
Vicente Todolí
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Vicente Todolí
El historiador y comisario de arte Vicente Todolí se mueve a sus anchas en su huerto de cítricos de Palmera (Valencia), un edén frutal en el que hay quinientas variedades distintas, algunas de ellas resultado de mutaciones espontáneas. Aquí pasa una parte exigua de su tiempo, el que le dejan sus compromisos con el Centro Botín y la fundación Pirelli HangarBicocca. Ha encontrado en este lugar su refugio, lejos de la ciudad, que no puede soportar debido a su agorafobia. Acaba de publicar 'Quisiera crear un jardín (y verlo crecer) (Espasa) unas memorias sobre su carrera.
-Este es su jardín y también su museo particular. ¿Es el espacio más libre en que puede estar?
-Absolutamente, porque cuando creas un museo, es como un radar con un pie anclado en la tierra, en la comunidad, y otro en el universo. Aquí, los objetivos los he planteado yo, y pueden cambiar constantemente. Se ha convertido en un universo en expansión y crecimiento, porque va cambiando constantemente.
-Llama la atención que en su libro dice que, cuando dirigía la Tate Modern, se hablaba poco de arte y mucho de cifras y negocios.
-Sí, era increíble. Mis colegas me tomaban por loco y me llamaban 'Maverick', el tipo fuera de la manada. Yo no me callaba, lo soltaba, pero luego muchos venían y decían: «De puta madre». Pero al final, solo me atrevía yo.
-¿Se considera una 'rara avis' en el mundo del arte?
-Me siento cómodo siendo un inconformista y un disidente, un 'maverick'. Como decía Groucho Marx: «Nunca me gustaría pertenecer a un club que me aceptara como miembro». No me gusta ser parte de nada. Me agrada estar al margen, aunque también soy sociable con la gente que me interesa. Pero en general soy agorafóbico. Cuando vivía en Londres, en Golden Square, huía de Oxford Street. Me resultaba insoportable. No puedo ir a Las Fallas, no soporto el metro. Me gusta estar solo. Me disgustan las masas y los grupos.
-¿No echa de menos vivir en la ciudad?
-Paso el 80% de mi tiempo viajando. Vivo en hoteles más que aquí. No echo de menos la ciudad, absolutamente nada. La única ciudad que me gusta es Tokio, a donde voy dos veces al año. A pesar de su tamaño, no se percibe como una gran urbe. Es otro universo.
-También es un apasionado de la luz.
-Para mí, la luz es fundamental. En la Biblia se dice: «Y se hizo la luz». Es el principio de todo. Los cambios de luz aquí son extraordinarios. Cada árbol es diferente, cada sombra es única. No me gusta la luz agresiva, sino la que define y modula, la que abraza, no la que impone. Odio la luz artificial. Las ciudades sobreiluminadas me parecen insoportables. En Navidad es mucho peor.
-¿Ha sufrido mucho con la iluminación de los museos?
-Sí, pero fue todo un malentendido. Se dijo que estaba en contra de la luz. Y no, estoy en contra de la luz directa del sol sobre las obras. Deteriora y desintegra. La mejor luz para el arte es la luz del norte, estable y difusa. La manipulación de la información sobre este tema fue absurda.
-¿A qué atribuye el éxito creciente de los museos?
-Todo comenzó con 'Sensation', la exposición de Damien Hirst y sus amigos en Londres en los 90. Fue un escándalo mediático y los tabloides lo convirtieron en un fenómeno. El arte contemporáneo pasó a ser más popular que el clásico. Pero esto ha creado problemas, de modo que se prioriza la cantidad de visitantes sobre la calidad de la experiencia. Hoy, muchos museos dependen de las entradas vendidas, lo que compromete su independencia. A mí el turista, el visitante que viene una vez y ya no vuelve nunca en la vida no me interesa para nada. Se supone que los museos deben atraer a las masas, lo que afecta a la investigación y la experimentación. Se traiciona la misión del museo cuando solo sirve al mercado en vez de al arte.
-¿Y qué opinas del arte que busca el escándalo?
-Lo abordo en mi exposición 'Sold Out'. Hay artistas como Maurizio Cattelan que abren la herida, echan sal y la suturan. Eso me interesa. Pero otros solo buscan el impacto superficial. Cuando se disipa el escándalo, ¿queda algo?
-Ahora muchos museos buscan edificios icónicos diseñados por una estrella de la arquitectura.
-Un museo no es un edificio, sino una actividad. El dinero solo quiere edificios nuevos, no restauraciones. No obstante, algunos han funcionado, como el Guggenheim de Bilbao, gracias a decisiones inteligentes en su diseño. Pero otros solo buscan convertirse en franquicias.
-¿Se confunde valor y precio en el arte?
-La prensa contribuye a ello. En el IVAM me preguntaban el valor asegurado de una obra, como si eso definiera su calidad. Se habla más de subastas que de arte. La sociedad ha convertido el arte en una inversión más que en una expresión cultural.
-¿Y ha padecido la injerencia política en las instituciones culturales?
-La viví en el IVAM. Por eso decidí no volver a trabajar en instituciones públicas. En las fundaciones privadas tengo libertad total. Llevo 13 años en la Pirelli HangarBicocca con el mejor equipo que he tenido. Me dedico 99% al arte, sin presiones externas.
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