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Ilustración de Scafati para una edición de 'El castillo', de Kafka, del sello Sexto Piso.
Viajes a mundos atípicos e irreconocibles

Viajes a mundos atípicos e irreconocibles

Libros ·

Orwell es el referente ineludible del género distópico cuyo precursor fue Franz Kafka, en cuyos inquietantes textos anida siempre la profecía

Fermín Herrero

Valladolid

Sábado, 18 de abril 2020, 08:48

Después de un mes encerrado, cuando nada más levantarme abro la ventana de la habitación para que se airee, me abalanzo sobre el alféizar como para coger aire y saco medio cuerpo para asomarme a la calle, aún me sobresalto del silencio y la soledad absolutos, pese a que sean ya habituales, y, como el primer día, me vienen a la cabeza imágenes cinematográficas y pasajes literarios relativos a obras que recrean un mundo atípico e irreconocible, indeseable, lo que se conoce en narrativa como distopía.

En esto, como en tantas cosas, bien puede considerarse precursor al escritor checo, en alemán, Franz Kafka, en cuyos inquietantes textos anida siempre, bajo forma de parábola, tal y como aprendió de los relatos jasídicos, la profecía. El oscuro oficinista de seguros de Praga intuyó muy bien que el nihilismo y la alienación iban a conducir a la pérdida de identidad del individuo contemporáneo y a la deshumanización general del mundo en tres de sus obras cumbre: 'El proceso', 'El castillo' y 'La metamorfosis'.

Pero si alguna obra es un referente ineludible en lo que a invención de un mundo distópico se refiere ésa es sin duda '1984' de George Orwell, paradigma del subgénero de la novela de anticipación, que normalmente suele incluirse dentro de la ciencia ficción, cuyo destacable pionero tal vez sería Jack London con 'La plaga escarlata'. Orwell le vio las orejas al lobo del comunismo cuando se alistó como voluntario en las Brigadas Internacionales y estando destinado en el frente de Aragón fue testigo de la batalla intestina de la República en Barcelona, tal como reflejó espléndidamente en 'Homenaje a Cataluña'. Luego vertió su visión del estalinismo en la terrible fábula 'Rebelión en la granja' para crear, al cabo, un mundo sin individuos ni libertad en su emblemática novela.

Y aunque sus predicciones no se cumplieron al pie de la letra, la sociedad occidental sí que se ha encaminado hacia donde se temió, sólo hay que ver la figura del Gran Hermano, que ha colonizado las televisiones, con lo que conlleva de pérdida de la privacidad, que ha ido en la realidad actual incluso más lejos de lo que vislumbrase Orwell, al exponerse voluntariamente por el vil metal y en aras del espectáculo. Lo mismo cabe decir respecto al control social, cada vez más agudizado vía tecnológica, y al control estatal, amenaza que está aquí, máxime con el afianzamiento del férreo poder chino, que aumenta en cada crisis del sistema, pese al fracaso final de las dictadura burocráticas en el Este de Europa.

También atinó de lleno 'Un mundo feliz' de Aldous Huxley, especialmente en cuanto a los vertiginosos avances en genética y al vaticinar que la autocomplacencia generalizada nos conduciría a la molicie y a una desafección apática ante la propia cultura, como de hecho sucede en nuestra sociedad del bienestar, incrementada exponencialmente por el narcisismo que propagan las redes sociales; o 'Farenheit 451' de Ray Bradbury al predecir el fin de una civilización cuyo sostén del conocimiento y la sabiduría era libresco, pues ni que decir tiene que la desaparición de la literatura tal y como se ha entendido hasta ahora parece cercana.

Con el primer vistazo diario a la calle se me han agolpado algunas imágenes insólitas vistas por la tele en estos días de cuarentena social: una pareja de elegantes corzos de paseo nocturno bajo el Acueducto de Segovia, un oso husmeando en la callejuela de un pueblo, creo que leonés, una piara bastante bandolera de jabalíes hozando en un polígono industrial. El inicio del confinamiento me pilló por casualidad enfrascado en la novela de Jean Hegland 'En el corazón del bosque', distopía medioambiental muy recomendable, la historia de dos hermanas que sobreviven al derrumbe total del mundo, primero energético y luego en todos los órdenes, con virus asesinos incluidos, muy bien tramada y resuelta, con un desenlace tan inesperado como turbador.

No he leído novelas específicamente de virus, que son legión, como 'Apocalipsis' de Stephen King, 'Némesis de Philip Roth, 'Pandemia' de Wayne Simmons o 'Epidemia' de Robin Cook, pero la situación, por ahora, se asemeja más, con el antecedente clásico de Tucídides, al soberbio 'La peste' de Albert Camus y al interesantísimo, aunque mucho menos conocido 'Diario del año de la peste' del autor de 'Gulliver' (con elementos en cierta manera distópicos) Daniel Defoe.

Esperemos que esta reclusión obligatoria nos permita reflexionar sobre el sinsentido de la aceleración exponencial creciente de nuestra sociedad, expuesta a llegar, de seguir por este camino, a una situación límite en la que todo se venga abajo, como sucede en la novela de Hegland. Puede que el retiro nos haga vislumbrar el riesgo que comporta llevar a sus extremos de abundancia caprichosa y despilfarro insensato la lógica materialista del placer inmediato a costa de lo que sea, sin calibrar ni tener en cuenta sus consecuencias.

Da la sensación, aunque de momento el colapso sea sanitario y la tragedia sólo roce a quienes no han sido afectados ni han tenido infectados cercanos, de que nuestro comportamiento social globalizado, hiperespecializado, hipercompetitivo, hiperexplotador e hiperdestructivo, que no puede de ninguna manera pararse en la carrera exasperada que ha emprendido desde un determinismo tecnológico, ha despertado la hibris y una vez desatada, esperemos que no, será imposible detener las amenazas varias que nos llevarán a distopías cada vez más severas, que grandes escritores han anunciado como advertencia precautoria.

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