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Para Rubén Abella (Valladolid, 1967) el confinamiento ha sido productivo. Ha comenzado el curso con su novela 'Ictus' (Menoscuarto) en las librerías a ... la que siguió 'Quince llamadas perdidas' (Algaida), Premio Kutxa Ciudad de San Sebastián. Madrid es el escenario y la actualidad, el momento en el que transcurren estas historias de universitarios, ladrones, mendigos, adolescentes, ludópatas y mochileros.
–Casi todos los cuentos del libro tienen coordenadas espacio-temporales comunes. ¿Son trozos de vida que van surgiendo según enfoca su curiosidad sobre lo que le rodea?
–Por lo general las tramas de mis ficciones se desarrollan dentro de los límites temporales de mi propia vida. 'California' –mi cuarta novela– es una excepción ya que hay capítulos en ella en los que el narrador se retrotrae a un tiempo muy anterior a mi nacimiento. Las demás novelas y la gran mayoría de mis cuentos surgen de lo que recuerdo y de lo que detecto a mi alrededor. 'En la orilla' nace a partir de una escena que presencié hace unos años en la playa de los Muertos de Almería. Una mujer era vapuleada por las olas mientras su hija y su yerno, desternillados de risa, la grababan con el móvil desde la playa. Esa fue la chispa de la que surgió la historia. Algo parecido ocurre con los espacios. La ciudad sin nombre de 'Baruc en el río' es una versión alterada de Valladolid. Los cuentos que forman la espina dorsal de 'Quince llamadas perdidas' tienen lugar en Madrid, la ciudad en la que vivo desde hace trece años. Escribir sobre una época y unas geografías que conozco libera espacio en mi cerebro y permite a mi imaginación centrarse en lo que verdaderamente me importa: la historia y sus reverberaciones simbólicas. La curiosidad juega un papel crucial en el proceso. Yo la concibo como una especie de ojo hipersensible que capta momentos significativos en el fluir tumultuoso de la vida. Esos momentos rescatados son la materia prima de 'Quince llamadas perdidas'.
–¿De mayor quería ser realista?
–Uno de mis recuerdos más tempranos es la maestra de parvulitos preguntándome qué quiero ser de mayor y yo contestando sin titubear que heladero y rey. Parece que estoy viendo su sonrisa. Lo de convertirme en escritor no se me pasó por la cabeza hasta muchos años más tarde. Mi primera novela, 'La sombra del escapista', es la única de mis ficciones que participa de lo fantástico. A partir de ahí, quitando algún microrrelato, todo lo que he escrito es esencialmente realista; busca recrear de una forma fiel –y selectiva– el mundo que habito. No ha sido una decisión consciente. El realismo se me ha impuesto como la mejor estrategia para decir lo que quiero.
–La atmósfera del libro es de una crisis permanente, ¿determinada por la economía, por la forma de vida?
–No hay narrativa sin conflicto, que es otra forma de decir crisis. En toda historia que se precie debe haber alguien que desea algo y alguien o algo que le impide conseguirlo. La protagonista de 'Escúchame, Claudia' –el primer cuento del libro– trata con todas sus fuerzas de corregir sus equivocaciones, pero la vida no se lo pone fácil. El de 'Por eso estoy aquí' –el que cierra la serie– remueve Roma con Santiago para averiguar quién es en realidad. Los conflictos que articulan el libro son de distinta naturaleza –las historias están habitadas por ludópatas, padres sobrepasados, atracadores, parejas precarias, sintecho, adolescentes desnortados, hombres atrapados en la telaraña de los errores propios y ajenos–, pero podrían resumirse en uno: la búsqueda de la felicidad. Los personajes luchan a brazo partido por desempeñar de la mejor forma posible lo que Cesare Pavese llamaba 'el oficio de vivir'.
–Aunque son historias independientes, hay ganchos entre los cuentos ¿buscaba una unidad desde el comienzo?
–Todos mis libros los concibo como seres orgánicos, dotados de una morfología interna que les proporciona unidad, cohesión y, en última instancia, sentido. Los cuentos de 'Quince llamadas perdidas' están enlazados unos con otros mediante un sistema de vasos comunicantes. Hay protagonistas que reaparecen como personajes secundarios en historias que no son las suyas. Hay hilos narrativos que se interrumpen para resurgir y resolverse varios cuentos más adelante. Hay acciones cuyos efectos se descubren en relatos distintos de aquellos en los que se llevan a cabo. Y luego está Madrid, que imprime sobre el conjunto una textura rugosa y esperanzadora.
–¿Le interesan más los perdedores, los dolientes?
–En la famosa primera frase de Anna Karénina, Tolstói dice: «Todas las familias felices se asemejan; cada familia infeliz es infeliz a su modo». Como ser humano quiero ser feliz y, además, quiero rodearme de personas que también lo son. Como escritor, sin embargo, la infelicidad me resulta mucho más interesante. Volvemos al conflicto y a la crisis, que anidan en el núcleo de todo texto narrativo. El dolor de los personajes genera en el lector empatía y ganas de saber cómo van a salir del atolladero. Esto es así desde Aristóteles.
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