Vanessa Montfort y el veneno de agua bendita que mató a 600 hombres en la Roma del siglo XVII
La autora de 'La Toffana', un thriller detectivesco de época, presenta este martes su novela en El Corte Inglés
Dice Vanessa Montfort que la protagonista de su último libro está considerada como la primera asesina en serie de la historia. Giulia Toffana fue una boticaria («científica, justiciera») que, en febrero de 1658, fue detenida bajo la acusación de ser la madrina de una red de crimen organizado femenino que se rebeló contra el Estado de Roma. En unos años en los que las mujeres veían recortados sus derechos, se abrió un resquicio para acabar (a través del asesinato) con los hombres que las tenían sometidas, que las maltrataban y obligaban a parir o a abortar. Ese poderoso personaje (La Toffana), las mujeres en torno a la boticaria y el inquisidor que las persigue son los protagonistas de 'La Toffana' (editorial Espasa), novela ganadora del Premio Primavera de Novela que su autora, Vanessa Montfort, presenta este martes 27 de mayo, a las 19:00 horas, en la tercera planta de El Corte Inglés de Valladolid.
-¿Cómo conoció a la Toffana?
-Por una completa casualidad. María Herrero, directora de teatro con la que ya había colaborado, me vino a ver y me dijo que, rastreando sobre venenos, se había encontrado con una referencia fantástica, la de una alquimista del siglo XVII que fabricaba venenos que luego utilizaban las mujeres de la época para enviudar. Aquello me puso los ojos…
-Como platos.
-Tal cual. Ahí había una historia muy atractiva, así que nos pusimos a investigar con la intención, primero, de escribir una obra de teatro. El problema era que no se conservaban apenas documentos. Descubrimos, eso sí, que esos venenos (que mataron a más de 600 hombres) se repartían, vía confesionario, como si fueran frasquitos de agua bendita, en una de las iglesias más famosas de Roma. Era una pócima bendecida por la Virgen Negra y que se ocultaba en frasquitos de agua de San Nicolás, almacenados en la cripta de Sant'Agnese.
-Ahí había una historia, claro.
-Y así hicimos la obra de teatro. Pero yo me quedé obsesionada. Y empecé a rastrear más la figura de Giulia Tofana, esta mujer alquimista. Escribí al Archivo de la Ciudad de Roma, para pedir cualquier documento que pudieran conservar de ella: su acta de nacimiento, de defunción… Mi sorpresa fue que allí tenían guardadas las transcripciones del juicio a la que le sometió la Inquisición. Un estudioso del siglo XIX había trabajado en ese caso y se encargó de transcribir todo el proceso. El resultado eran 1.640 páginas. En el archivo me dijeron que, después de un investigador de Michigan, era la segunda persona en el mundo que se había interesado por ese expediente. A partir de él empecé a construir la novela, con una novedad…
-¿Cuál?
-La figura del inquisidor. Me di cuenta de que el investigador, Stefano Bracchi, y la persona a la que investigaba no son tan diferentes. Los dos consideran que tienen una misión. Ella, la venganza. Él, la intención de restablecer el orden divino. Es verdad que sobre la personalidad de ellos no hay rastros históricos, pero ahí es donde entra la literatura. Los escritores tenemos la capacidad de llenar con ficción esos puntos ciegos que deja la Historia.
-El trasfondo de la investigación es una lucha contra unas supuestas prácticas paganas.
-Asociadas con la Virgen Negra. La Iglesia estaba preocupada por ese supuesto culto pagano que se estaba extendiendo entre las mujeres de Roma… y con mujeres de muy diversas clases sociales. Al final, detrás estaba ese veneno que conseguían muchas mujeres para deshacerse de sus maridos. En muchos casos eran mujeres maltratadas, casadas con hombres que las veían como un objeto más que solo les servía para su satisfacción, para tener un hijo detrás de otro. Giulia vio de joven la ejecución de su madre, asesina confesa de su marido maltratador.
-Hay en el libro un interesante paralelismo entre la mujer y la luna.
-Eso es.
-Podemos leer que las mujeres estaban condenadas a gravitar alrededor del sol y a mostrar solo la cara que los hombres deseaban ver.
-Era muy tentador introducir a Galileo en esta historia, porque se trata de esa época. Europa vivía un resurgir del humanismo y de la razón, pero, al mismo tiempo, un retroceso en los derechos de la mujeres.
-»Mientras Leonardo pintaba, Palestrina componía y Shakespeare escribía, las brujas se quemaban».
-¿Cómo es posible, verdad? En un siglo en el que se extiende el conocimiento hacia el universo y hacia el interior del ser humano, con tantos avances… había un importante retroceso en derechos fundamentales que afectaba sobre todo a las mujeres.
-No suena muy ajeno de la actualidad.
-Es así. Lo estamos viendo ahora. En la novela, yo no juzgo a mis personajes. Eso queda en manos de los lectores. De hecho, en la obra de teatro poníamos unas urnas a la salida para que el espectador dijera si eran culpables o inocentes. El autor no juzga, presenta los hechos para que luego cada cual saque sus conclusiones, pero sí que se puede establecer esa lectura con lo que ocurre hoy en día.
-Lo explica con otra frase del libro: «Hay que preguntarse si hay que curar al enfermo o a la enfermedad. Porque a lo mejor la enfermedad es de la sociedad y no del cuerpo».
-Totalmente. Fíjate que en aquella época, donde la alquimista se mueve entre la medicina y la magia, a muchas mujeres se las consideraba brujas. Eran mujeres solteras, con conocimientos, que vivían solas y no se sometían a las normas sociales… Por eso me interesaba tanto esta historia.
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