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Son gentes con los deberes hechos que se asoman a la decepción; ni la carrera, ni el trabajo, ni la familia, resultaron como esperaban. Los personajes de Santiago Redondo se le imponen. Está acostumbrado a dominar su verso, la primera persona, pero en tercera, ... el cuento es de ellos. El poeta se pliega con resignación a sus deseos dueño, eso sí, de una fina ironía con la que tamiza su retrato de la clase media. 'En la era de Acuario' (editorial Difácil) reúne los relatos, algunos sancionados en diferentes concursos, del abogado vallisoletano.
Ordenados en cinco secciones –'Cotidiana la vida', 'Nos conmueve y nos marca,' Y al albur de los tiempos', 'Nos aboca al instinto' y 'De la emoción más breve'–, tienen en común una evocación primera –cada uno comienza con una cita– y un sorpresivo colofón. «Siempre aspiramos a tener una voz propia, pero antes de un escritor debe haber un buen lector. Me gusta tener la base de la sentencia de alguien que admiro. En cuanto a los finales, quiero mantener atento al lector hasta, incluso lo dejo abierto el desenlace para que plantee cada uno la solución», explica quien reconoce estar marcado por haber crecido entre mujeres. «Para mí es clarísimo el matriarcado en Castilla. De esa manera de contarse, de hablar a las puertas, creo que procede mi afán por plasmar por escrito lo que pienso».
Hay muchas protagonistas en sus cuentos. «Me gustan los relatos con cierta actualidad, que tengan vigencia, las situaciones personales y su proyección social. Creo que vivimos una igualdad oficial pero no real entre hombres y mujeres.Ellas son las que sufren la decepción a partir de cierto momento y las que toman la decisión de no querer seguir, de romper con la tradición y con la educación recibida». Tacones convenidos y estragos en el cuerpo, desengaños amorosos más o menos traumáticos, la coyuntura en la que hay más pasado que futuro, ahí indaga Redondo que hace bailar a sus mujeres a ritmo de copla, flamenco y pop.
«Tengo una confianza relativa en el ser humano, de ahí el título, que hace referencia al libre albedrío y al determinismo del primer cuento», afirma. «En un mundo ideal no necesitaríamos policía. El umbral de respeto a la norma es bajísimo como muestra el botellón en momentos de pandemia». Con todo, el escritor abraza cariñosamente a sus criaturas y adelgaza progresivamente el relato hasta sintetizarlo en un párrafo.
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