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Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) pasea la mirada por los nombres de todos aquellos que recibieron antes el Premio Castilla y León de las Letras que él acaba de obtener y no puede ocultar la «alegría». «Es una lista imponente. Ahí están grandes ... maestros de mi juventud, escritores que fueron muy importantes en los inicios de mi vocación literaria. Es el caso de Miguel Delibes, de Claudio Rodríguez, de Gonzalo Torrente Ballester», dice. «Y luego, otros muchos que siguen entre nosotros y que son grandes maestros y escritores. Impone mucho pasar a formar de este elenco», asegura un escritor que lloró por primera vez en el País Vasco («mi padre consiguió allí un trabajo y la familia se fue para allá»), pero que muy pronto, cuando apenas tenía tres meses, regresó a Zamora, «donde me he criado, donde está mi familia, donde tengo todos mis vínculos».
–Y donde empezó su pasión por la literatura...
–Las vocaciones son algo que fatalmente ocurren y contra las que no te puedes resistir. En mi caso concreto tuvo mucho que ver la figura de mi abuelo materno, Juan Manuel. Él fue quien me enseñó a leer a una edad muy temprana, antes de ir a la escuela.
–¿Cómo?
–Con unas viejas cartillas, de la época de mis padres, que nunca olvidaré. Se llamaban 'Rayas'. Él había tenido una tienda en Aspariegos y cuando traspasó el negocio, al jubilarse, rescató esas cartillas con las que aprendí a leer. Esto de ir al colegio ya sabiendo leer (hoy en día sería considerado por los modernos pedagogos un sacrilegio) a mí me vino muy bien porque cambió mucho mi relación con el mundo. La palabra impresa se convirtió en mi obsesión desde muy niño.
–¿Obsesión?
–Sí, sí. Leía muchísimo. Sobre todo al principio, en aquellos primeros años de la infancia, en la biblioteca pública de Zamora.
–¿Echó allí muchas horas?
–Durante años frecuenté su sala infantil de forma frenética. Ahí leí los tebeos de Tintín, que me gustaban muchísimo. Probablemente, porque Tintín era un reportero, se dedicaba a escribir, pero también era un aventurero. Esta ligazón entre la palabra y la aventura me resultaba muy sugestiva. Y leí los grandes clásicos de la literatura juvenil: Stevenson, Jack London, Edgar Allan Poe. Todos los grandes maestros de la literatura de aventuras, de misterio, de terror. ¡Todas las novelas de Agatha Christie!
–¿Todas?
–Leí cientos y cientos de libros porque era un lector voraz. Luego, poco a poco, vas haciendo tu biblioteca. Es un proceso natural. Y ya de niño empecé a escribir. Me gustaba mucho escribir fábulas protagonizadas por animales. Fui bastante precoz tanto en el acceso a la lectura como a la escritura. En la adolescencia, a los 13 o 14 años, ya escribía bastantes poemas. Y mi primer cuento, a los 16.
–¿Qué le ofrecía la literatura?
–Siempre he sido una persona que me he encontrado, no diré a disgusto, pero sí insatisfecho con el mundo. La literatura tenía algo de refugio por un lado, pero también de reivindicación. A través de la literatura, ensanchaba los límites del mundo. Encontraba la posibilidad de vivir otras vidas, de discurrir a través de otros seres (los personajes de las novelas). Encontré una forma de saciar mi curiosidad por muchas cosas que no sabía. La lectura fue una manera de sumergirme en aquellas zonas o territorios del mundo que no podía conocer de forma directa.
–¿Se escribe contra el mundo?
–Las personas que están satisfechas no escriben. Están a gusto y quieren vivir lo que el mundo les ofrece. Cuando no estás cómodo, cuando te encuentras extranjero en el mundo que te ha tocado vivir, intentas cambiarlo a través de lo que escribes. Y si no cambiarlo, al menos sí completarlo.
–En 1995, 'Coños' fue su primer gran éxito. Dijo entonces en una entrevista: 'Escribo porque no valgo para nada más, soy un inútil'. Con 25 años, ¿no era muy joven para una frase así?
–Siempre tuve una certeza absoluta en mi vocación. Siempre. Desde muy niño quería ser escritor. Tuve la conciencia de que ese era mi designio y no debía torcerlo ni contrariarlo. Es verdad que, seguramente, si no hubiera podido dedicarme a escribir, habría encontrado otra ocupación. Pero escribir era aquello para lo que Dios me había llamado. Uno tiene que responder a su vocación, aunque muchas veces sea duro. Ser escritor en nuestro tiempo no es un camino de rosas.
–¿Muchas espinas?
–A mí el mundillo literario me da absolutamente igual. Me salí de él enseguida. Tuve la inmensa suerte de triunfar pronto, en el sentido de que mis primeras obras tuvieron bastante eco y me salí de ese mundo de zancadillas, de puñaladas traperas, de miserias humanas, de envidias. He tenido muy poca relación con el mundo literario. No he participado de los bombos mutuos que suelen hacerse en las camarillas literarias. Me salí muy pronto.
–¿Más espinas?
–La dificultad fundamental es que vivimos en un tiempo en el que todas las categorías están subvertidas y la misión del escritor, del artista en general, está tergiversada.
–¿En qué sentido?
–Hoy en día se le pide al escritor que sea una especie de rapsoda del mundo en el que vive, que halague a su generación, que se convierta en una especie de adulador de su tiempo, que se apunte a las modas... Y la misión del escritor es exactamente la contraria. Se parece a la del profeta: tiene que ser alguien que provoque incomodidad, cierta revulsión. Un escritor está para abrir los ojos, no para adormecernos. No para hacernos soñar, sino para mantenernos despiertos.
–Esas incomodidades...
–Hoy en día no gustan, es verdad. Resultan incómodas y, por lo tanto, el oficio del escritor está muy poco valorado. En líneas generales, los escritores que son aplaudidos son los que yo llamo escritores sistémicos.
–¿Quiénes son?
–Aquellos que han asimilado todos los paradigmas culturales de su tiempo y que, lejos de ser una voz que clama en el desierto, quieren ser una voz que clama en el estadio. Quieren ser aplaudidos... La misión del escritor ha sido difícil en cualquier época, pero hoy en día los resortes que tienen los poderosos, esa amalgama de poder político, económico, mediático que existe ahora es mucho más fuerte que en ninguna otra época. El escritor que quiere ser fiel a su vocación (un poco de Pepito Grillo) no lo tiene fácil porque provoca el rechazo no de la gente llana (que probablemente sí estaría dispuesta a que el escritor les golpee), sino de esa amalgama de poder a la que es muy difícil sustraerse.
juan manuel de prada
–¿Quiénes son hoy esos escritores Pepito Grillo?
–En líneas generales no leo a autores contemporáneos, solo leo a mis amigos, la verdad. No me identifico mucho con la literatura actual, que creo que es muy tributaria de las modas ideológicas del momento.
–¿Por ejemplo?
–Yo que sé. ¿El feminismo? Pues te tienes que chupar en todas las novelas todo tipo de morrallas y de estereotipos feministas. ¿Que mañana la moda ideológica es otra? Pues según como venga en cada momento. Ahora está muy de moda lo neorrural, a cargo de urbanitas que no tienen verdadero conocimiento del medio rural, pero que se ponen a escribir novelas de la vuelta al pueblo. A mí todo esto me parece falso, me parecen productos coyunturales. Prácticamente no leo literatura contemporánea, salvo a mis amigos, que me precio de elegirlos bien y hay autores interesantes.
–¿Decimos algún nombre?
–No, no. Prefiero no dar nombres.
–¿Y de los clásicos?
–Yo soy un lector muy curioso. Y a medida que te haces escritor, inevitablemente tus lecturas tienen mucho que ver con lo que en cada momento te interesa. Estos tres últimos años he estado escribiendo una biografía sobre una escritora catalana olvidada.
–Ana María Martínez Sagi.
–Así que he leído mucha literatura catalana de esa época, tanto en castellano como en catalán. Haces una labor de inmersión cada vez mayor en aquello que en ese momento ocupa tus días.
–¿Cómo llegó a esta escritora?
–Le dediqué un libro, 'Las esquinas del aire'. En aquella época estaba muy interesado por los escritores olvidados, malditos. Sigo estándolo. En los escritores rechazados por su tiempo siempre hay una verdad que ha sido aplastada. Más allá de que sus méritos sean o no grandes, hay algo que les hace muy interesantes: han sido expulsados, desterrados de la consideración y del aplauso. Yo estaba muy interesado en este tipo de escritores.
–Así que...
–Leyendo un libro de entrevistas de aquella época, me encontré con una entrevista de esta mujer. Me resultó muy interesante, me pareció que detrás había un personaje cautivador. Me puse a investigar. Di con ella, todavía viva, completamente olvidada, nonagenaria ya. Estuve varios días entrevistándola en un pueblecito de Barcelona en el que vivía. Con eso escribí aquel libro. Ella me entregó su obra inédita. Me pidió que la publicara a los veinte años de su muerte. Cuando pasaron 18, me puse a trabajar en la obra inédita que me entregó y fue cuando me di cuenta de que algunas cosas que me había contado podían no ser del todo ciertas.
–¿El qué?
–Podía haber edulcorado, embellecido su vida. Podía haber utilizado la memoria para transformar el relato verdadero de su vida. Y me lancé a esta aventura de tratar de reconstruir la vida de una mujer que fue muy famosa en los años 30, pero que luego se convirtió en una persona completamente anónima durante gran parte de su vida. Zambullirte en la vida de una persona anónima es muy interesante. Porque, aunque tengamos una existencia en apariencia insignificante, todos escondemos secretos, todos hemos vivido momentos de amargura o de júbilo, todos tenemos experiencias únicas, porque toda vida es única. Y me propuse escribir la vida de esta mujer como si estuviera escribiendo la vida de Napoléon o de Julio César, con la mentalidad de que toda vida es valiosa, ejemplar y puede ser el emblema de una época. Y esta es una mujer que tuvo una vida muy agitada: antes y durante la Guerra Civil, en el exilio, que fue muy duro y muy amargo.
–Con eso ha defendido su tesis doctoral.
–Bastante heterodoxa, porque fundamentalmente es una biografía. Me he doctorado en Filología en la Universidad Complutense. La obra es una biografía muy ambiciosa que publicaré en septiembre. Estoy dándole los últimos retoques. Quiero que sea una edición bonita. Son 1.800 páginas. La publicaré en dos gruesos volúmenes de 900 páginas cada uno y será una obra que no tendrá éxito comercial, pero que sin duda alguna es la obra de mi vida, en la que he depositado más esfuerzos. Y la obra que más me ha ayudado a entender mi vocación literaria. Ha sido como volver a los inicios, cuando uno escribe sin esperanza de aplauso, sin esperar rendimientos económicos. Ha sido volver a escribir por amor al arte, que es algo que puedes llegar a olvidar cuando entras en la rueda del mercado.
juan manuel de prada
–Ha dicho:'Tuve la suerte de triunfar pronto'.
–Esa era una época en la que había mucha atención hacia los escritores jóvenes. Las editoriales suelen tributar una especie de adoración hacia la juventud. Y había una ansiedad de sacar a nuevos escritores, fueran malos, buenos o regulares. Y luego, estas sociedades de mercado (degeneradas y degradadas) tienen una obsesión por la novedad. Yo era un escritor que creo que destacaba sobre el panorama del momento. Porque tenía una formación quizá mejor, porque había trabajado mucho... Y tuve la suerte de que hubo personas que se fijaron en mí, que me dieron a conocer. Pienso, por ejemplo, en Luis María Ansón, que era director de 'ABC' y me pidió que colaborara en su periódico, donde sigo casi 27 años después. Fue el caso de Umbral, aunque después de auparme trató de destruirme.
–¿Qué pasó?
–Era un tipo de escritor que considera que el éxito ajeno siempre es a costa de su propio éxito. Tenía una visión competitiva y casi me atrevería a decir que depredadora de la literatura. Fue un caso muy interesante de hombre un poco desquiciado que pensaba que el éxito de un joven escritor podría empañar el suyo. Pero Cela fue muy cariñoso conmigo. El propio Arturo Pérez-Reverte escribió un artículo muy elogioso de una de mis primeras obras. Ahí hay una serie de personas que me apoyaron. Pero si no hay madera, todo ese apoyo es como la espuma de las olas, que se desvanece. Un escritor logra hacer una carrera gracias a su tesón, a su esfuerzo, a su capacidad para criar próstata o cartucheras. Tienes que tirarte muchas horas sentadito delante del escritorio, con capacidad de sacrificio y una resistencia fuerte ante la adversidad, una capacidad de sufrimiento, de disciplina, que muchas veces le falta al escritor. Quizá porque hay muchos escritores que cultivan una imagen romántica y totalmente falsa y al final no logran cuajar esa obra. Pueden ser geniales, pero su genialidad se disipa.
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