Eduardo Mendoza, escritor
Eduardo Mendoza, escritor
El humor serio que le caracteriza, practicado en buena parte de la veintena de novelas que ha publicado, le ha labrado las arrugas de la sonrisa en la cara, hasta el punto de ser difícil atisbar el color de sus ojos. Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943), ... Premio Cervantes 2016, participa en el Blacklladolid, festival que le otorga su premio y clausura con él su cuarta edición.
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–¿Qué hace un burgués como usted en un castillo medieval hablando de sexo?
–Haré lo de siempre, lo que me manden. El tema no estaba cuando me invitaron pero si hay que hablar de eso, hablaremos. No lo he cultivado en mi literatura porque soy tímido y asustadizo y porque me parece un tema muy difícil para transformarlo en términos. Tengo varias teorías que expondré en el castillo y es posible que acabe en la mazmorra.
–¿Se ha vuelto tan explícito que se ha banalizado?
–Explicitar no quiere decir banalizar, si se explícita es más fácil que se banalice pero se puede explicitar y contar bien. Lo importante es que haya un poco de verdad y autencidad sin clichés. Ese tema siempre ha estado presente, en la literatura clásica y en todas las épocas. Ahora es más explícito en la vida práctica de ahí que surja en la literatura de forma natural. Se habla de sexo como se ha habla de comida, no tiene el componente clandestino y pecaminoso que le daba un cierto encanto.
–¿Es un tema impropio para un anglófilo?
–Soy de formación literaria y personal victoriana, bueno, peor que victoriana. Nací y viví en una época donde esto era terrible. En esa manera victoriana las cosas se hacían pero no se decían, que es lo que define a un caballero.
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–¿Qué le parece la revisión del humor?
–Hay que tener cuidado pero no me rasgo las vestiduras. Si repasamos lo que ha sido el humor, hasta hace poco tenía un componente de crueldad que facilitaba la risa, la broma, el sarcasmo, que está muy bien que se reprima, cuando se mete con defectos físicos y determinados grupos. Ahora no nos hace gracia. Hay un poco de control, nos hemos pasado por el otro lado pero esencialmente este cuidado sobre el humor público está bien.
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–Algunos de sus personajes miran España desde fuera, como usted lo hizo durante varios lustros ¿Cómo ve el país hoy?
–Me críe en una época bastante áspera y en cuanto pude me marché renegando de lo que dejaba detrás. Tenía una idea muy negativa que, con el paso de los años, he ido cambiando. Después de vivir en varios sitios distintos de prestigio –paradigmas de la cultura y la civilización, de la eficiencia, el amor al trabajo y la honradez–, cada vez veo mejor a España. En estos momentos si tuviera que hacer un balance sería muy positivo.Quizá también por espíritu de contradicción, ahora todo el mundo se queja de todo, vivimos en una época exacerbada de queja, de enfrentamiento, de la culpa es tuya y del tú más, del sal a la calle si te atreves, que, por llevar la contraria, lo encuentro todo bien, me gusta. Al llegar a una edad uno agradece ver cada mañana salir el sol, el café con leche y las tostadas, te vuelves menos exigente.
–Fue abogado y traductor antes que escritor. ¿Eligió trabajos cuya herramienta era la lengua?
–Creo que vivo en el lenguaje. En mi juventudes había una teoría, el estructuralismo, que decía que si uno entiende el lenguaje, entiende la vida y los seres humanos. Creo que es un poco eso. No entiendo la vida más que por el lenguaje y no vemos más que lo que podemos describir. He tenido la suerte y el acierto, o la mezcla de ambas, de haber vivido en tres territorios lingüísticos muy ricos: el jurídico, que define las relaciones humanas en términos de palabras; la traducción, una de las cosas mas maravillosas es ver cómo los otros entienden la vid a través de su lenguaje; y la creación literaria. Estoy muy contento, casi me gusta más el lenguaje que el tema que nos convoca.
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–Anunció que dejaba de escribir novelas y luego publicó 'Tres enigmas para la Organización'. ¿Le puede la costumbre?
–Más que costumbre es una manera de estar en el mundo. Me cuesta mucho un día no sentarme delante de una hoja de papel. No sé por qué la imaginación me va sugiriendo no solo cosas, argumentos, personajes y me obliga a ponerlo en términos verbales. Y si no lo escribo me da vueltas la cabeza. No dije dejar de escribir, sino dejar de hacer novelas y a continuación publiqué otra. Dije una mentira involuntaria. Uno se da cuenta de que está escribiéndola cuando la lleva avanzada. Ahora ya me he convencido de que mientras me convenga, seguiré escribiendo, es el más barato de mis vicios. Con un euro lo haces.
–¿Sigue escribiendo a mano?
–Me da pena que se pierda la escritura manual. Yo no puedo apartarme de la escritura manual, además tiene mucho de ceremonia, de objeto. Me gusta tener la mesa revuelta con papeles, perder una hoja y buscarla, eso forma parte de la creación literaria y no sabría prescindir de ello. El ordenador es demasiado ordenado.
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–Sus novelas están pobladas de personajes y de acción, como su admirado Baroja, sobre el que ha escrito dos ensayos, y lejos de Kafka cuyas narraciones descalifica.
–Fue un malentendido, soy un gran lector y defensor de Kafka y me he esforzado en leerlo en alemán, eso es kafkiano. Un día dije que la novela no era lo único que existía en lo literario y que había escritores muy importantes que eran malos novelistas. Estaba dando una charla a grupo reducido. Kafka era un hombre que no acababa sus novelas, las corregía mucho y pidió que las quemaran. El primer antikafkiano era él.De todos los que me critican ¿quién ha leído una novela de Kakfa entera? Nadie levanta la mano. En cambio de Baroja sí, es otro tipo de literatura a la que me siento mas próximo. No soy crítico con Kakfa, pobre de mí. Me dieron un premio que lleva su nombre y lo primero que me preguntaron fue que por qué me metí con Kafka y yo les repregunté, «¿por qué me dais el premio?».
–No ha frecuentado las cuadrillas literarias, tampoco se ha dejado seducir por la RAE ¿qué supuso el Premio Cervantes?
–Nunca me he preocupado de la carrera literaria. Soy muy mal entrevistado porque no sé nada de mí mismo ni como escritor ni como persona. Voy escribiendo lo que se me ocurre, lo que me apetece o me gusta. Que se venda, reciba críticas o se premie, es secundario. No tengo un sentido de responsabilidad ni de construcción de una obra literaria, cada novela es fruto de su momento y cuando miro atrás veo que cada una es hija de padres y madres distintos.
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–¿Puede permitirse esa coquetería porque tuvo de escuderos a Pere Gimferrer y Carmen Balcells?
–Les debo mucho. Carmen contribuyó a que los escritores, a parte de la cuestión económica y los contratos sobre lo que hay mucho malentendido, tuvieran pocas preocupaciones. Asumía los aspectos prácticos y te decía «no hagas caso de la crítica, haz lo que quieras, cambia de editorial, de género». Quería que fuéramos libres y nos malcrió bajo sus alas. Pere siempre ha estado ahí, dando buenos consejos a posteriori, nunca diciendo lo que tienes que hacer. Es lo que se llama un gran editor.
–¿Cómo ha cambiado la figura del editor?
–Muchísimo, ha dado un vuelco tremendo cuantitativo y eso ha arrastrado hacia un cambia cualitativo. Cuando empecé, ser escritor no era una profesión, no daba para comer, nadie se ganaba la vida, todos tenían que hacer periodismo o un segundo oficio. Ahora uno puede planteárselo, ha pasado lo mismo que con los cocineros. Ahora es un oficio que se aprende y puedes ganarte la vida holgadamente e incluso muy bien. También ha habido un cambio por la educación, ahora no hay analfabetos como antes, la gente lee en contra de esa especie de desesperación por que los jóvenes no leen, que no es verdad. Los jóvenes leen mucho esas trilogías que se venden como churros. Todo el mundo lee, si no las editoriales hubieran cerrado y cada vez hay más. Es un mundo distinto, menos artesanal y más industrial. Vienen muchos cambios pero en esencia el talento individual no ha cambiado desde Homero. Hay gente con gran talento y muchos chapuceros.
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