«El periodismo para nada me ha perturbado en el oficio de escribir. Quizá por mi situación privilegiada. He sido un periodista que no ha tenido que fichar y eso. Pero es que, además, una cosa es el periodismo; otra, la escritura, digamos literaria». José ... Jiménez Lozano, en efecto, pudo compaginar con éxito los dos oficios, el de periodista y escritor, porque ambos los ejerció de una manera harto singular. De hecho, siempre concibió el periodismo más como un pensador que como periodista, y abordó el oficio haciendo especial hincapié en la vertiente humanística y cultural, sin tolerar la intromisión totalizadora de la política.
Publicidad
Desengañado de las leyes y de todo lo relacionado con el quehacer profesional del Derecho, más aún después de trabajar una temporada como pasante en el despacho de Gil Robles, se decantó por el periodismo como medio de dar rienda suelta a su afición literaria. Colaborador en revistas universitarias, en 'Destino' e 'Informaciones', en 1956 comenzó a hacer otro tanto en El Norte de Castilla, concretamente en el suplemento cultural «Las Artes y las Letras». Según declaraciones del escritor a Lea Bonnín, «El Norte de Castilla era un ágora en donde, además de tener las reuniones para resolver los aspectos técnicos, se hablaba de literatura y política».
Como recordaba Félix Antonio González, que también dirigió El Norte y compartió oficio con él durante muchos años, Jiménez Lozano era entonces «un chaval prematuramente madurado, que hablaba de Charles Péguy y profesaba un catolicismo con el que no cabía más remedio que estar de acuerdo... Un gran fichaje, pensamos todos, ante un jugador que debería estar en el promesas pero que reclamaba un puesto en el primer equipo...».
En aquel momento dirigía el rotativo su buen amigo Miguel Delibes, admirador de la profundidad de su prosa y de una cultura humanística atenta siempre a quienes vivieron en los márgenes de lo oficialmente tolerado y establecido; un Delibes que en más de una ocasión se había referido de manera elogiosa al quehacer del abulense, como cuando le describía como un «amante de la verdad, detractor de la sociedad de consumo, independiente de toda organización y cualquier tipo de oficialismo, enamorado de lo pequeño, de lo aparentemente inane». Desde ese año de 1956 hasta julio de 1969, como ha escrito María Merino, Jiménez Lozano publica 28 artículos en 'Las Artes y las Letras'.
A partir de ese momento, el de Langa hace gala de unas ideas-fuerza muy suyas, que pivotan sobre cuatro ejes: la definición del concepto de intelectual, la defensa de la coherencia de pensamiento, el papel del cristianismo en la sociedad y la denuncia de ideologías fraudulentas. Muy influido por pensadores católicos de mentalidad aperturista como Teilhard de Chardin, François Mauriac, Georges Bernanos, Simone Weil y Leon Bloy, enseguida prodiga la crítica mordaz hacia la «civilización técnica», «la estupidez, la barbarie, el infrahumanismo, la frivolidad y la mentira».
Publicidad
Un estilo de vida superfluo y consumista que Jiménez Lozano sitúa en Nueva York, como prueba su famoso artículo de octubre de 1957, en el que Santa Teresa de Jesús viaja a la ciudad de los rascacielos para solicitar un pequeño 'Plan Marshall' que infunda algo de aliento económico a nuestro país. Los intelectuales franceses, empero, no son los únicos que aparecen destacados en sus artículos culturales. También sobresalen españoles de la talla de José Ortega y Gasset, a quien en octubre de 1965 califica como «periodista nato» que «dignificó esta parcela del quehacer literario, hasta redimirla de lo que fue hasta entonces entre nosotros: ingeniosidad polémica en el mejor de los casos, cuando no afilada espada de rencores (...)».
En 1962, cinco años después de matricularse en la Escuela Oficial de Periodismo, Jiménez Lozano convierte ese oficio en su única ocupación. Pero ya antes, concretamente en octubre de 1959, había sustituido al sacerdote José Luis Martín Descalzo en la columna que firmaba a diario con el nombre de 'Ciudad de Dios'. Fueron ocho años en los que el abulense, siguiendo en cierto modo la senda del joven clérigo vallisoletano, criticó abiertamente el materialismo de un mundo lanzado al negocio y la especulación.
Publicidad
«Jiménez Lozano nos mostró una cierta disconformidad con el catolicismo imperante hace unos lustros, para reencontrarse con él en el 'aggiornamento' de Juan XXIII con el cual se identificaría Pepe plenamente», señalaba Delibes a propósito de esa primera columna en El Norte. Y es que, en efecto, el abulense no pasó por alto la esperanza renovadora generada por el Concilio Vaticano II, incluidas las principales consecuencias para la Iglesia, ni escabulló las derivaciones de orden social para un país que aún presumía de mantener la unidad católica y todos los privilegios que suponía un Estado confesional.
Por eso criticaba «las advertencias contra los terribles peligros de la libertad y la tolerancia religiosa, la prudencia que debe tener el Concilio en este aspecto, porque 'España es diferente'. (...) Dios sabe por qué oscuras conspiraciones y tejemanejes 'judeomasónicos' que creo que es como se dicen estas cosas», escribía en 1964. Claro que no todo fueron parabienes: en 1960, una columna titulada 'Los curas molestan' molestó, y mucho, al vicario de la diócesis, que la denunció al delegado de Prensa. Como solución, El Norte propuso que Martín Descalzo revisaría desde entonces los artículos del abulense.
Publicidad
En 1961 Miguel Delibes había puesto en marcha otro de los suplementos históricos del periódico, 'El Caballo de Troya', que, según confesaba él mismo, pretendía ser «una cabeza de puente en el mundo de la frivolidad, dedicada a enseñar a pensar a los que ordinariamente no piensan y a tratar de ordenar el pensamiento de los que de buena fe desean pensar. La sección llevaba el espíritu de Pepe Lozano que es, para entendernos, un espíritu de caridad justa. (Justa es una palabra incómoda pero insustituible, en este caso, para delimitar el concepto caridad, tan maltratado el pobre)».
Según José Francisco Sánchez, autor del libro 'Miguel Delibes, periodista', los artífices del suplemento «pretendieron constituirse de algún modo -quizás no conscientemente- en el equipo de pensamiento del periódico. (...) Desde una inspiración cristiana especialmente combativa, quisieron afrontar los problemas sociales del momento y, sobre todo, hacer pensar a los lectores. Ésta en el fondo, era la razón de su título 'El Caballo de Troya', introducir en aquel sistema político ideas y opiniones contrarias a las establecidas, con apariencia y fondo cristiano».
Publicidad
Junto a Jiménez Lozano y Javier Pérez Pellón, auténticas 'almas' del proyecto, participaron en 'El Caballo de Troya' plumas tan reconocidas como las de Carlos Campoy, Manuel Leguineche, Bernardo Arrizabalaga, José Luis Martín Descalzo, Miguel Ángel Pastor, César Alonso de los Ríos o Francisco Umbral. Entre los 82 artículos que el abulense escribió hasta la desaparición del suplemento, el 9 de enero de 1966, abundaron temas sobre la actualidad mundial y española, la defensa de la individualidad de la persona y el papel del intelectual como referencia para el hombre. Y al igual que ocurrió con la columna 'Ciudad de Dios', Jiménez Lozano tampoco se vio a salvo de las críticas: su artículo 'El africano en su casa', que denunciaba la marginación que sufría la población africana en un continente dominado aún por el hombre blanco, suscitó la protesta formal del embajador de Sudáfrica, lo que obligó al propio Delibes a defender la labor de su redactor.
Pero no fue ése su único encontronazo con el poder, como recordaba en otra ocasión: «Hice una serie de reportajes de pueblos de Castilla, con fotografías, y un día nos llamó Fraga, muy enfadado, porque decía que le hacíamos el juego al comunismo. Nos invitó a comer en la Casa de Galicia y nos echó un broncazo».
Noticia Patrocinada
Y es que aquellos no eran tiempos fáciles para esa nueva generación de periodistas que anhelaba ver materializada en toda su autenticidad esa libertad de prensa de la que alardeaban las esferas oficiales. Aun así, Jiménez Lozano no sufrió los rigores más duros de la censura, salvo los episodios citados y otros que él mismo consideraba anecdóticos: «El ambiente era distinto, mejor que el anterior; para mí la censura fue más un acicate que otra cosa».
Como destaca María Merino, llama la atención que desde el momento en el que formaliza su contrato como redactor y durante treinta años, Jiménez Lozano apenas escribe en el diario con su firma, si bien es cierto que se le encomiendan tareas de gran relevancia, como los editoriales, las notas internacionales y el resumen de la prensa extranjera.
Publicidad
En 1978, con Fernando Altés al frente del periódico, Jiménez Lozano fue nombrado subdirector, responsabilidad que asumió de mala gana porque comportaba compromisos sociales con los que no comulgaba. Finalmente, la muerte de Altés, en 1992, le hizo asumir la dirección de El Norte. Lo cierto es que ambos cargos los ejerció muy a su manera, de forma un tanto anárquica e informal, pues acudía poco a la redacción y lo más común es que, ya en su etapa de director, delegara sus funciones directivas en Íñigo Noriega y María Eugenia Marcos. «No sé por qué he aceptado la dirección de El Norte. Por poco tiempo, hasta que recapaciten mis señoritos y se den cuenta del desastre que soy», llegó a reconocer.
En su casa de Alcazarén escribía los editoriales, que luego traía al periódico, y no faltaba nunca a las reuniones del Consejo, una especie de tertulia familiar donde tenían cabida ilustres escritores y reconocidas personalidades de la ciudad. Quienes estaban entonces en la redacción recuerdan la famosa y repetida «consigna» del director: «El consejillo ha dicho esto, pero bueno, haced lo que creáis más conveniente».
Publicidad
Su jubilación, en 1995, coincidió con la venta del periódico al grupo de comunicación El Correo Español-El Pueblo Vasco, hoy Vocento. Colaborador del decano hasta 2005, su pluma fue solicitada también por otros medios. Ya entonces, sin embargo, pensaba que los periodistas habían sido sustituidos por comunicadores, calificativo éste que, a su entender, resta profundidad y hondura intelectual a la profesión.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Te puede interesar
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.