protocolos en este sentido. Protocolos de caballero.
La noche tuvo también algún momento de inflexión como en el olvido insalvable de letra en La vida. Nada que no pudiera arreglarse con una segunda parte tremenda en intensidades y sentires. Llegaba el momento de sacar de la chistera a Hernández y Machado. Del primero el esperable Nanas de la cebolla, poema al que el propio Cortez puso música en su día y que, posteriormente, Serrat popularizó. Al respecto bromeó el propio Cortez asegurando que «yo la canto mejor que Serrat».
Bromas aparte, después llegaría Retrato con una interpretación que, efectivamente, se lo pondría difícil al Nano.
La participación del pianista Elso Ballestero tuvo también su alto grado de importancia. No solo por su calidad musical... también por su simbiosis con el veterano cantante al que en alguna que otra ocasión le hizo de apuntador entre risas. El final del concierto se resolvió con Eran Tres dedicada a Neruda, Picasso y Casals, así como con los temas quizás más clásicos de su carrera: En un rincón del alma, Las Palmeras y Cuando un amigo se va. Esta última interpretada al final a capella y sin uso de microfonía levantando al público de las butacas.
Aunque la obra de Cortez no ha tenido de momento una regeneración de público, no queda duda de que su fuerza y sentimiento siguen estando vigentes.
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