![Victor Hugo en España: el descubrimiento de Quasimodo](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202001/31/media/cortadas/Esmeralda-kEeE-U1006764252tVH-624x385@El%20Norte.jpg)
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En 2020 acaba de comenzar la fase del desmontaje de los andamios –la más peligrosa– para la reconstrucción de la catedral de Notre Dame, cuya 'resurrección' está prevista para el 16 de abril de 2024. Conviene saber que el antihéroe de Nuestra Señora de París, ... escrita en defensa del patrimonio gótico de la ciudad, se inspira en un personaje real que vivió en España y al que Victor Hugo trató en persona a lo largo de un año.
El creador de Quasimodo fue hijo de la Revolución Francesa y de una pareja de caracteres y orientaciones políticas opuestas, que se vio obligada a trasladarse a España, donde Victor Hugo vivió una experiencia que lo marcó para el resto de su vida. El padre fue un militar obsesionado con cazar insurrectos monárquicos de la Vendée y la madre fue una dama de la alta burguesía de Nantes, simpatizante de la causa rebelde. Se enamoraron en plena guerra civil, en el verano de 1796, y se casaron al año siguiente. En 1807, siendo coronel en el reinado napolitano de José Bonaparte, el progenitor del genial escritor capturó al bandido Fra Diavolo, acción que le valió el ser nombrado gobernador de Avellino.
Tras sus triunfos como poeta y dramaturgo, la publicación de 'Nuestra Señora de París' (1831) – cuyo protagonista es la majestuosa catedral– consagró a Victor Hugo como novelista. Ambientada en el París del siglo XV, esta obra maestra de la narrativa romántica se centra en uno de los temas preferidos de su autor, el de la mujer –Esmeralda la zíngara– pretendida por varios hombres, Febo de Châteaupers, Claudio Frollo y Quasimodo, al que Hugo describe en estos términos: «No nos empañaremos en dar al lector una idea de aquella nariz piramidal, de aquella boca en forma de herradura, de aquel ojillo izquierdo cubierto por una ceja enredada a manera de matorral en tanto el derecho desaparecía enteramente bajo una enorme verruga, de aquellos dientes mellados colocados sin orden aquí y allá como las colmenas de una fortaleza, de aquel labio calloso sobre el cual se adelantaba un diente como un colmillo de elefante, de aquella barbilla hendida y, sobre todo, del rostro extendido por todo esto, de aquella expresión mezcla de malicia, asombro y melancolía. (…)».
En definitiva, el campanero de Notre Dame «parecía un gigante hecho pedazos y vuelto a juntar por manos inexpertas», un tipo literario que ha nutrido el imaginario colectivo de generaciones de lectores y espectadores, y que, lejos de haber nacido a orillas del Sena, fue español en su origen. Así lo atestiguan ínclitos biógrafos como Paul de Saint-Victor, André Maurois o Pompeyo Gener, que llegó a asegurar que «nuestro suelo y nuestro sol forjaron el alma de Victor Hugo», el primer grande de España… nacido en Borgoña.
Cuando Victor Hugo, el pequeño de sus hijos, vino por primera vez a España, vivió en nuestro país durante un año, tiempo suficiente para que nuestras gentes dejasen indeleble huella en él, al punto de hacer de la nuestra su 'patria dramática'. El general Jóseph Leopold Hugo, al servicio de José Bonaparte, era por entonces gobernador militar de Madrid y jefe de Estado Mayor del mariscal Jourdan. Llegó en plena Guerra de la Independencia, cuando, a la altura de Hernani, la columna de tres mil hombres, protegida por una fuerte escolta, en que marchaban él, su madre y sus dos hermanos fue asaltada por unos guerrilleros comandados por un joven que ocultaba un traje de caballero bajo la manta y que al grito de «¡Deteneos! Yo no combato a mujeres ni a niños» impidió que sus compañeros desencadenasen la tragedia. El convoy en el que iba el carruaje llevaba el 'tesoro', los doce millones de oro que el emperador enviaba cada trimestre a Pepe Botella. Así, Hugo creó en Hernani el bandolero caballeresco que representa al pueblo español libre que se rebela contra Carlos V, una suerte de Rodrigo Díaz de Vivar criado en las montañas de Aragón, impetuoso e impulsivo. Lo mismo ocurre con Triboulet, el protagonista de El rey se divierte, que al igual que Quasimodo y de otros personajes deformes del repertorio de Hugo, nació de un molde real: Corcova, el 'despertador' del Colegio de San Antón, actual sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, un bedel deforme, pero a su vez mezcla de fuerza, valor y agilidad.
Efectivamente, Sophie y sus hijos llegaron a Madrid el 16 de junio de 1811, donde fueron recibidos por su cuñado, el coronel Luis Hugo, quien los instaló en el palacio Masserano, en el nº 8 de la calle de la Reina –hoy desaparecido–. Allí, el pequeño Victor Hugo se dejó impresionar por el rococó de las decoraciones platerescas y compartió juegos con Pepita, la hija de la marquesa de Montehermoso, una de las muchas amantes del rey don José, quien nombró grande de España al marido burlado. Pepita tenía dieciséis años y Victor no había cumplido diez, cuando se enamoró de la muchacha, a la que pretendía un capitán; así lo refiere en El arte de ser abuelo: «Todo aquello, falda de muaré,/chaquetilla de torero/terciopelo azul, encaje negro,/bailaba en un rayo de oro./ Y casi era ya una dama/esa Pepita de mis amores./La indolente tenía su alma/bajo su codo de terciopelo./Palpitaba yo en su estancia/como un nido ante el gavilán./Tenía un collar de ámbar,/un rosal en su ventana».
El salón de lectura del palacio, en el entresuelo de la vivienda, contaba con libros de Rousseau, Voltaire, Montesquieu, Restif de la Bretonne, Crébillon hijo, Parny, Faublas y Choderlos de Laclos y 'Las amistades peligrosas', volúmenes impropios de su edad, pero que los hermanos Hugo devoraban a todas horas –Eugène llegó a ser poeta–. El 11 de julio, el general Lafon-Blainac ordenó a la señora Hugo llevar a Eugène y a Victor al Colegio de Nobles o Colegio de San Antón, donde su padre había reservado ya dos plazas de internos. Allí, ambos fueron arrojados en incontables ocasiones al fondo de las galerías, donde apenas llega la luz. Para empeorar las cosas, a Sophie le fue vetada la entrada. Mientras, sus padres se encontraban inmersos en un proceso de divorcio, acentuado por las intrigas políticas antinapoleónicas de Sophie con el general de La Horie y los amores de Jóseph Leopold con la seudo-condesa de Sálcano –en realidad una vieja prostituta llamada Catherine Thomas–, infidelidad que le servirá a la madre del autor, la 'generala', para ganar el pleito y la custodia de sus hijos. Ella era, efectivamente, la misteriosa 'dama velada', la «dama del vestido pardo», cuya conspiración antibonapartista se tejía subrepticiamente.
Fue aquel un año de extrema dureza, con maestros como don Basilio, «estatua de marfil amarillento», y don Manuel, «lleno de grasas e hinchado de placidez». En el dormitorio comunitario de dimensiones desproporcionadas, cada mañana los niños eran despertados por Corcovita, el jorobado de facciones deformes y de buen corazón, que simpatizó con los dos colegiales franceses, acosados por un adolescente valentón, el vizcaíno Elespuru, que mordía y golpeaba constantemente a los dos niños cuando Corcovita bajaba la guardia. Victor recuperó a este pesadillesco mancebo, dieciséis años más tarde, convirtiéndolo en uno de los locos de Cromwell. Lo cierto es que aunque los padres de aquellos niños españoles en apariencia aceptaron al rey José, los vástagos no podían fingir sus sentimientos hacia el invasor, el usurpador Napoladrón. Por eso y por otras anécdotas, Victor Hugo siempre fue sensible al ardiente patriotismo del pueblo español. Así lo refleja Pierre Audiat, cuando en Ainsi vécut Victor Hugo (1947) explica que «La reprobación que mostrará toda su vida hacia las conquistas debidas a la fuerza únicamente tiene, sin duda, por origen su visión de España activa bajo un yugo que la abate, pero no la doma». Incluso, escribe estos versos en 1811 donde podemos advertir la misma animadversión compartida por el propio Goya hacia los vencedores: «Tiempo en que Napoleón, el toro furioso,/por el inmenso y glorioso redondel,/donde el polvo vuela en olas,/cazaba y perseguía con cornadas en los flancos/rajando y pisoteando las tripas sangrientas/al heroico rocín español».
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