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Roberto Bolaño ha sido mucho más llorado póstumamente que celebrado en vida. En el último lustro de su existencia, a partir de 1998, logró la gloria editorial y el favor de crítica y público con ‘Los detectives salvajes’ (Anagrama). Los aplausos fueron coetáneos del anuncio ... de su enfermedad pero su eco ha pervivido con ediciones posteriores. Quizá sea su constante presencia mediática, quizá cierta empatía natural, el caso es que Javier Serena (Pamplona, 1982) se le coló Bolaño en sus planes.
«El proceso creativo siempre es azaroso, las decisiones se le escapan al creador. La vida de Bolaño la tenía ahí, quizá tras años de referencias sumadas, el subconsciente fue trabajando y un día se me impuso la idea de ficcionarla», explica Serena. Así nació Ricardo Funes, un trasunto del escritor chileno que protagoniza ‘Últimas palabras en la Tierra’ (Gadir) y sigue los hitos del héroe. «Primero el entusiasmo por llegar a ser alguien en la literatura, después la penalidad del exilio –más que geográfico, personal– durante el que pasa años escribiendo aislado, y el triunfo final. Funes consigue publicar y cae enfermo. Logra ser leído con obras que le satisfacían, ser lo que quería ser y a la vez sabe que tenía los días contados. Es un símbolo que representa el componente heroico del artista entregado a su obra, en un proceso largo y duro. Ya la vez es una persona vitalista que no logra vivir como quiere y, cuando lo consigue, muere».
Al atractivo de la obra se suma el «personal» aunque Serena reconoce que es cada vez más difícil encontrar una biografía así. «Funes/Bolaño representa los últimos estertores del escritor con vida de artista, extrema, que vive al límite por su arte, gente al margen de lo común. Él se metió en el laberinto o pozo de Blanes, viviendo de los premios de concursos de cuentos municipales y de su mujer. Antes de publicar se puede decir que era un excluido como los autores bohemios de comienzos del siglo XX». La brisa que aireaba la vida del escritor fuera de su sótano la traían su mujer y sus amigos. «Funes está inspirado en Bolaño pero no es él. Ambos tienen marcados algunos sentimientos. Eran personas muy viscerales, querían ser artistas ante todo. Fueron muy leales a sus querencias. Bolaño habla mucho en público de su condición de padre, fue muy firme en sus afectos y sus desafectos. Valoró a quien le apoyó y sus amigos fueron el único vínculo con la literatura real».
Serena se licenció en periodismo y comenzó a colaborar con varios medios hasta la crisis. Sobre si siente alguna afinidad con su protagonista considera que «siempre busco personajes con los que me identifique, que entienda sus emociones. Tengo una vida menos extrema que Funes. Pero la manera en la que habla de la literatura y la vida, esa visión tan romántica, sí la siento cercana. Ser escritor hoy es poco razonable, no hay una explicación lógica. Si lo analizamos en términos de recompensa al esfuerzo que supone, no salen las cuentas. Supone una visión quijotesca de la vida, es lo que le ocurre a cualquiera que se dedique a una actividad creativa. Lo hace por una cuestión de identidad, porque se siente escritor pero no es rentable socialmente. La literatura está en declive en una sociedad tan pragmática».
Aún así Serena escribe desde los 18 años, sin considerar la literatura un oficio, aunque sí los arrabales de la misma, como el periodismo. Esa vocación se ha plasmado hasta ahora en tres novelas publicadas. La primera, también editada por Gadir, es ‘La estación baldía’ (2012). La segunda ‘Atila. Un escritor indescifrable’ (Tropo, 2014), que como en esta tercera se aproximó a un personaje real Aliocha Coll, «médico y escritor visceral, como Bolaño, aunque de una familia acomodada. Se fue a París y cuando terminó su novela se suicidó».
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