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Se llama Eulalia, trabajó como enfermera en la consulta privada de su marido doctor y ahora, con poco más de setenta años, acaba de quedarse viuda. Vive en la calle López Gómez y un día, caminando por la plaza de Santa Cruz, decide entrar en ... el palacio, donde se imparte un curso sobre el Beato de Liébana, un monje que en el año 776, en el monasterio de Santo Toribio (en el valle de Liébana, Cantabria), publicó un volumen trufado de ilustraciones con comentarios al Libro del Apocalipsis de San Juan.
Este pequeño gesto transformará para siempre la vida de Eulalia, un personaje de ficción que se mueve por 'El cantar de Liébana', la última novela de Peridis, que convierte a Valladolid y uno de sus mayores tesoros en protagonistas de la trama.
Peridis, arquitecto, viñetista y escritor tardío ha elegido el Beato de Valcavado –el libro más antiguo que custodia la Biblioteca Histórica de Santa Cruz– como detonante para una novela que entrelaza una trama actual (la de esa mujer vallisoletana que vuelve a estudiar) con varios episodios históricos (los de la vida de Beato, un monje que en el siglo VIII luchó contra la herejía desde las montañas de Cantabria).
«Yo soy lebaniego y dibujante, así que, por curiosidad histórica y patriotismo local tenía que escribir este libro», dice José María Pérez González 'Peridis' (Frama, Cabezón de Liébana, 1941), quien buceó en archivos y estudios para crear el armazón histórico de la novela. «Menéndez Pelayo ya citaba a Beato en 'Los heterodoxos españoles'. Ambrosio de Morales, una figura clave para Valladolid, al servicio de Felipe II, también. Y luego está Umberto Eco, que consideraba los beatos como las expresiones gráficas más portentosas de la Edad Media».
Beatos en plural, sí. Porque ese manuscrito original que Beato publicó en 776, como un modo de enfrentase a la herejía adopcionista de Elipando, arzobispo de Toledo, se extendió, especialmente por el norte de España, a través de réplicas valiosísimas. «Mucha gente piensa que todos los beatos se hicieron en Liébana y que salieron de la mano de Beato. Y no», cuenta Peridis.
«La forma de reproducir el manuscrito, pues la imprenta no se había inventado aún, fue ir pasando por diversos monasterios para que los monjes lo copiaran», explica Leticia Santos, directora de la Biblioteca Histórica de Santa Cruz, donde se conserva una de esas reproducciones. «Se sabe de la existencia de unos 31 beatos, de los que en la actualidad se conservan unos 25». De algunos, apenas quedan fragmentos. Otros no presentan ilustraciones.
Por eso, el que se custodia en Valladolid es uno de los más apreciados y valorados. Está completo. Es de estilo mozárabe y letra visigótica. Realizado en pergamino. Y contiene 87 ilustraciones o miniaturas, que es como se llaman las ilustraciones de los manuscritos medievales por el 'minium', un óxido de plomo de color rojo que se utilizaba como pigmento en las tintas.
Y algo muy importante: se halla en buen estado de conversación,«lo que lo convierte en una representación única de pintura medieval», resalta Santos, quien recuerda que este es el manuscrito más antiguo de la colección de Fondo Antiguo de la Universidad de Valladolid.
«Para nosotros es una gran responsabilidad el cuidado de una obra única y con semejante trascendencia», comenta. «Durante casi 500 años, el libro de Beato se convirtió en el códice más suntuoso, prestigioso e iconográficamente exuberante de todos los manuscritos hispanos», defiende Peridis.
Así, de esos beatos que se replicaron a lo largo de la Edad Media (entre los siglos VIII y XIV, con adaptaciones estilísticas a cada momento: románicos, mozárabes...), Valladolid conserva uno de los más valiosos.
«Cuando la Universidad de Valladolid me hizo honoris causa, me honraron con un facsímil del Beato de Valvacado. Así que, al tenerlo a mano, fue una fuente de inspiración para esta novela», explica Peridis, quien presentará 'El cantar de Liébana' el próximo 23 de marzo, junto a Germán Delibes, en el Círculo de Recreo de Valladolid. Peridis nació en Cabezón de Liébana, «a solo dos leguas del monasterio», pero cuando tenía tres años su familia s mudó a Aguilar de Campoo (su padre era guarda forestal). «Aunque yo iba a pasar los veranos a Potes, en la casa de un ferretero amigo de mi padre, al que le llevaba vino de Cigales y Corcos». Peridis se hizo arquitecto. «Y eso me llevó a la Historia del Arte». Pero la novela llegó de forma tardía a su vida, hace apenas unos años. «La escritura ha sido como un cohete en el culo en los últimos años de mi vida, para seguir subiendo y que no se apague la mecha de la ilusión», asegura. «En la vida salimos con un cohete, pero luego, la rutina y el esfuerzo, las decepciones y las tragedias lo van apagando. No hay nada mejor que una actividad creativa para reponer la energía y mantener el entusiasmo vital». Yun ejemplo, dice, es Eulalia, la protagonista de su novela, que pasados los 70 vuelve a estudiar.
Es el Beato de Valcavado, llamado así porque fue copiado, entre el 8 de junio y el 9 de septiembre del año 970, en el desaparecido monasterio de Nuestra Señora de Valcavado, en la provincia de Palencia, en un recodo del río Carrión, cerca de Saldaña. «El monasterio se levantó en tiempos del rey godo Chindasvinto y allí se refugiaron los obispos palentinos a partir de la destrucción de la ciudad por los musulmanes en el año 717», cuenta Peridis, quien asegura que, después de la Biblia, el de Beato fue el libro más reproducido de la Alta Edad Media.
En el caso concreto de este de Valcavado, «sabemos que fue copiado por el monje Oveco porque la segunda ilustración del libro es una página-tapiz en la que, mediante un acróstico, se indica el nombre de quien lo mandó copiar: Sempronio, el abad del monasterio de aquella época. «En el reverso del laberinto –explica Santos– se encuentra la firma del autor, con el texto:'Esta obra fue encargada por el citado abad Sempronio a instancia suya yo indigno Obeco, humilde pero obediente, pinté. Ruego un recuerdo'».
Peridis cuenta en su novela cómo este tesoro llegó a Valladolid. «El rey Felipe II recurrió a Ambrosio de Morales (1513-1591), cronista regio, historiador y arqueólogo, para que le ayudara a dotar a El Escorial de una biblioteca sin parangón». Comenzó así una batida por los reinos de León, Galicia y el Principado de Asturias para «recoger reliquias, libros y documentos artísticos, en monasterios y catedrales, para las colecciones de reales de El Escorial».
Ambrosio de Morales trajo el Beato de Valcavado a Valladolid y lo depositó en el colegio de jesuitas de San Ambrosio. Cuando por orden de Carlos III se expulsó a los jesuitas de España (en el año 1767), aquella biblioteca pasó a la Universidad de Valladolid, que es donde se custodia hoy.
Y se hace, además, con unas estrictas medidas de seguridad. La conservación del ejemplar implica su depósito en una zona reservada, dentro de un estuche elaborado exclusivamente para este volumen y fabricado «con un material resistente a la oxidación, libre de ácido y con reserva alcalina», para protegerlo ante posibles partículas de polvo o contaminación.
Aunque hay muchas solicitudes de investigadores (deben completar una documentación antes de la autorización), apenas es posible –para protegerlo mejor– consultarlo de forma física. Para ello, se han confeccionado diversos facsímiles que permiten a los investigadores acceder a una copia idéntica del original. Pero, además, el volumen se ha digitalizado por completo, por lo que se puede consultar a través de Internet.
«Se realizan peticiones periódicas para la publicación, sobre todo de ilustraciones en libros de diferentes temáticas», cuenta Santos, quien recuerda que la publicación debe ser autorizada por la Dirección de la Biblioteca Histórica y la Secretaría General de la Universidad, que suele facilitar imágenes de alta calidad.
Entre las investigaciones llevadas a cabo con el Beato de Valcavado, resalta por su trascendencia la llevada a cabo por Fernando Rull, catedrático e investigador del Grupo de Astrobiología ERICA. Rull analizó los pigmentos del beato mediante un espectómetro láser Raman, que se diseñó expresamente para esta función, ya que el libro no podía salir de la biblioteca y los espectómetros disponibles eran demasiado grandes para que entraran en ella.
Gracias a este aparato –que le dio la pista para luego diseñar el instrumento Raman de la misión ExoMars, destinada a analizar la superficie del planeta Marte– se han despejado varias dudas sobre este valiosísimo libro. «Ahora sabemos que la gama de colores utilizados se obtuvo a partir de la combinación de minerales de la zona, como azurita, malaquita y, sobre todo, cinabrio (rojo), que al ser especialmente escaso se utilizaba para representar figuras importantes».
«Las ilustraciones eran fundamentales, porque eran la mejor forma de combatir la herejía en un mundo donde muy poca gente sabía leer. Los dibujos servían para explicar mejor el Apocalipsis», cuenta Peridis, quien en el libro glosa la figura de Beato de Liébana, un monje con problemas de dicción («era tartamudo»)que se apoyaba en Eterio, obispo de Osma, para ayudarle a comunicarse mejor. Y esos personajes, entrarán en la vida de Eulalia, la vallisoletana que, gracias al Beato de Valcavado, cambia su vida en el último libro de Peridis.
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