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JESÚS BOMBÍN
Lunes, 28 de enero 2019, 08:10
Para seguir el rastro de las victorias poéticas de Eumelia Sanz Vaca hay que puntear sobre un mapa la geografía española. Y sobre él, ir haciendo parada en pueblos y ciudades de todas las comunidades autónomas, brincando desde el certamen García Lorca de Barcelona ... conquistado en 1997, al Miguel Hernández de Elda (Alicante) en el 2000, el de Poesía sobre 'La Navaja' de Albacete en 2008 o el Fray Luis de León de 2016 en la abulense Madrigal de las Altas Torres.
Esos títulos componen un escueto muestrario de los 1.014 premios –la mayoría de poesía, pero también hay relatos– que acumula la escritora de Tudela de Duero (Valladolid). Desde la niñez le viene el gusto por la escritura, aunque no fue hasta los años ochenta cuando puso su inspiración a competir. «Estuve buena parte de mi vida sin saber que tenía este filoncito escondido, así que fue en un concurso radiofónico en Valladolid donde gané un segundo premio, y después otro en Palencia con el que obtuve una escultura metálica de Don Quijote y 5.000 pesetas». Así empezó la carrera en pos de triunfos con las letras en certámenes locales o provinciales organizados por ateneos, ayuntamientos, diputaciones y colectivos culturales esta aficionada a la escritura, jubilada tras una vida laboral como funcionaria de Tráfico y de Educación, madre de tres hijos y con una nieta.
A la métrica y el ritmo poético le cogió el gusto leyendo en su infancia el libro 'Las mil mejores poesías en lengua castellana'. «Casi me lo sé de memoria, así cogí afición por los poetas clásicos», dice echando mano del recuerdo de versos de Lope de Vega, Góngora o Quevedo.
Aunque tiene querencia por la lírica, muestra un tino especial con los relatos –«De los que tengo, me los han premiado todos»– y la temática que frecuenta en ambos géneros abarca desde el amor –«el rey de los temas»–, a aspectos etnográficos e históricos de Castilla y León, personajes o el universo taurino.
En el reconocimiento de un jurado y el éxito de ver que algo escrito en soledad es valorado y hecho público encuentra Eumelia Sanz Vaca la fascinación que le lleva a medir sus habilidades literarias en un concurso. Mucho más que los trofeos, placas, diplomas y gratificaciones dinerarias que conlleva erigirse en vencedora, asegura quien gracias a los premios ha viajado por todo el país para recibirlos. Porque en buena parte de las bases de los certámenes se exige que el vencedor acuda al acto de entrega, una condición que en la actualidad lleva a la escritora vallisoletana a desechar un buen número de convocatorias. «En muchas de ellas te obligan a ir a recibirlo al pueblo o ciudad donde lo convocan, algo que es una gozada cuando está cerca, en Castilla y León, pero ya no me veo con fuerzas para acudir a Cádiz o Barcelona, es incomodísimo; antes viajaba hasta Málaga una noche, me volvía a la siguiente y, pocas horas después, a trabajar, pero ya no aguanto ese ritmo».
A ello suma además otro «engorro», la exigencia de enviar los textos y requisitos a través «de lo digital», lo que le lleva a descartar certámenes en los que, por cantidad y diversidad de premios, suelen destacar las regiones de Castilla-La Mancha y Andalucía.
A Eumelia la inspiración le suele pillar agazapada sobre un cuaderno, atrapando ideas y palabras al vuelo que encauza con facilidad cuando se ciñen al tema que exige el concurso. Con todo, hay certámenes que se le resisten, como el de las Justas Poéticas de Laguna de Duero. «Allí he enviado la flor y nata de muchos trabajos, pero no han prosperado y los han premiado en otros lugares», comenta esta socia del colectivo de Poetas del Campo Grande.
Asegura también que no es «ambiciosa» y que procura presentarse a los concursos «que están a mi alcance. Los premios me motivan muchísimo, me gusta aprender cada día porque del conocimiento brota la inspiración». Uno de los reconocimientos donde más fuerte se ha hecho es en el Premio de Poesía Fray Luis de León, convocado por el Ayuntamiento de Madrigal de las Altas Torres, que ganó en 2016, y al que se había presentado de manera ininterrumpida desde 1993, logrando seis segundos premios y una mención.
En su familia, reconoce, se han acostumbrado a sus victorias, a las que dedica una pared del recibidor en la que ha colocado 91 trofeos. «Sé que están orgullosos de mí, aunque no me lo dicen mucho para que no me lo crea», comenta entre risas. «Esto es un don del cielo, pero detrás hay mucho trabajo, ir a la biblioteca a documentarse, mirar en Internet para saber todo lo posible sobre el tema del que vas a escribir. A mí me gustan los temas obligados porque se aprende mucho, te cultiva y te dignifica. Y si ganas un premio, pues miel sobre hojuelas».
En ocasiones, el reconocimiento salta fronteras, como el Premio Mundial de Poesía de Puerto Rico en 1987. «El tema era el sabio Francisco de Vitoria, había pasado un año desde que envié el texto y me había olvidado tanto que lo di por perdido, hasta que un buen día recibo una carta concediéndome la medalla de oro. Me puse a llorar, fue uno de los premios que más me impactó».
Después de muchos años dispersando poemas y relatos por concursos, la escritora tudelana ha decidido reunir antologías y publicarlos agrupados en libros. En uno de ellos, 'Surcos de bonanza. Temas de Castilla y León', escribe a propósito de palomares y palomas: «Soñando las laderas, en las tardes pausadas, veo los castellanos palomares de factura artesana, jaulas de libertad para la vida con la puerta entornada para salir, para volar muy alto mientras la brisa canta. Se me va el sentimiento tras las palomas bravas (...)».
Entre las recompensas emocionales de la competición se queda con el contacto con la gente conocida en viajes y certámenes y, por supuesto, las felicitaciones sinceras. Tras las navidades, se ha tomado unos días de descanso «para no quemarme, hay que dejar la tierra en barbecho». Entre tanto ya tiene señalada en el calendario una fecha de febrero en la que se conocerá el ganador del próximo premio al que concurre. Si lo gana, será su distinción 1.015 con el correspondiente trofeo.
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