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'En agosto nos vemos', novela póstuma de Gabriel García Márquez. Violeta Santos Moura-Reuters
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La «traición» a García Márquez: 'En agosto nos vemos', el libro que nunca acabó en el fuego

Las librerías reciben una novela póstuma del Premio Nobel, donde se asoman la prosa sabrosa y los adjetivos imposibles del autor

Víctor Vela

Valladolid

Martes, 12 de marzo 2024, 14:42

Una niña mulata cantaba boleros de moda en la imaginación de Gabriel García Márquez. Así parecieron sonar esas canciones durante meses, años quizá, en las versiones iniciales de un texto que el escritor colombiano peinó y removió hasta que finalmente puso un punto que nunca ... fue final. La niña mulata cantaba boleros que parecían de moda, pero que en realidad eran boleros tristes. Un círculo y una anotación a lápiz en la quinta versión del texto, fechada el 5 de julio de 2004, dan cuenta del arrepentimiento y del hallazgo posterior. Boleros tristes escribió García Márquez. Y así es como suena esa música en 'En agosto nos vemos', una novela que parecía condenada al olvido y que ya está en librerías y las estanterías de los devotos de Gabo.

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  • 'En agosto nos vemos' Gabriel García Márquez.

  • Random Hose. 120 páginas. 19,90 euros.

Llega 'En agosto nos vemos' pese a que el autor no quería que este divertimento viera la luz. Sus hijos Rodrigo y Gonzalo, en el prólogo, hablan de «acto de traición». Reconocen que su padre dijo que el libro no valía, que había que quemarlo. Pero, en realidad, el escritor nunca encendió la cerilla. Tampoco giró la ruleta del chisquero. El libro quedó, como muchos de sus escritos, encuadernado en unas carpetas Leuchtturm. Las librerías están llenas de folios un día guardados en un cajón. Cuando un escritor famoso conserva lo que prometió tirar, ya sabe (antecedentes hay) que existen muchas probabilidades de que el manuscrito acabe en el escaparate y con un precio en la solapa. Así que, si las letras no pasaron por la hoguera ni la trituradora del papel, García Márquez seguramente murió con la certeza de que sus lectores en el futuro conocerían a Ana Magdalena Bach, su protagonista póstuma.

El editor Cristóbal Pera cuenta, en un artículo incluido en el volumen (publicado por Random House), que este texto de amores tardíos rondaba desde hacía años las mientes de García Márquez. El autor ya había dado pistas sobre su escritura en varias entrevistas. Los hijos del Nobel cuentan que la novela «es el fruto de un último esfuerzo por seguir creando contra viento y marea, en una carrera entre el perfeccionismo del artista y el desvanecimiento de sus facultades mentales». La memoria flaqueaba en un autor que convirtió la memoria en literatura.

El lector que se asome a 'En agosto nos vemos' buscará en sus páginas (breves, de letra hinchada) la huella del escritor. No encontrará aquí el torrente narrativo de 'Cien años de soledad', el poderío de 'El amor en los tiempos del cólera'. Los personajes secundarios de esta última novela no arrastran esa historia personal en muchos casos dibujada en apenas dos líneas. Hay una hija de amores apasionados y vocación de monja. Un marido coqueto que buscaba músicas más allá de la partitura. Unos amantes fugaces que desaparecen con la cama por hacer. Una madre que parece sonreír desde el interior de su tumba. Pero ninguno parece arrastrar la leyenda de tantos de sus secundarios inmortales.

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Aquí, la protagonista total es Ana Magdalena Bach, una mujer de 46 años que mira su belleza otoñal en el espejo de un hotel. Ana Magdalena visita cada 16 de agosto («el mes de los calores y los aguaceros locos») la tumba de su madre, con el compromiso de dejar sobre la lápida un ramo de gladiolos frescos. El cementerio está en una pequeña isla a la que Ana Magdalena llega en transbordador. Un espacio mínimo, alejado de la habitual tierra firme, donde la protagonista descubrirá un territorio al margen de la rutina familiar. La isla como un reducto para la pasión de varias generaciones.

Y así para Ana Magdalena. Ese año, después de visitar la tumba, baja al bar del hotel. Allí, mientras de fondo suenan esos boleros que al principio estuvieron de moda y finalmente suenan como melodías tristes, su mundo cambia después de un primer trago de alcohol. «Se sintió pícara, alegre, capaz de todo, y embellecida por la mezcla sagrada de la música con la ginebra» (23). Se atreve entonces a coquetear con ese hombre de ojos amarillos y olor a lavanda que está sentado primero en la mesa de enfrente y se meterá más tarde entre las sábanas de su cama.

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Después de una noche de sexo, él desparece no sin antes dejarle un 'regalo' envenenado que hace que todo lo ocurrido allí cambie de perspectiva. Lo que el embrujo amoroso había presentado como un lujo ahora se ve decrépito. García Márquez explora aquí el papel narcótico y transformador del amor: cómo la vida es otra durante el enamoramiento y más triste y sucia cuando la pasión echa a volar.

Durante los años siguientes, Ana Magdalena volverá a esa isla para poner gladiolos en la tumba de su madre, pero también para encontrarse con otros hombres que le ofrezcan algo de diversión. Será una historia de varios agostos y apenas un puñado de páginas. Breves como un sueño, pero intensas como una historia de pasión. Y al final, esa verdad triste y certera: hay que disfrutar de la vida antes de que la vida se nos vaya.

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La trama es liviana en esta 'nouvelle' donde, decíamos, si se busca a García Márquez, se le encuentra. Sobre todo en las primeras páginas. La prosa parece luego más apática, pero deslumbra en los capítulos iniciales, con el estilo sabroso de Gabo, con unas palabras que parecen elegidas no solo para ser leídas, sino para que exploten en el cerebro como lo hace una bomba de azúcar, el mordisco a una fruta tropical.

Aquí está el calor caribeño, con su fauna exagerada (garzas azules, iguanas curiosas, gavioas rasantes) y su flora desmesurada (flores amazónicas, helechos colgados, guirnaldas de enredaderas azules). Aquí están esos requiebros para no decir lo obvio (el «mar de octubre», «estar de amores alegres»). Aquí están esos adjetivos que hasta que no se escriben parecían imposibles («cementerio indigente, penumbra ardiente, esmoquin tropical, papada renacentista, náuseas heladas, amigas flotantes). Aquí están esas palabras metafóricas que hacen cosquillas cuando los ojos pasan por encima de ellas («playas de harina dorada, ojos de fiebre, cuerpos ensopados de sudor»). Así que, definitivamente, aquí está el eco de García Márquez, en esta novela menor (pero muy superior a la media de lo que se encuentra en librerías) que tal vez tenía que terminar en un cajón pero que, afortunadamente, está ya en la estantería de tantas casas.

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