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El escritor Gueorgui Gospodóniv. Phelia Baruh

Gueorgui Gospodínov, escritor

«La timidez me enseñó a ser breve»

El último Booker Prize presentó en Salamanca su libro 'Acerca del robo de historias y otros relatos'

Victoria M. Niño

Valladolid

Jueves, 28 de marzo 2024, 00:16

No llegan a siete millones de búlgaros residentes en su país más otros tres millones dispersos por el mundo los hablantes de esta lengua. Apenas hay media docena de autores de dicha nacionalidad en las estanterías de las librerías. Emerge entre ellos Gueorgui Gospodínov con ... la fuerza que da un Booker Prize ('Las tempestálidas', publicada por Fulgencio Pimentel). Anda estos días por España presentando 'Acerca del robo de historias y otros relatos' (Impedimenta). Ayer habló de estos cuentos en la librería Letras Corsarias de Salamanca.

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–Estos cuentos ahora traducidos al español fueron publicados por primera vez en 2001. ¿Se reconoce en ellos?

–He vuelto a esos relatos porque han salido traducidos al francés, al alemán, al inglés, y por mis encuentros con los lectores. En Bulgaria se siguen haciendo ediciones y los nuevos lectores los actualizan. Hace poco me encontré con unos jóvenes que me dijeron que habían nacido el año de la publicación.

–¿Sigue escribiendo relatos por la tarde?

–Sí, todas las tardes saco tiempo para escribir historias, la diferencia entre géneros no tiene importancia. A veces escribo un poema que contiene un relato o un relato que puede ser poético. Las tardes siguen siendo un tiempo importante para mí, mi momento favorito. Me parece que sobre las tres se abre una especie de habitación dentro del tiempo, la persona entra en otra dimensión, se queda consigo misma. Cada vez estamos más privados del cuarto propio, por una parte hoy los medios de comunicación y las redes no dejan posibilidades de quedarnos a solas con nuestro pensamiento; por otra, tenemos miedo a hacerlo.

'Las tempestálidas', el primer Booker Prize búlgaro

El tiempo, el envejecimiento, la perspectiva humana a a partir de un pasado y sin un futuro. Esa idea transe la novela 'Las tempestálidas' (Fulgencio Pimentel) con la que Gospodínov ganó el último Booker Prize. El galardón se otorga a una traducción al inglés y por primera vez ha recaído en un original búlgaro. «Solo hay diez lenguas representadas, creo que no hay ningún libro alemán, por ejemplo. Por eso es importante para una lengua pequeña como el búlgaro. Esto abrirá las puertas a que otros autores de la región sean traducidos y conocidos fuera», explica el poeta y autor de 'Física de la tristeza'.

–¿Quién tiene más necesidad de relatos, el narrador o el público?

–No puede existir el uno sin el otro, hay una fuerte conexión entre el narrador y el oyente. Antes de ponerse a contar, el narrador tiene que convertirse en una oreja y escuchar todas las historias. Si tuviéramos que retratar con una parte del cuerpo al escritor, antes que nada sería un oído, solo a partir de ahí es importante la lengua y la mano que escribe.

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–Sus cuentos son porosos a las circunstancias, a sus coetáneos, a sus lecturas. ¿Qué le hizo cuentista?

–El relato es el género más antiguo y el que tiene la dimensión más humana. Prefiero llamarlos historias en este libro porque están más cerca de la forma de intercambio más antigua, anterior a la moneda. La gente empezó a contarse historias por miedo y por intentar domesticar lo que no entendían, por ejemplo, los relámpagos y cosas así. Mis historias suelen ser breves porque no disponemos de suficiente tiempo, así que debo ser conciso. Yo era un niño tímido y cuando se juntaban muchos adultos, los niños solíamos sentarnos en un extremo de la mesa a escuchar. Si quería meterme en su conversación, tenía que esperar una pausa y decir algo rápido e inteligente. La timidez me enseñó a ser breve.

–Pero sus novelas son largas.

–Más bien hago otra cosa astuta, realmente construyo mis novelas en base a historias muy breves, así que también ahí la brevedad es importante, como el ritmo. El lector tiene que tener la posibilidad de tomar aliento tras una frase y reflexionar sobre ella.

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–El humor y el asombro caracterizan sus relatos.

–El asombro es fundamental. Su etimología está emparentada con la de milagro, la maravilla. Realmente narramos historias para dotar de cierto milagro las cosas cotidianas. Los escritores, igual que los padres de bebés o Papá Noel, trabajan en el mismo laboratorio, el de los milagros.

–En un cuento menciona el bombardeo de Guernica. ¿Qué conoce de España?

–He viajado de Madrid a Salamanca en tren, que tiene un papel central en mis historias. España y Bulgaria tenemos cosas en común, ambos vivimos sistemas que nos han limitado, ustedes el franquismo, nosotros el comunismo; salimos de ellos y alimentamos esperanzas, quizá pecamos de inocencia. La desilusión nos acerca.

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–¿Es dueño de su lenguaje o el lenguaje se adueña de usted?

–El lenguaje es mucho más antiguo e inteligente que yo, porque lleva en sí la inteligencia de todos los que lo usaron antes que yo. Lo mejor que puedo intentar es dejarme llevar por la corriente del río del idioma y que éste no me eche, que no se percate de mi presencia. El lenguaje es lo más importante en mi escritura y no se trata de filología, el lenguaje es aquello de lo que está hecha la tierra y el ser humano. A día de hoy, a paso lento, nos encaminamos hacia allí con las falsas noticias y las teorías conspirativas, que es una forma de lenguaje. Es probable que sea el Apocalipsis y el final de la humanidad.

–Su personaje Gaustín salta de cuentos a la novela ¿Es usted un poco Garibaldi y un poco San Agustín como él?

–San Agustín es más importante para mí, Garibaldi es demasiado revolucionario. San Agustín es uno de los primeros que introduce su lado personal, su experiencia, en aquello que escribe. Él también tiene reflexiones sobre el tiempo, muy importante en mis libros. Garibaldi es más de acción. No es que a los escritores no les guste la acción pero la narración es más importante y es la acción misma.

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–Pertenece a la generación que vio cambiar su mundo en 1989. ¿Qué incidencia ha tenido en su literatura?

–Mi infancia transcurrió antes de 1989 y la infancia es un recurso importante en mi escritura. Formo parte de una generación que creció con sus abuelos y gracias a ellos teníamos acceso a la historia de la época anterior. En muchas historias búlgaras, se percibe ese anhelo por conocer el otro mundo que te fue negado. Ya en la generación de mis padres leíamos libros y veíamos películas del mundo más allá del Muro. Lo conocíamos pero también lo inventábamos como un mundo mejor de lo que era, más hermoso. Cuando empecé a viajar gracias a mis libros, lo hacía pensando que conmigo viajaban mis padres, mis abuelos, los que no pudieron hacerlo. Por ejemplo, la primera vez que fui a Francia llamé a mi padre desde los Campos Elíseos para decirle que no era tan bonito como me lo imaginaba. Ymi padre casi me echa la bronca. La Francia que conocía era inventada y me parecía mucho más bonita. Hasta hoy sigo describiendo a escondidas para mis adentros las ciudades desconocidas a mi familia.

–¿Probar la libertad ha compensado el desencanto de descubrir que el mundo no era tan hermoso como lo imaginaron?

–Sí, ha merecido la pena y eso que Bulgaria ha vivido una transición muy compleja, difícil, pesada. La sensación de que no puedes viajar durante comunismo, de que no se te permite salir es como vivir en una cárcel. A día de hoy tienes la libertad de viajar, no hay tanta gente que lo haga pero saber que puedes hacerlo es lo que importa. Montaigne decía que no tenía interés en viajar a la India, pero que si alguien se lo prohibiese, sería el más infeliz del mundo.

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