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Va «libro a libro» pero esta vez coinciden dos en el tiempo. Casi siente rubor decirlo «en medio de esta situación tan tremenda». Rubén Abella (Valladolid, 1967) estará en breve en las librerías con la novela 'Ictus' (Menoscuarto) y con su primer ... libro de relatos, 'Quince llamadas perdidas' (Algaida), ganador del Premio Kutxa. «Me alegro de que salgan simultáneamente porque comparten un mundo y están protagonizados por gente que busca desesperadamente ser feliz. Todos ellos hacen inventario de su vida, cada cual en una etapa distinta, se dan cuenta de que lo que buscaban al inicio no lo han encontrado y se revuelven. Es un tema universal que puede hablar a mucha gente», dice el autor.
'Ictus' es su tercera entrega en el sello palentino Menoscuarto. «El título tiene tres motivaciones. La obvia, la médica porque desde el comienzo se sabe que uno de los protagonistas sufre uno. La metafórico-simbólica, los tres personajes se encuentran en un café que actúa como un coágulo de sangre en sus vidas, a partir de ahí saldrán otros. Y un tercero, me encanta la palabra, viene el latín golpe y es el ritmo con que se medía el verso latino, ritmo que he querido trasladar a la novela, uno rápido. Está escrita en primera persona y en presente, como si ocurriera al mismo tiempo que llega al lector», explica el finalista del Premio Nadal de 2009. 'Ictus' tiene una estructura de guion cinematográfico en el que se presentan a tres vidas por separado que acaban confluyendo en el episodio central que ocurre en el citado café. La acción transcurre en Madrid, zona de Moncloa, 2015.
«Cada vez me interesa más lo que ocurre hoy. Mi intención última es hacer una presentación del mundo en el que vivo, me interesa cómo se ha construido y el que vamos a dejar a las generaciones venideras». Y esa contemporaneidad tiene anclajes como «la crítica las sistema bancario, la realidad de los ocupas, las empresas de telefonía y su forma de trabajar».
Aunque bajo las realidades coyunturales laten «los problemas de siempre: la familia, las relaciones personales, el autoengaño para salir adelante. Lo contemporáneo es el punto de partida para buscar la esencia de lo que somos. No creo que un escritor tenga más obligación que escribir, pero si tuviera que buscar una, para mí sería la de retratar el mundo en el que vivo».
Abella considera Madrid «un reflejo concentrado de lo que ocurre en otros sitios. Lo que más me preocupa es la pérdida de las libertades que con el covid se ha exacerbado. Para llegar a Valladolid me han controlado en Sol, han pasado mi equipaje por el detector en Chamartín y voy con mascarilla para no contagiar a otros ciudadanos, por no hablar de las cámaras. La situación económica es importante pero me preocupa la pérdida de libertades». Y añade «otros cambios más cosméticos como la dictadura de la tecnología. El 80% de la gente en la calle habla de su contrato de móvil, del zoom, antes todo eso era un medio ahora es el centro». 'Ictus' retrata el desencanto de la 'generación más preparada de España', los millennials. «Creo que hay una diferencia grande con mi generación y es que a nosotros no nos hicieron tantas promesas. Salíamos al mundo a sobrevivir como podíamos y los que vienen detrás salen sin tener las uñas afiladas. Hacer promesas es una gran responsabilidad porque luego hay que cumplirlas. Ese desencanto es el centro de la novela, el de gente que ha vivido según las normas que nos les han llevado a ninguna parte. Al final son conscientes del engaño».
Además esta generación vive «bajo el estrés del constante cambio». Sus protagonistas, Ismael, Sandra y Raúl, se asoman a la distancia que media entre su realidad y su deseo y la encuentran excesiva. «Creo que la locura y la cordura radican en hallar el equilibrio entre ambos», apunta Abella que ha creado personajes «peleones, buscan su hueco para ser felices aunque están muy desorientados, que es el signo de los tiempos».
Precariedad
Ismael es traductor, primigenio trabajo de Rubén Abella. «Es un oficio que desempeñé con orgullo pero la escritura me arrolló. El día tiene 24 horas y mi energía es limitada. Así que elegí las clases y la escritura. Pero los traductores, como otras muchas profesiones, lo tienen complicado hoy. Hay un momento en la novela que se dice que tiene que trabajar tres veces más para ganar lo mismo. Si hace 20 años nos dicen que vamos a cobrar lo mismo trabajando más no nos lo hubiésemos creído».
El café de Sara es el escenario de la catársis, del momento en el que el más joven explota. «Donde no llega la razón, aparece la violencia. Raúl se deja llevar por la pasión, no entiende el mundo y la manera de salir es la violencia de la que luego se arrepiente».
A pesar de todo, cree que sus criaturas abren «una ventana a la esperanza. Lo que nos permite salir adelante rara vez tiene que ver con la sociedad, con la coyuntura externa sino más bien con lo personal, con aquellos a los que quieres, con los apegos».
Escritor artesano y paciente no sabe cómo emergerá la experiencia «antinatural de estar tres meses metidos en casa» en su obra. «He sobrevivido trabajando mucho, estando diez horas diarias ante el ordenador, de lo que se resiente mi ojo. Ha sido fructífero pero no sé si lo podría repetir». De esas mañanas dedicadas a la literatura ha salido otra novela.
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