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Jesús Anta toma fotos en una calle de San Pelayo. EL NORTE

El ruralismo mágico de un pueblo de Valladolid que se resiste al olvido

La editorial Páramo publica 'Mil y un años de vida y muerte en San Pelayo', un recopilatorio de relatos y episodios históricos que contribuyen desde la literatura a la supervivencia de la España vaciada

Víctor Vela

Valladolid

Domingo, 1 de mayo 2022, 00:24

«Escribir es una forma de supervivencia», defienden Virginia Hernández, Jesús Anta y Joaquín Robledo, autores, junto al editor Javier Campelo, de 'Mil y un años de vida y muerte en San Pelayo', un libro que es a la vez homenaje, testimonio y ensoñación de ... este pueblo vallisoletano (con 48 habitantes empadronados).

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La literatura no es dique contra la despoblación, no hay trinchera de papel contra la España que se vacía, pero su acción sí que es fundamental para que estas pequeñas localidades pervivan, para que se mantengan sus tradiciones, para que se fije su historia, para que sus leyendas y personajes no caigan en el olvido. Si escribir es recordar, entonces se convierte también en una forma de supervivencia. La editorial Páramo acaba de publicar este libro, dentro de la colección Nuestros pueblos, en el que conviven los relatos de ficción y las evocaciones históricas, las fábulas inventadas con el repaso a un pasado que en San Pelayo rima con un asentamiento romano o el paso de las tropas comuneras y las napoleónicas.

Es un collage de textos y géneros, de romances y fotografía que sus autores han bautizado como «ruralismo mágico castellano». El título podría haber elegido los cien años de García Márquez, pero prefirió la sucesión de leyendas de las mil y una noches. Con ese concepto de «ruralismo mágico castellano» aluden a todo aquello que podría haber sido y no fue. Al futuro que podría haber esperado San Pelayo si, como tantos otros pueblos, no hubiera sufrido una sangría demográfica en forma de envejecimiento, emigración y baja natalidad.

El valor de los municipios

«El gran drama de la España vaciada es que se va quedando no solo sin habitantes, sin gente y sin servicios, sino que también desaparece poco a poco su Historia, porque cada vez hay menos personas que la recuerdan», asegura Campelo. Para el editor, una colección como esta, que reivindica el valor de los municipios castellanos (ha publicado ya libros dedicados a Tiedra, Valoria la Buena o Tierra Lara, en Burgos), es una incursión más en una «lucha constante».

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«Es gratificante ver cómo hay gente que se implica para que no se pierda el recuerdo de sus pueblos y reivindicar la pujanza cultural de sus localidades». Frente a esto, siempre queda un batallón «de inútiles cerriles que, desde las altas esferas políticas, no solo no quieren salvar estos pueblos, sino que apenas toman medidas para que se pueda conservar gran parte del territorio de la comunidad».

El libro es, además, un recuento de historias comunales. Como la de Avelino y María, que en 1957 emigraron camino de Valladolid, «huyendo de la precariedad del campo». Marcharon luego al País Vasco, para trabajar en los Altos Hornos de Vizcaya. Allí nacieron sus hijos Luis y Miguel. Allí llegaron sus nietos, Mikel y Koldo. Pero en SanPelayo quedó el dolor de Rosita, su primera hija, muerta a los cinco años por culpa de una neumonía y enterrada en el cementerio de la localidad. Por eso, cada otoño, la familia de Avelino y María estrena el mes de noviembre con una visita al cementerio de San Pelayo.

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Uno de los autores, se convierte además en personaje ('Jesusanta') y guía a un particular grupo de visitantes para conocer curiosidades del municipio. Invita así, por ejemplo, a fijarse en los nombres de las calles de San Pelayo, pues son «huellas parlantes de lo que un día fue». Está la calle Hornija (esa leña pequeña utilizada antaño para chimeneas y cocinas bilbaínas) o la del caño. «El arte no está solo en las catedrales», reivindica durante su paseo. «El arte nace a veces de la necesidad del ser humano para encontrar soluciones para su abstecimiento y superviviencia», cuenta el guía, mientras ensalza «una de las más típicas construcciones civiles de nuestro mundo rural». Son las graneras o paneras, esos inmuebles de muros gruesos, sin ventanales pasra que no entre la luz ni corra el aire, donde se almacenaba el grano.

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