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C. A.
Lunes, 29 de abril 2024
Octubre de 1993. En un altercado de la policía rusa por medio, en pleno proceso de implantación de la Perestroika, coinciden en Moscú una joven médica y una joven periodista. Las dos tienen la misma edad y la misma curiosidad por comprobar, como sospechan, que ... la realidad de la gran Rusia, entre Moscú y Vladivostok, es muy diferente de la que se vive en la capital de la recién clausurada Unión Soviética. Treinta años después, las dos escriben a cuatro manos 'En el Transiberiano. Una historia personal del tren que forjó un imperio' (Reino de Cordelia), el libro que se presenta este martes, 30 de abril (19:00 horas) en la librería Oletvm.
La forja de un imperio, pero también la de una relación, entre Sara Gutiérrez (Oviedo, 1962) y Eva Orúe (Zaragoza, 1962), construida en una vía paralela por la que discurría la historia del gigante ex soviético, pero también de la anterior Rusia de los zares, que consideraron este ferrocarril clave para la unidad de un territorio inabarcable. En el momento del encuentro en Moscú, Sara Gutiérrez acababa de completar su formación como oftalmóloga en el Instituto de Microcirugía Ocular de Moscú, tras haber estudiado Medicina en España y en Ucrania. Y Eva Orúe era corresponsal de Onda Cero en Rusia. La primera formaría parte después del equipo del Instituto Fiodórov, y escribiría obras como 'El último verano de la URSS' (2021), además de traducir a autores como Tolstói, Gorki, Nikolái Leskov, Vsévolod Garshin o Irina Chmireva. La segunda, periodista de larga trayectoria en prensa, radio y televisión, recibiría dos años después el premio del Club Internacional de Prensa por sus trabajos sobre la nueva Rusia, y escribiría, además, en solitario, 'La segunda oportunidad' (2003), además de ser la actual directora de la Feria del Libro de Madrid. Juntas, antes de éste, firmaron en 1997 'Rusia en la encrucijada', un título que hoy se lee, en plena guerra de Ucrania, como auténticamente revelador sobre lo que podría ser el futuro del coloso ruso.
Dos vías, «una personal y otra histórica», para evocar aquel viaje, iniciático en todos los sentidos. «El Transiberiano –dice Eva Orúe– es un tren que, como tal, no existe, sobre el que se ha escrito mucho. Por eso nunca nos propusimos escribir 'la' historia del Transiberiano, si acaso, abordar 'una' historia del Transiberiano, la nuestra. Y yo acomodo la historia del tren y cuento cómo los zares entendieron que sin tren no habría Imperio; cómo durante la Primera Guerra Mundial, tras la Revolución de Octubre y la guerra civil subsiguiente, la línea se convirtió en un campo de batalla; cómo los bolcheviques hicieron del tren una herramienta de propaganda, pero también un medio de castigo y en un instrumento de progreso; cómo la red siberiana creció con la construcción del segundo transiberiano (el BAM, Baikal-Amur Maguistral) y de otras líneas más allá de los Urales; cómo el tren facilitó la colonización de Siberia; cómo el hecho de que, por ahorrar kilómetros, atravesara Manchuria propició una guerra; lo mucho que dependió de mano de obra esclava y forzada… y hasta qué punto el futuro de Rusia depende de esta gran ruta siberiana que hizo del país un Imperio». Pasado inmediato en la concomitancia del presente absoluto.
«Partimos de un Moscú ultraliberal –afirma Sara Gutiérrez–, en el que todo escaseaba, la inflación y la miseria crecían a diario, pasamos por enclaves puramente soviéticos y llegamos a un este influenciado por China y Japón en el que se respiraban aires de cambio más dinámicos que los de la capital. Y en lo que a nosotras respecta, estábamos construyendo una relación que formaba parte de lo prohibido, de aquello que debía mantenerse en la clandestinidad, y que, por tanto, de prosperar, supondría cambios importantes en nuestras vidas».
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