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Edurne Portela, en las montañas entre Oiartzun y Lesaka, con el collado de San Ignacio al fondo

Tras los pasos de Maddi, heroína contra los nazis

Edurne Portela presenta este lunes en El Rincón de Morla su libro, donde da voz a Josefa Sansberro, que ayudó refugiados a cruzar la frontera en la II Guerra Mundial

Lunes, 15 de mayo 2023, 00:16

En un mediodía soleado de febrero, el collado de San Ignacio está prácticamente desierto: solo se ve a tres operarios que reparan el trazado del tren de cremallera, un ferrocarril pequeñito y casi centenario que trepa hasta lo alto del imponente pico Larrun. Justo enfrente ... de la estación está el bar-restaurante Le Pullman, que anuncia su 'servicio non-stop' y su menú 'hamburguesa auténtica', pero ahora mismo está cerrado por temporada baja. Y, a unos pocos metros, se encuentra la capilla de San Ignacio, pintada en rojo y blanco con es. Se respira tanta paz en este paraje silencioso que resulta difícil evocarlo tal como era allá por la Segunda Guerra Mundial, cuando los nazis establecieron en lo alto del Larrun una especie de siniestra fortaleza y el trenecito turístico se convirtió en su transporte de materiales y armamento.

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El Pullman, que aún no se llamaba así, era un hotel de seis habitaciones, del que se habían adueñado en exclusiva los mandos del Ejército alemán. Y al frente del establecimiento estaba Maddi, María Josefa Sansberro, una guipuzcoana de Oiartzun que servía la comida a aquellas odiosas tropas de ocupación... y se dedicaba, bajo sus mismísimas narices, a pasar refugiados al otro lado de la frontera.

Los mandos nazis se habían reservado en exclusiva el hotelito que regentaba Maddi

«Fue una mujer que hizo lo que nadie esperaba que hiciera. Vivió en contra de las exigencias y las expectativas de una sociedad que encasillaba a las mujeres en un rol», comenta la escritora Edurne Portela, que ha dado voz a aquella mujer valiente y contradictoria en su nueva novela, 'Maddi y las fronteras', que presenta hoy lunes en la librería vallisoletana El Rincón de Morla (19:00 horas).

Lo del valor no necesita mucha argumentación: por algo la nombraron a título póstumo subteniente del Ejército de la Francia Combatiente y reconocieron con una medalla sus servicios frente a los nazis. En cuanto a las contradicciones, destaca el detalle de que, pese a su profunda fe católica, Maddi se divorciase de su primer marido. A partir de entonces, se acercaba todos los domingos a recibir la comunión, aunque sabía que el cura se la iba a negar delante de todo el pueblo por haber roto el matrimonio. Y, pese a aquella devoción tozuda, muchos de sus convecinos la tuvieron por colaboradora de los nazis no solo en el plano político, sino también en otro mucho más íntimo: solían apodarla 'izter arina', que viene a significar 'muslo ligero'.

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Maddi había llegado al collado de San Ignacio en 1928 o 1929, ya divorciada, para hacerse cargo del hotelito. «Esta es una zona de paso con una tradición de contrabando enorme y ella se incorpora a esa estructura y se maneja muy bien en ese terreno. Pasa café o aceite desde España y también puede sacar algún beneficio llevando desde Francia cositas como medias de seda, puntillas o incluso piedras de mechero y alfileres, que se podían comprar en Baiona o San Juan de Luz. Aquí la gente ha combatido siempre la imposición artificial que, al fin y al cabo, significa una frontera», relata Portela.

En el gallinero

Del mismo modo que los aranceles impulsaban el tráfico ilegal de mercancías, los conflictos bélicos fueron empujando hasta la frontera a personas desesperadas: muchos contrabandistas actuaban también como mugalaris, guías que conocían los caminos secretos de la montaña. En la Guerra Civil, Maddi ya empezó a ayudar a huidos que deseaban cruzar a Francia. En la Segunda Guerra Mundial, el tránsito cambió de sentido, con pilotos aliados que habían caído en territorio enemigo y judíos que escapaban del nazismo.

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La audaz guipuzcoana escondía documentos en el gallinero, debajo de los excrementos de las aves, donde suponía que nunca iban a mirar aquellos nazis arrogantes a los que no le quedaba más remedio que hospedar. Y, al atardecer, se escabullía para recoger a algún grupo de refugiados, ocultos en los alrededores, y conducirlos en la arriesgada caminata hacia el Bidasoa y más allá. «Era fundamental el cambio de alpargatas cada cuatro horas o así, porque se quedaban destrozadas. Dentro de la logística, resultaba esencial que alguien comprara alpargatas sin llamar la atención. No podemos ni imaginarnos lo que era caminar por aquí con aquel calzado», detalla Portela.

La autora conoció la figura de Maddi gracias a dos vecinos de Oiartzun, Joxemari Mitxelena e Izarraitz Villaluce, que se habían dedicado durante años a indagar en su rastro y dar forma a su huidizo perfil. A base de bucear durante horas y más horas en archivos físicos y digitales, acabaron recopilando un tesoro de más de siete mil documentos, pero además se dedicaron a conversar con todo aquel que guardase recuerdo de Maddi. Después, depositaron toda aquella información en manos de Edurne Portela para que diese a la olvidada figura histórica «el relieve que merecía». La escritora no oculta que albergó dudas: «Me di cuenta de que ahí había una historia maravillosa, pero no sabía cómo contarla, porque hay tantos vacíos...».

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El lenguaje de las sábanas

La incertidumbre terminó de disiparse cuando recorrió con Joxemari e Izarraitz los mismos parajes por donde caminó Maddi. No es de extrañar que aquello le brindara el empujón definitivo, porque se trata de dos guías excepcionales, capaces de distinguir en el paisaje actual los vestigios y los mensajes del pasado.

Y, envueltos en la noche, avanzan Maddi y los demás mugalaris con sus códigos ancestrales: «Bajaban por ahí, por la Cuesta de la Muerte, muy empinada, y desde arriba ya veían dónde tenía colgadas las sábanas este caserío: eso les indicaba por dónde tenían que ir. Aquí nunca había un solo plan: además del A, siempre tenían un plan B, un plan C...», explica Mitxelena.

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Casi no hace falta aclarar que Joxemari también ha probado a recorrer alguna de estas rutas a pie y de noche, tal como lo hacían aquellos grupos a través de una zona tremendamente vigilada. «No estamos acostumbrados a eso. Lo oyes todo. Pisas un palo, cruje y te parece la leche. El sonido de los búhos impone. Ya de día da un poco de yuyu meterte por algunas partes del bosque, pero de noche acojona. ¡Imagínate llevando a diecisiete judíos asustados y con aquellas alpargatas destrozadas!», describe. ¿Por qué lo hacían, por idealismo o por el dinero que cobraban? «Yo no quería hacer de Maddi una superheroína: era una mujer muy valiente, con una conciencia de lo que estaba bien y lo que estaba mal, pero también se ganaba la vida», apunta Portela.

Maddi, pieza clave en varias redes de evacuación clandestina, acabó cayendo, arrestada por la Gestapo tras una delación. La última parte de su registro documental da cuenta de un itinerario funesto: deportada en los vagones de ganado del 'tren fantasma', uno de los últimos que salieron de Francia tras el desembarco de Normandía, pasó por Dachau, Ravensbrück, la fábrica de baterías Petrix y Sachsenhausen.

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