La escritora de origen ruso Liudmila Ulitskaya. Quique Curbelo/ Efe
Liudmila Ulítskaya, Premio Formentor 2022

«Reprimir a los artistas rusos afecta a la cultura global»

La bioquímica rusa, premiada ahora en España, encontró en la literatura una salida tras el cierre de su laboratorio por la censura

David Felipe Arranz

Valladolid

Martes, 27 de septiembre 2022, 00:08

La escritora rusa Liudmila Ulítskaya es bioquímica de formación y antes de dedicarse a las letras, el Sóviet de Leonid Brézhnev cerró su laboratorio de genética en el Instituto de Genética General de la Academia de Ciencias de la URSS, porque allí se leían muchos ... libros prohibidos, y tuvo que buscarse un oficio. Fuma mucho, es menuda y pausada, con toda una vida embalsada en la mirada, y que piensa mucho antes de hablar. Su literatura habla de amor, de pérdida, de anhelos y de vidas fabuladas, truncadas y viajeras.

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–¿Hay un antes y un después del Premio Formentor en su vida?

–Me ha cambiado un poco la vida, pero no soy una persona pública, no me siento muy bien siendo el centro de atención. Me da mucho miedo que me den el Premio Nobel, por ejemplo, porque tendría que estar todo un año atendiendo a la prensa, y me ocurriría lo que a Joseph Brodsky, que lo ganó en 1987 y lo lamentó profundamente porque su vida se volvió menos productiva literariamente hablando. Y no quiero que me ocurra: así que mejor que no me den el Nobel. Mientras, considero estas conversaciones con los periodistas como una continuación de mi literatura.

–¿Por qué dejó las ciencias y abrazó las letras?

–Fue una cuestión meramente política. En los setenta, mis amigos y yo leíamos mucha literatura que el gobierno comunista de Brézhnev había prohibido; de hecho, en la biblioteca de nuestro laboratorio, en el Instituto de Genética, los libros que no podíamos leer estaban junto a aquellos permitidos, los propiamente científicos. De manera que alguien denunció esa situación, el laboratorio fue clausurado y tuvimos que buscarnos la vida. Encontré un nuevo camino en el teatro Kámerni de Moscú y en la literatura.

–¿Dostoievski o Tolstói?

–Claramente Tolstói. Porque Dostoievski investiga el mal en el alma humana y lo hace con un gran amor y talento; pero Tolstói es muy próximo a mí, comparto su visión del mundo y su inseguridad.

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–Vivimos tiempos de censura política. ¿Cree que le afecta tanto a los escritores?

–La censura me ha hecho modificar una sola palabra en mis libros en toda mi vida: en vez de 'puta' tuve que escribir 'prostituta'. No puedo hablar con propiedad sobre cómo actúa la censura hoy, pero sí creo que lo que está muy presente es la autocensura: la de cada escritor que parece anticiparse a la prohibición mirando más allá, montándose su propia película y ajustándose a los miedos. No comparto la actitud de censura que a veces hay fuera de Rusia hacia los deportistas, cineastas y músicos por culpa de la invasión de Ucrania por parte de Putin, porque es la cultura en términos globales y sus destinatarios, que son las personas, quienes realmente sufren por este tipo de cancelaciones.

–Hablemos de 'Mentiras de mujeres' (2002), de Zhenia, Irene, Nadia, Lialia y Ana. ¿Por qué mienten tan bien?

–Porque un hombre, cuando miente, en la mayoría de los casos lo hace por razones pragmáticas. En cambio, cuando una mujer miente, sus mentiras son más fantasiosas, creativas, teatrales… Más interesantes, en definitiva.

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–En 'Sinceramente suyo, Shúrik', hay un don Juan a la inversa que quiere ayudar a las mujeres por la seducción. ¿Por qué no consigue su propósito?

–Porque Shúrik Korn, que creció educado por su abuela Yelizaveta Ivánovna, profesora de francés, y por su madre, una actriz fracasada y alterada, gastó todo su potencial como hombre en vano. Sirviendo de esa forma a tantas mujeres, cuando se encuentra años después con su amor verdadero, Lilia, ya no tiene nada más que ofrecerle y la posibilidad de obtener su trocito de felicidad junto a ella se esfuma para siempre. Es la mala educación femenina basada en la confusión de compasión y deseo la que ha incapacitado a Shúrik para lograr la tan ansiada estabilidad sentimental.

–'Sóniechka' (1992) trata sobre la infidelidad, la irrupción de una joven polaca, Yasia, en un aparentemente idílico matrimonio ruso entre una bibliotecaria judía e inocente y un pintor muy vivido: en España decimos que por la caridad entra la peste…

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–Sí, yo estuve en el lado de Sonia, de los perdedores, porque no me gustan los que ganan. La experiencia del perdedor es mucho más valiosa que la del ganador. Por ejemplo, si cambiamos un poco de perspectiva, la historia nos ha enseñado que Alemania fue la perdedora de la II Guerra Mundial, y que la Unión Soviética fue la triunfadora del conflicto. Pero hoy sabemos que Alemania ha sacado mucha ventaja de aquella pérdida, como la democracia de la que hoy disfruta. Y que Rusia, que era la gran ganadora de la guerra, se aplicó a fondo durante décadas a la represión de sus ciudadanos: la Rusia de hoy repite los mismos clichés que la de entonces.

Mundo abierto, fronteras cerradas

–Escribe de cambios generacionales. ¿Ve un gran salto?

–La de la década de los años treinta sufrió purgas y represiones: el Gobierno cortaba de tajo cualquier cosa que sobresaliese un poco de lo marcado, de lo establecido. Stalin llegó a cercenar la dignidad, el mero hecho de la existencia humana: aquellas personas llegaron a pensar que sus opiniones no significaban nada. En la siguiente generación, la de los años sesenta, empezaron a aparecer las cabezas pensantes, que es la mía, que trataban de averiguar qué es lo que le estaba ocurriendo a la generación anterior. Hoy en día me cuesta mucho encontrar este tipo de relaciones entre la generación de los jóvenes con respecto a la de sus padres y abuelos; sí es verdad que tenemos un mundo más abierto, más fluido, con acceso a la información, pero también se cierran muchas fronteras: podríamos esperar que los jóvenes no han heredado los traumas de generaciones anteriores.

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–¿Qué género prefiere?

–Me ronda la idea de una novela grande. Me pregunto si tendré suficiente tiempo y fuerzas para terminarla. Como escritora me gusta el método de 'La carpa verde' que aquí se ha traducido como 'Una carpa bajo el cielo' porque es más cómodo y me gustan las novelas hechas de relatos.

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