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Cuando las columnas de opinión pierden la urgencia del papel prensa o el brillo azulado de la pantalla del ordenador para recalar en un libro, todo aquello que tenían de narrativo cobra fuerza, se apoyan unas a otras y entre todas construyen un relato sobre ... la existencia humana. Eso sucede en 'Teoría de la gravedad', el último libro que ha dado a la imprenta en España la escritora y periodista argentina Leila Guerriero (Junín, 1967) cuyo trabajo se enmarca en la mejor tradición del periodismo literario en español que tan buenos frutos ha dado a uno y otro lado del Océano. El volumen acaba de llegar a las librerías de la mano de Libros del Asteroide. Se suma a otros títulos de la autora como 'Opus Gelber o 'Los suicidas del fin del mundo'.
–Empecemos por el título. 'Teoría de la gravedad' ¿a qué alude?
–Buscaba un título que no tuviera un tono sentimentaloide, quería algo más frío, que fuera casi científico. Así que empecé a pensar en nombres de ecuaciones, de cosas relacionadas con la física y con la química. Y una de las teorías más famosas es sin duda la de la Ley de la Gravedad. Y el libro tiene esa cosa grave, pues al fin habla sobre la existencia humana así que me dije tomémosle el peso. Y pensé que iba justo por eso, porque remite a esa idea de la gravedad de la existencia humana, que no quiere decir oscuridad, pero si una cierta dureza.
–Cuando se trata de reunir piezas sueltas, el orden y la selección tienen mucho peso, de forma que de ellos depende que salga un libro u otro y que al final las piezas se puedan leer como pequeños relatos encadenados. ¿Cómo ha sido en este caso el proceso de selección?
–Es cierto lo que decís. En este caso, tanto la selección de las columnas como el orden los he hecho yo. Tenía una serie de columnas que trataban así asuntos de la experiencia humana desde un punto de vista personal y me preguntaba si no merecería la pena armar un libro con ellas que también eran las favoritas del editor Luis Solano. Porque otras veces escribo de temas más de actualidad, que sé yo, del Papa, de los abusos, de la crisis, de cuestiones de género… pero se trataba de hacer un libro atemporal con esas otras en las que hablo de amor, desamor, de ilusión, de desilusión, de las pérdidas, del paso del tiempo… Y fue un arduo trabajo elegir entre cientos y cientos de columnas, que afortunadamente tengo muy ordenadas en la computadora. No quería un orden cronológico, sino que buscaba un hilo narrativo que creo que subyace de una manera casi fantasmal.
–De hecho, aunque no hay capítulos, a veces se pueden imaginar: en toda la primera parte tiene un gran peso el tema de las pérdidas ('Lo que se pierde' es el título de una de ellas), luego está la serie de 'Instrucciones' que son como fotos fijas de la vida de pareja…
–Sí. Yo no quería capítulos, pero es cierto que hay zonas: el comienzo habla mucho de ausencias, de los padres, de la infancia, luego están las 'Instrucciones' que son la parte Frankestein porque las armé con retazos de cosas que he oído o que he visto o que me han pasado, y hacia el final hay una zona más luminosa… Es un paisaje emocional y como en todo paisaje hay distintas zonas, no estás siempre llorando o a los gritos, o feliz…
–Es muy interesante el uso del yo como un recurso para hablar de cosas universales. Pedro Mairal, en el prólogo, lo expresa muy bien. Ese yo «es ficción en la medida en que es una construcción y contiene multitudes» y no lo es porque se muestra en carne viva.
–Cuando uno escribe una columna así, con tanto contacto con lo personal, la pregunta que te haces es ¿por qué estoy contando esto? No tengo tanto ego como para pensar que lo que me ocurra le pueda interesar a tanta gente. La intención final es que cuando le llegue al lector eso que cuentas le haga sentir menos loco o menos solo, porque a él le ocurre algo parecido. Por eso, ese yo es una presencia algo fantasmal porque cuando piensas que se le va a atrapar ya está fuera. Hay una exposición, pero también una huida. Se muestra hasta el punto que esa exposición sirva para contar algo más universal.
–Otro elemento de estilo es la poesía. Muchas columnas terminan con unos versos de poetas tan distintos como Idea Vilariño o Charles Simic, Elizabeth Bishop o Ana Blandiana. ¿Qué lugar ocupa la poesía en su vida y en su trabajo?
–Yo leo mucha poesía. Y en mi biblioteca tiene un gran peso. Hablando con Manolo Borrás, el editor de Pre-Textos, le contaba que, en mi biblioteca, los estantes con la poesía están detrás de mi escritorio de forma que escribo de espaldas a los poetas. Y siento como que me protegen. Son algo así como mi guardia pretoriana. Y cuando los uso al final de una columna es como una rúbrica que intensifica lo que intento decir, o lo muestro porque ellos lo dijeron mejor. Por otro lado, es muy importante para un periodista leer poesía porque te da mucha oreja, mucho oído. En lo que escribo hay un cuidado por la música del lenguaje, por la métrica de las palabras. Corrijo mucho los textos buscando un adjetivo determinado que sea esdrújulo para que la frase suene como yo quiero, o busco un sinónimo para que no haya una rima innecesaria. Y también te enseña economía de recursos. Con dos frases los poetas dicen cosas que a ti te llevan cuarenta.
–Otro tema habitual en sus columnas es la situación del periodismo. En una de las reunidas en un libro anterior, 'Zona de obras' (Círculo de tiza'), escribía: «¿Dejarían morir, sin intentarlo todo, a alguien que quieren mucho?». ¿Lo estamos dejando morir?
–Yo sigo escuchando la queja permanente. Y es cierto que las cosas no están bien, que hay muchos periodistas en paro y es muy preocupante y no sé si la situación se ha agudizado. Pero también creo que no hay que resignarse, que con la denuncia no basta. Hay que hacer algo para que este oficio no desfallezca, no se diluya, y hacerlo desde dentro. Volver a pensar entre todos el qué y el para qué. Hay crisis de medios, de empresas, pero este es un oficio de gente combativa, rebelde, contestataria, no es para gente mansita y yo me pregunto ¿qué responsabilidad nos cabe en todo lo que nos pasa?
«Todo. Todo el tiempo». La respuesta magistral que el genial músico de jazz Thelenius Monk dio a quien le preguntó cuando ya se había retirado y recluido ¿Qué te pasa? y a la que Leila Guerriero alude en la página 68 de 'Teoría de la gravedad' bien podría haber sido el título de este libro. En él una mujer escribe o piensa en que tiene que escribir, o coge el metro o un taxi, o recuerda su infancia en la Pampa y a sus padres, y va a los hospitales y a los cementerios, y a los conciertos en los que una adolescente irradiaba toda la fuerza por los poros, y cena con amigos o sola, o se detiene a pensar en el tiempo ese asesino veloz… Se angustia o es feliz en un instante incomprensible. Aquí palpita la vida en cada página y hay un yo que nos refleja, pero también hablan algunos yoes que la (nos) reflejaron antes. Guerriero toma la batuta para armonizar sus palabras con las de los poetas, y se apoya en ellos para sentirse menos sola. Entre las muchas citas hace suyas las palabras de Joan Didion cuando dice que uno no teme por lo que ya perdió, sino por lo que todavía no ha perdido. Guerriero, energía y lucidez hecha periodismo. ¿Su secreto? Quizá esta confesión: «Me dirán loca. Yo siempre estaré buscando bajo los adoquines, la arena de la playa».
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