Secciones
Servicios
Destacamos
La Fundación Joaquín Díaz de Urueña ya tenía un Museo de Campanas, y ahora suma a sus fondos una excepcional colección de 900 campanillas gracias a dos donaciones particulares. La más importante se recibió al comienzo del verano y está formada por 700 piezas –de ... todos los tipos, modalidades, orígenes y materiales de fabricación– que habían sido atesoradas a lo largo de toda una vida de afición por la profesora de Historia afincada en Murcia Consuelo Delgado. Tras su muerte han sido entregadas a la fundación por su hermana Mercedes. Diez enormes cajas de mudanza fueron necesarias para trasladarlas, convenientemente protegidas, hasta la sede de Urueña. Ha querido la casualidad que una segunda donación, más reciente, y pendiente de catalogación, aportara 200 más.
Las donaciones y los depósitos son una vía habitual de llegada de fondos a la Fundación. El prestigio personal de su promotor y la seriedad del trabajo que se desarrolla en la Casona de Urueña, así como su compromiso con la preservación de los objetos y su divulgación han llevado a muchas personas a dejar en sus manos el fruto de los desvelos de toda una vida. Por esa vía han llegado a la fundación aproximadamente el 20% de sus fondos, según estima Joaquín Díaz, artífice de la colección original. Fundamentalmente libros, pero también pliegos de cordel y todo tipo de objetos ligados a la tradición. Más de un centenar de personas han contribuido altruistamente con sus donaciones a enriquecer los fondos del museo. «En muchas ocasiones, la donación surge de una visita a la Fundación, que les hace caer en la cuenta de que tienen algo que podría ser valioso», explica Joaquín Díaz. En el caso de las campanillas, Mercedes Delgado descubrió la fundación a través de la web y pensó que sería un buen destino para los objetos reunidos por su hermana.
En la colección de Consuelo Delgado están representadas campanillas de procedencias muy diversas, realizadas en materiales tan distintos como el bronce o el latón, los más habituales, o la madera, la porcelana y el cristal de Bohemia, más excepcionales. Hay ejemplares de una veintena de países entre los que destacan Alemania, Polonia, Hungría, Estados Unidos, Canadá o México. La más antigua se estima que puede ser del siglo XVII, aunque la mayoría de las piezas son del XIX y XX.
Recorrer la colección –que puede visitarse también de forma virtual en la página web https://funjdiaz.net– permite bucear en los muy variados usos y contextos ligados a este pequeño instrumento sonoro. «La campanilla es un avisador. En ese sentido a mí a veces me recuerda a las alertas del whatsapp, porque tiene una función similar: destacar que algo importante está ocurriendo. No conviene olvidar que la campanilla es anterior a los timbres, aunque en una fase intermedia algunas llegaron a electrificarse. Y posteriormente convivieron, y conviven con ellos. Pero en el caso de las campanillas hay un lenguaje muy variado ligado a sus muy distintos usos», explica Joaquín Díaz.
La primera donación recibida por la Fundación tiene un origen sorprendente. Joaquín Díaz acababa de participar en el programa 'La Clave', de José Luis Balbín, donde había expresado su interés por los pliegos de cordel. A raíz de ello contactó con él un impresor de Madrid que le ofreció los que tenía en su almacén. «Los primeros mil pliegos de la colección (que ahora suma 7.000) me llegaron así». Es solo una muestra de la variada gama de objetos que pueden encontrarse en Urueña. Otro más: el coleccionista burgalés Jesús María Martínez acaba de donar más de 2.000 estampas populares. Y también la familia que fuera propietaria de la Casona ha donado un pianoforte de Clementi y Collard. El Museo de Campanas es fruto de una donación de la familia Quintana. Y una parte de la biblioteca (30.000 libros) procede de catedráticos jubilados. Además, es posible disfrutar de una amplia colección de 1.200 instrumentos musicales, gramófonos, registros sonoros, 14.000 fotografías antiguas, coplas de ciego y todo tipo de objetos ligados al rico mundo de la tradición.
Así, las campanillas en la iglesia sirven al ritual religioso y destacan el momento culminante de la consagración, y las de ánimas permiten al avisador informar a los cofrades de los oficios. Pero los cencerros, o esquilas, en el campo, con sus distintos sonidos, cuidadosamente obtenidos en el proceso de fundición, permiten localizar a las ovejas, e incluso, si el pastor tiene el oído fino, identificar a cada una de ellas. En la Edad Media, los reos que eran conducidos al patíbulo llevaban una campanilla que anunciaba su paso. Y lo mismo ocurría con los leprosos.
La colección incluye una abundante muestra de campanillas de mesa, de colgar, de portería, campanas dobles, o con inscripciones, y con todo tipo de adornos, incluso escudos nobiliarios. Las hay de mano y con peana, con motivos florales o con inscripciones latinas. Un mundo que remite a un modo de puntuar, y de ordenar, tanto la vida cotidiana como la del espíritu.
Uno de los usos que aún se conserva es el que invitaba a guardar silencio en una audiencia. En las casas donde había servicio doméstico eran usadas también para llamar a los criados. O incluso para avisar a los miembros de la familia de que la comida estaba lista. Todo un mundo de significaciones que ahora se despliega en la Casona de Urueña. Y todo gracias a la pasión de una profesora que se enamoró de estos pequeños objetos y los coleccionó. «Sabemos poco del porqué de su afición. Pero sabemos que en el coleccionismo en general late siempre un afán de ordenar el universo».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.