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Mariemma, como Billy Elliot, quería volar. Cuando bailaba «sentía un impulso incontenible de despegar del suelo». Pero lo tuvo más fácil que él, la familia, la oportuna sugerencia de un figurinista, el ingreso en el Teatro de La Chatelet, el hecho de ser mujer, todo ... corrió a favor a pesar de la maldición de uno de sus hermanos «no eres alta, ni guapa, ni morena de piel. Deja de bailar y dejarás de llorar». Todo esto se rememoró ayer en la Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, que rindió un homenaje por el centenario de su nacimiento a Guillermina Martínez Cabrejas, ‘Mariemma’, académica desde 1986. Los encargados de atraerla de nuevo a la memoria de todos fueron José Delfín del Val, periodista que centró su intervención en la infancia de la bailarina, Angelines Porres, que habló de su faceta docente, y Joaquín Díaz, quien presentó a la Mariemma personal. Cerraron el acto su alumna Mayte Bajo que bailó algunas de sus coreografías y Krysztof Stypulkowski, al piano.
Del Val viajó a la infancia de la diva, como ya lo había hecho con ella para preparar su apunte de los ‘Cuadernos vallisoletanos’. De memoria «sobrenatural», decía recordar olores y estampas de sus dos primeros años en Íscar. Pero donde comenzó a atrapar la atención por su baile fue en las calles de París, allí «su hermano Temístocles fue su primer empresario», –el que pasaba la gorra, le compraba un pirulí y se quedaba con el resto–, «su primer explotador, decía ella». La natural inclinación de la Guillermina niña se vio refrendada por su afición de su madre que la llevó a ver a Vicente Escudero, la Argentinita o Raquel Meyer. «Sus primeros bailes fueron imitando a esta última». Formó dúo con su hermana, para lo que le sacaron del Chatelet donde aprendía clásico, ya que con María Asunción bailaba danza española. Pero esta pronto se casó, y Mariemma, entonces solo Emma, añadió el Mari de su hermana para ser siempre un dúo en los carteles, una solista en el escenario.
Embajadora de la música
Angelines Porres glosó la relación de Mariemma con la música y la docencia. «Su compañía resucitó el gran legado musical de España y fue embajadora universal de nuestra música», dijo la también académica. Se remitió al ‘Tratado de la danza española’, de la iscariense, para recordar sus definiciones del baile que en esencia es «dibujar la música en el espacio. Como dice su discípula Mayte, buscaba la esencia de la música, respetaba la musicalidad». Además su pianista acompañante, Enrique Luziriaga, compuso obras para ella y arregló a su manera de interpretarlas, otras. Porres recorrió los matices distintos de las cuatro escuelas que enseño Mariemma; la bolera, la flamenca, los bailes regionales y la danza estilizada para terminar celebrando el legado de esta artista.
Para Joaquín Díaz, Eulogia, la madre de Mariemma, era un recuerdo de su infancia, en la finca de Getafe de su abuelo. Y algo del gracejo de aquella mujeres espontánea y llana quedó en la hija con la que acabó trabando amistad años después. «Escuchó en el coche de su alumna y amiga mía Elena Casuso mi voz cantando el ‘Romance del arriero de Bembibre’. Le gustó y Elena acabó presentándonos». A partir de ahí, el etnógrafo pasó a ser uno más de las reuniones que los fines de semana tenían cuando Mariemma venía a su escuela vallisoletana. «Era una mujer dedicada a su arte, orgullosa de pertenecer a una especie llamada a la extinción. Luego conté con sus colaboraciones para la revista ‘Folklore’». Recordó Díaz la oportunidad perdida de un disco con Teresa Berganza –la bailarina y la soprano se hicieron amigas en una ‘Carmen’– por lo mal que llegó a El Escorial, «por la temeridad de la conducción de Mariemma». Finalmente el arte de Mayte Bajo acercó a la Mariemma bailarina.
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