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Sabemos a ciencia cierta que Antonio Álvarez vendió 33 millones de libros de sus muchas y diversas publicaciones (aunque, sobre todo, de su célebre Enciclopedia) porque conservaba las órdenes de trabajo de todos los ejemplares que había autorizado imprimir. Así de ordenado y meticuloso era ... este maestro de escuela nacido hace un siglo en Zamora, y afincado durante varias décadas en Valladolid, desde donde protagonizó una revolución editorial y pedagógica sin precedentes en España.
Serio, sobrio, elegante y extraordinariamente trabajador. Así era este profesor que educó con sus libros a 8 millones de españoles, según sus estimaciones, y del que la mayoría de sus alumnos conservaban un muy grato recuerdo. Lo demostró en 1997 el extraordinario éxito de la reedición de su célebre Enciclopedia, una operación editorial arriesgada, que muchos veían casi como temeraria, pero que se saldó con un éxito sin precedentes, tal y como recuerda el escritor Melquíades Prieto, que fue el artífice de la idea como jefe de producción de la Editorial EDAF. «Yo estaba convencido de que sería un éxito, pero pensaba que podríamos llegar a vender 10.000 ejemplares», recuerda. «Lo que no me esperaba es que la cifra final se acercara casi al millón». Por segunda vez, y con varias décadas de distancia, la Enciclopedia de Álvarez volvía a convertirse en un fenómeno editorial inesperado. Y nuevamente el éxito sorprendía en primer lugar a su autor, que por entonces veía sus obras ya amortizadas.
Prieto mismo era uno de esos 8 millones de niños que habían estudiado en los libros de Álvarez. «Don Antonio fue el autor de la Enciclopedia con la que yo estudié en Salamanca. Heredé el ejemplar de mi hermana, pero no lo conservaba porque, como luego ella se dedicó a la enseñanza, se quedó con él», recuerda. «Esa enciclopedia suya incorporó por primera vez ejercicios de autoevaluación al final de cada capítulo, algo que luego se convertiría en habitual. Pero, sobre todo, era muy práctica».
¿Y cómo logró un maestro de escuela convertirse en semejante fenómeno editorial? Pues de un modo igualmente inesperado. En realidad, lo más lógico hubiera sido que Álvarez, nacido en Cedea de Aliste, se hubiera dedicado a las tareas del campo, como el resto de su familia. Pero su aguda inteligencia le llevó a estudiar Magisterio y conseguir su primera plaza de maestro en 1940. Cuatro años después logró destino en Zamora, que será la ciudad que alumbrará el nacimiento de su libro más célebre.
Así recordaba Antonio Álvarez cómo se gestó su Enciclopedia: «Entonces nos exigían a los maestros un cuaderno de preparación de lecciones en el que había que escribir diariamente los temas que explicábamos a los niños. A mí se me ocurrió que, si todo ese trabajo lo editaba en forma de libro, a lo mejor funcionaba». Lo cierto es que la idea se le ocurrió al todavía maestro al ver el éxito que sus apuntes tenían entre sus compañeros profesores, que no dejaban de reclamárselos, por su claridad y sencillez, lo que le animó a convertirlos en libro.
El primer ejemplar de la Enciclopedia Álvarez aparece en Zamora en 1952 en una pequeña editorial local, Ediciones Elma, que fue la encargada de lanzar las primeras ediciones, con unos pocos miles de ejemplares. Pero el salto cuantitativo se produjo cuando el maestro logró plaza en Valladolid, en 1956, y se hizo cargo de la edición la editorial Miñón. El 5ºD del número 14 del Paseo de Zorrilla fue la residencia familiar durante muchos años, aunque inicialmente ocuparan otra vivienda.
Cuando llega a Valladolid, su vida es ya una vorágine, porque a su trabajo como docente, se añaden sus libros, que no se limitan a la Enciclopedia, sino que forman una familia entera que va creciendo: Libros para el profesor, Cartillas, Libros para Parvulitos… Por aquellos años, y aún después, llegó a trabajar entre 15 y 17 horas diarias, según recuerda su hijo José María Álvarez, también docente, como él, y que le ayudaría en sus publicaciones de la última etapa. «Mi padre estuvo ocupadísimo y apenas tenía presencia en nuestra vida. Pero él era una persona cariñosa y muy familiar».
Para resolver, en parte, el problema del exceso de trabajo, el maestro decidió abandonar las clases, para poder dedicarse más plenamente a la redacción de libros. Pero no las abandonó del todo, porque estaba convencido de que necesitaba mantener el contacto con las aulas para testar sus innovaciones pedagógicas. Por ello llegó a un acuerdo especial con un centro de Valladolid donde impartía clases de forma esporádica, cuando necesitaba verificar si sus ideas funcionaban en el mundo real de la clase.
El éxito de sus publicaciones fue tal que en algunos momentos sus libros eran editados a la vez en Valladolid, Madrid, Barcelona y Valencia, porque un único punto de impresión no daba abasto.
El mismo fenómeno de desbordamiento, pero reconcentrado, se vivió en el año 1997, cuando EDAF lanzó su edición facsímil de la Enciclopedia. «La editorial sacó una primera edición de 3.000 ejemplares que al propio Álvarez le parecieron una barbaridad», recuerda Melquíades Prieto. «Pero lo cierto es que enseguida nos encontramos con que llegaban muchísimas peticiones de reserva de los distribuidores. En Valladolid nos pedían 5.000 ejemplares; otros 5.000 para Salamanca; en Madrid, 20.000; en Asturias, 5.000… «Aquello obligó a lanzar una segunda tirada de 20.000 ejemplares que seguía siendo insuficiente para atender la demanda, de modo que la editorial se lanzó a la aventura de imprimir otros 80.000 más, y en tiempo récord. «Pero una producción tan alta ocasionaba muchos problemas de logística, porque había que conseguir mucho papel, y la encuadernación no era sencilla», recuerda Prieto. La imprenta con la que EDAF trabajaba entonces, Gráficas Cofas, trabajó durante un mes en turnos de mañana, tarde y noche, y aún así tuvo que apoyarse en otra imprenta para atender una demanda que se impacientaba.
El éxito editorial se tradujo también en un éxito de asistencia a los actos de firmas de libros que la editorial organizaba, y en los que el profesor se encontró con la gratitud y el buen recuerdo de adultos hechos y derechos que fueron, de algún modo, a través de sus libros, alumnos suyos. En uno de esos actos, en El Corte Inglés de la calle Princesa, el mismísimo presidente de la firma, Isidoro Álvarez, abandonó su despacho para saludar a aquel hombre serio y formal que firmaba libros disciplinadamente en sus instalaciones. También él había estudiado en su Enciclopedia.
Y eso que Antonio Álvarez se resistió inicialmente a autorizar la reedición por miedo a que fuera un fracaso que perjudicara a la editorial. «Él era así, lo que más le preocupaba era que pudiera irnos mal», recuerda el entonces jefe de producción de EDAF. Sin embargo, había señales claras de que podía existir una demanda latente, y esas señales fueron avistadas en la Feria del Libro de Madrid de 1996, donde la célebre Enciclopedia había sido el libro de segunda mano más buscado, hasta el punto de pagar por él precios exorbitantes. Parecía un indicio de que había mercado. Y en efecto, lo había; y descomunal. Porque la Enciclopedia Álvarez abrió el camino a una serie de reediciones nostálgicas de textos escolares del franquismo que se convertiría en todo un filón.
Tanto al principio, como en la etapa final de su vida, el éxito le llegó a este maestro zamorano sin buscarlo, ni pretenderlo. Simplemente como consecuencia del trabajo propio y de la gratitud y satisfacción de los usuarios de sus textos. Seis años después de su renacimiento editorial, Álvarez, el de la Enciclopedia, como era popularmente conocido, fallecía en Alicante, donde veraneaba. Su mujer le sobrevivió a estas y otras batallas, pero hace un mes se la llevó el Covid en la residencia de Valladolid donde vivía. No llegó a tiempo para contemplar los homenajes que se preparen, con motivo de su centenario, para el que fuera el maestro de varias generaciones de españoles.
V. ARRANZ
A José María Álvarez, hijo del autor de la Enciclopedia, le conmueve que la gente todavía se acuerde de su padre, después de tanto tiempo, y que lo haga con tanto cariño. «Es un orgullo que la obra de nuestro padre haya servicio para tantos y que esté tan bien reconocida por tantísima gente que lo recuerda como un libro práctico y sencillo con el que se aprendía bien», afirma en nombre de sus hermanos Antonio y Miguel Ángel.
De su padre recuerda vivamente José María Álvarez su carácter extremadamente ordenado, sin el que, a buen seguro, no hubiera podido sacar adelante su gigantesca producción editorial. «Durante toda la vida nos fuimos de vacaciones en verano el mismo día, o con una mínima oscilación. Hasta ese punto era ordenado en su vida», recuerda su hijo, que siguió su estela por el camino de la enseñanza y de la producción editorial. Primero como ayudante de su padre, en las publicaciones de su última etapa, y luego con libros propios y con iniciativas como la que le ocupa actualmente: el portal 'infopitagoras', diseñado para ayudar a niños con dificultades educativas, y que lleva más de 20 años asesorando a los profesores para realizar programas personalizados en lectoescritura, lengua y matemáticas.
«Mi padre era una persona seria, pero cordial, elegante y austera a la que el éxito no cambió», afirma Álvarez. Y el éxito económico fue de los que marean sólo de pensarlo. Su hijo recuerda que en sus comienzos como maestro ganaba 700 pesetas al mes, y que cuando recibió la primera liquidación por las ventas de su primera Enciclopedia le abonaron 60.000, «lo que equivalía al sueldo de 7 años de trabajo». Y eso que, por entonces, las ventas eran mucho más modestas de lo que llegarían a ser una vez instalados en Valladolid.
Reconoce que su padre era receloso de reeditar su Enciclopedia, sobre todo porque era muy consciente de que era una obra marcada por su tiempo, y que recogía las instrucciones y el ideario del régimen de Francisco Franco. Como no podía ser de otro modo, pues el Gobierno imponía los contenidos y hasta el modo de abordarlos en según qué casos. «Mi padre no tenía nada de franquista, y en los últimos años del régimen estaba decididamente en contra», explica José María Álvarez. «Pero nunca tuvo una significación política, aunque ciertamente era una persona conservadora, eso sí le digo».
Su gran virtud «es que tenía una capacidad sobrehumana para explicar con sencillez», recuerda su hijo. Eso y que disfrutaba mucho haciendo sus libros, que cambiaba y revisaba de edición en edición para mejorarlos y completarlos en lo posible. «La suya no era la única Enciclopedia, pero otras, como la de Santiago Rodríguez, eran manuales muy densos, y los profesores no estaban cómodos con ese material. En cambio, el libro de mi padre era sencillo y muy práctico. Por eso tuvo tanto éxito».
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