![Cipriano Salcedo y la secta luterana de Valladolid](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2023/09/29/ma7717.jpg)
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La novela 'El hereje', extensa y ambiciosa como ninguna otra de Miguel Delibes, está plagada de personajes, cuya concepción y trazo me impresionó desde que comencé a leer los originales que el novelista me iba pasando conforme salían de su pluma. «Te haces con ellos ... y ellos se hacen contigo», le comenté a Miguel. «Es que yo los vivo y los muero a ciencia y conciencia -me contestó él con absoluta contundencia-. Y sobre todo creo en ellos a ojos ciegas. Me acaparan por completo, hasta me quitan el sueño no pocas veces».
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Siempre se ha considerado al narrador Delibes, por encima de todo, como un extraordinario inventor de personajes. Él mismo lo proclamó rotundamente como colofón de su discurso del Premio Cervantes, el 25 de abril de 1994: «Ellos son -se refería a sus entes de ficción- en buena parte mi biografía». Los personajes delibeanos convertidos en alter egos del novelista. Entre ellos Cipriano Salcedo, protagonista de 'El hereje', y del que ahora voy a ocuparme. Del hereje Salcedo y de la secta luterana que se formó en Valladolid en torno al doctor Agustín Cazalla.
Cipriano Salcedo había nacido el 31 de octubre de 1517, el mismo día en que Martín Lutero fijaba sus tesis en el portón de la iglesia del castillo de de Wittenberg, y él siempre tuvo a gala relacionar esta coincidencia cronológica con su simpatía por las doctrinas erasmistas y luteranas. Cumplida a mayoría de edad, se había doctorado en Leyes, inició su actividad comercial -recordemos su famoso Zamarro de Cipriano-, y pronto fue entrando en contacto con el doctor Agustín Cazalla y frecuentando los cenáculos o conventículos clandestinos que solían convocarse mensualmente en Valladolid y otros lugares de Castilla.
Enseguida se percató Salcedo de que, además del secretismo y la clandestinidad, lo que predominaba en dichas reuniones era la 'fraternidad'. Y también la libertad de diálogo y discusión. Allí todos eran hermanos y todos debatían libremente sobre cualquier materia. Por ejemplo, el primer conventículo al que asistió Salcedo, y cuya contraseña de acceso era 'Torozos' y la respuesta 'Libertad', la tertulia versó sobre las «reliquias y otras supersticiones».
Así fue transcurriendo el tiempo, hasta que un aciago día alguien delató las reuniones clandestinas ante la Inquisición, se produjo una desbandada general y una progresiva y meticulosa redada de los más de sesenta 'herejes' de la secta vallisoletana, hasta dar con todos ellos en la cárcel secreta de la calle Pedro Barrueco de Valladolid. También Cipriano Salcedo, tras una huida fallida y una detención y encarcelamiento en Pamplona, acabó, como el resto de correligionarios, en la cárcel inquisitorial de Valladolid. Allí sufrió torturas y vejaciones, sin que nada doblegase su voluntad, hasta ser condenado finalmente a la hoguera, tras un auto de fe en la Plaza Mayor de Valladolid, el 21 de mayo de 1559.
A lomos de un borriquillo, camino del quemadero en los aledaños de Campo Grande, Cipriano se apercibió de que se acercaba una mujer, tomaba las riendas del animal, le acariciaba con mimo y emoción la cara, mientras susurraba quedamente: «Mi niño, qué han hecho contigo». Era Minervina Capa, su nodriza de infancia, que había desaparecido de su vida hasta este momento transcendental. Me ocuparé de ella en la próxima entrega.
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