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Alterna la intriga psicológica con los viajes en el tiempo. Si en las anteriores novelas, García Calderón (Sevilla, 1959) dejó al lector en manos de un forense en el Londres decimonónico ('Yo también fui Jack el Destripador') o en las de ... un exportador de comienzos del XX ('Nadie muere en Zanzíbar'), en 'De lo visible e invisible', elige al salmantino Torres Villarroel (1694-1770). Ganador del Ateneo de Valladolid, entre otros premios, convoca en su coral obra a una gran galería de variopintos personajes.
–De nuevo elige coordenadas históricas para su novela. ¿Es usted un escritor de acción?
–Sí, para mí, que no vivo de la literatura, cada obra es un reto y en determinados contextos históricos, se agudiza.Este fue el caso.
–¿De dónde le viene el interés por Diego de Torres Villarroel?
–Mi relación con Diego de Torres se remonta al bachillerato. Siempre me atrajo y encontré la oportunidad de volver sobre él. Me gustaba su obra, por original, por cercana a la picaresca, él era un pícaro diplomado. A medida que avancé en el conocimiento la persona y el personaje se confundían. Construye su vida y la relata buscando ganar clientes, lectores, prácticamente se convierte en el primer gran hacedor de 'best-sellers' a propósito. Torres escribía para vender y eso me llamaba la atención. Esa búsqueda en su biografía me abrió la puerta a establecer distintas fantasías.
–Torres parece un pícaro poliédrico. ¿Por qué resultan tan simpáticos los pícaros?
–La fascinación por los pícaros procede de su agudeza, de su inteligencia. Es admirable que personas en contextos restrictivos en los que es difícil poder desarrollarse y llevar a cabo algo con éxito, algunos lo consiguen, tiene mérito.Apoyo al pícaro que se hace a sí mismo, que se procura las habichuelas. Hay otros pícaros que son más bien seres despreciables, parásitos del trabajo y la buena fe ajena.
–Nos traslada a la España de la decadencia de los Austrias, entre Salamanca y Madrid. ¿Qué le ofrecía la capital charra?
–Salamanca para mí tiene todo. Para empezar, una gran historia asociada al conocimiento. Torres como catedrático es malo, pésimo, con poco conocimiento de matemáticas; para su época quizá fuera suficiente en astronomía, pero nada más. Se mueve en parámetros que se podrían considerar anticuados en ese momento. Vivió en una Salamanca mediatizada por los poderes activos, él lucha contra el de los jesuitas y se ve envuelto en intrigas propias de la universidad y de un contexto histórico de convulsión. Él hace un reconocimiento explícito de su ignorancia, me parecía meritorio porque otras veces presume de belleza e inteligencia.Esa dicotomía de su vida, entre el triunfo y la derrota que le pude llevar a prisión me gustaba.
–La Casa de Alba, con sus palacios de Liria y Monterrey, también está muy presente.
–Personalmente no tengo afición por la historia de las casas nobles de España. La casa de Liria está presente, el palacio de Monterrey es fundamental en la historia de Villarroel, y me sirven para hilar la historia con el personaje femenino que me interesaba, porque el 'leit motiv' final está íntimamente relacionado con ese personaje.
–Sobrevuela la amenaza del Santo Oficio, ¿cómo se manejó?
–Por lo que he podido indagar, él se maneja bien. Se dejaba aconsejar y, cuando la cosa se ponía difícil, actuaba con humildad, y se sometía a la disciplina precisa para salir airoso. Incluso logra sacar una obra suya de la lista de libros prohibidos. Tiene una enorme habilidad, no muestra vanidad ante un poder superior. Se comporta como un junco, dejándose mecer por el viento.Aún así tuvo serios problemas con justicias de toda clase.
–Entre la superstición y la ciencia, ¿España se queda con la primera?
–El atraso de España en el XVIII frente a culturas nos demuestra que estábamos en franca inferioridad.Siempre hemos tenido ese desajuste del conocimiento aunque personajes determinados de nuestra ciencia hayan desarrollado sus estudios. España no ha sido ni está siendo un país de científicos considerados como conjunto en la sociedad, a pesar de que contemos con un grupo de notables. En el siglo XVIIIse percibe en mayor medida un atraso universitario grande. Torres aprende de Newton y Leibniz en Madrid y participa en una tertulia de ingleses, foco de masonería.
–Martín Tadeo encuentra el manuscrito de Torres y a partir de ahí comienza a desentrañar una historia de muchas vertientes. ¿Cómo la sintetiza?
–El 'leit motiv' se centra en dos ideas; el concepto de indagación que emprende Tadeo, interpretado como una novela de aventuras en la forma, que en el fondo, es una iniciación para una persona que tiene cincuenta y tantos años.Esa iniciación se convierte en conclusión, el protagonista descansa con la respuesta. El otro fundamento, es el femenino, imbricados ambos por las relaciones. Ella representa la lucha ciega contra la superstición y actúa de distinta manera según la personalidad que adopta: Soledad, Jacobo –cuando se viste de hombre– y Jimena.
–Cita a científicos coetáneos como Leibniz y Newton, pero también a Ramon Llull, sabio medieval que apuntó la teoría de la gravedad ¿es una licencia literaria?
–En el fondo cuando hablamos de leyes de naturales que están ahí, la realidad es que los méritos de los científicos posteriores a la indagación de Raimundo Lulio se limitan a desmenuzar el concepto y llevarlo lejos en su formación. Mi gran sorpresa con Lull leyendo su obra es ver que su cabeza funcionaba con una línea de razonamiento homologable a a la nuestra. Su conocimiento era más limitado pero su capacidad de buscar razones era tan válida como la nuestra.
–Curioso resulta Maupertuis y el principio de la mínima acción.
–Sí, enunció esa teoría de la minimización del esfuerzo que me parece apasionante. Escribe sobre la demostración de la existencia de dios, tiene un ramalazo de científico pseudomístico, buscando la confirmación de que dios está en todas partes. Yeste hombre participó en expediciones científicas y trabajó seriamente en ese tema. No es muy conocido pero sí relevante por la demostración de existencia de dios.
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