Los personajes de 'La memoria donde ardía' no pisan terreno firme. Por el contrario, parecen estar siempre al borde de una realidad paralela, frágil, misteriosa, abisal. La autora de este libro de relatos, la mexicana Socorro Venegas ha publicado en su país novelas y cuentos, traducidos al francés y al inglés. Y ha recibido premios destacados como el Sor Juana Inés de la Cruz, que concede la FIL de Guadalajara. A España llega editorialmente hablando de la mano de Páginas de Espuma que ha publicado una colección de 19 relatos con el denominador común de un lenguaje intenso y un destierro absoluto de la obviedad.
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Venegas no se parece a las mujeres algo atormentadas y oscuras de sus libros. Por el contrario, emite luz y su voz cálida suena tan firme que es capaz de sobreponerse al ruido de la música absurda de la cafetería donde nos hemos citado.
–¿Cómo se fue armando el libro?
–Son historias que me hacen pensar en eso que decía Kawabata sobre el tiempo como un río y que como todos los ríos también tienen corrientes subterráneas que corren de manera distinta. En el libro hay temas recurrentes y yo diría que uno de esos temas es el duelo. El dolor por la pérdida que convierte a las personas en seres mutilados. Hay una frase en uno de los cuentos que habla de un mutilado ya no es más una persona. A mí me interesa mucho explorar sobre la identidad de la gente que ha perdido a alguien. ¿En qué se convierte? El que se queda solo, el que es viudo, el que es huérfano, el que pierde un amor… Esas soledades ¿en quién te convierten? Lo que les pasa a estos personajes es lo mismo que a los mutilados de guerra que han perdido un miembro y sienten el dolor fantasma, les duele un brazo que ya no tienen.
–Otro de los temas del libro son los niños. En este libro hay muchos niños en situaciones difíciles.
–Me interesa mucho el mundo de la infancia. Con la ternura, con la inocencia de su edad se enfrenta a realidades que pueden ser terribles como la vida en un hospital. Ya lo había explorado en otros textos porque yo tuve un hermano que murió de leucemia a los nueve años de edad. Pero nunca lo había pensado desde el punto de vista de él, desde la perspectiva de un niño que no vive la vida de un niño de su edad. Que su vida cotidiana transcurre entre niños enfermos y cómo se producen entre ellos lazos de solidaridad, cómo aprenden el lenguaje médico, como aprenden a leer los rostros que les rodean. Porque de lo que se trata es de sobrevivir no solo a la enfermedad sino a ese espacio en el que construyen una vida viable. Cómo se enamoran los niños que están en el pabellón de los niños con cáncer, esa indagación era algo que me debía.
–Y otro tema es el de las maternidades 'monstruosas', porque en este libro no hay ninguna madre tópica, ninguna lo pasa bien.
–(Risas) Porque yo creo que no hay ninguna maternidad 'normal', digamos. El otro día conversaba con estudiantes que habían leído el libro y, al comentar el cuento 'El nadador infinito', no sabes cuántas me dijeron que durante el embarazo se sentían extrañas, angustiadas, enfermas… ¡Claro! ¡Es una anormalidad total! Tu identidad está desafiada. Tienes que pensar por dos para cada paso que empiezas a dar y cuando ya te estás acostumbrando a lo que te ocurre, a esa metamorfosis de algo creciente dentro de ti, y que también te está transformando… se acaba y llega la depresión postparto, porque tú ya no eres la misma. De nuevo, el tema de la identidad.
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–¿Qué lugar ocupa este libro en el contexto de su obra?
–Lo siento como un libro que cierra un ciclo. Tengo ganas de escribir otro en el que no muera nadie. (Risas) Mis historias buscan la oscuridad, así ha sido. Exploran sobre el dolor, es como una marca de mi trabajo literario. Pero este libro cierra una etapa en la que me he sentido como un perro semihundido, como en el cuadro de Goya que tanta importancia tiene en el primer cuento. Y no sé qué voy a escribir después, pero quiero abrirme a otras vías. 'La memoria donde ardía' es como un aroma muy concentrado de los temas que había tratado antes, los niños, los alcohólicos, las relaciones de los hijos con los padres… Me ha gustado siempre invertir los papeles, cómo los niños, por ejemplo, acaban sabiendo muchas más cosas que los padres y acaban responsabilizándose de ellos y cómo en otras historias el hombre usurpa el papel de la madre, se apropia del universo materno en una relación de poder del hombre sobre la mujer.
–Hablando de concentración, su lenguaje parece el resultado de desbrozar lo innecesario hasta dejar lo más esencial.
–Me gusta trabajar a la manera de los poetas. No reescribo tanto como borro. Voy quitando. Se trata como de podar un bonsái. Tenía un maestro que decía que teníamos que trabajar como los orfebres que construyen a la perfección el mundo a escala. Eso es lo que hace un cuentista, trabaja a escala mundos que tienen que ser perfectos, suficientes en sí mismos. Me interesan los recursos de la poesía, ese lenguaje que puede sugerir más que decir explícitamente. Eso es muy evidente en el cuento 'La vía láctea' donde hay muchas cosas que no sabes y es ahí justo donde yo apuesto por la complicidad con el lector. Para que complete los cabos sueltos. Creo que la mejor literatura es la que te exige que de alguna manera te conviertas un poco en autor.
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–Aunque a veces den ganas de preguntar ¿y qué pasó? Por ejemplo, en 'La muerte más blanca'.
–(Risas) Mis cuentos nunca terminan a la manera tradicional. No vas a encontrar el cierre de un cuento, ni una iluminación al final, ni vas a sorprenderte… Me gusta mucho acabar los cuentos así. Y lo que no quiero de ninguna manera es que el lector diga «¡ah! Al final hay una metáfora» o una imagen poética. Lo que quiero es que el lector se deslice hacia el final y de pronto no sepa exactamente a dónde llegó porque lo que tiene son imágenes, sensaciones… Es el poder de traslación del lenguaje poético. Sabes que estás en otro lugar, pero no sabes cómo llegaste allí.
–El libro no solo habla de las ausencias de seres queridos, sino de las ausencias de uno mismo. «Necesito cambiar de alma porque ya no sé quién soy» dice uno de los personajes y, desde ese punto de vista es un libro inquietante. La ¿literatura debe ser así, algo que nos mueva hacia otro lugar?
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–Sí. Así es. La literatura te da otra gramática para situarte en el mundo.
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