Javier Figuero, con su último libro de cuentos . Teo Moreno

Javier Figuero: «El periodismo tendrá que encontrar audiencia y crédito, hoy en entredicho»

El periodista vallisoletano presenta 'Todo lo que hice para llegar a Samarcanda' a las 18:30 de este miércoles en la librería Margen

Victoria M. Niño

Valladolid

Miércoles, 16 de noviembre 2022, 00:07

Una vida dedicada al periodismo y la literatura, en destinos como El Cairo, Finlandia o Buenos Aires, cruzada con Sofía Loren, Cohn-Bendit o Saramago. Eso y más cuenta Javier Figuero (Valladolid, 1948) en 'Todo lo que hice para llegar a Samarcanda' (Natural Ed.) que ... presenta este miércoles a las 18:30 h. en la librería Margen.

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–Cita a Buñuel al inicio: «la realidad sin imaginación es la mitad de realidad». ¿Buscó el equilibrio entre el rigor del periodista y las licencias literarias del escritor en estas memorias?

–Sin duda, pero, más que memorias, que lo son, yo prefiero decir que mi libro es una construcción literaria en torno a la memoria. Un matiz importante porque, el escritor que se enfrenta a la suya, descubre que el ensueño y la fantasía es, con el tiempo, tan verdad como la propia realidad. Proust, un memorialista distinguido, aseguraba que la vida real del escritor era la vivida en la literatura. Las memorias son un género literario, no un registro de cuentas y de acciones.

–¿El Javier que las firma es más resultado de los que pudo ser –matemático, actor, ingeniero– o de los que ha sido –reportero, columnista, escritor–?

–Mi capacidad actoral no daba para esos papeles, aunque el estudio y la enseñanza de las Matemáticas me diera satisfacciones. Cuando Coetzee, que era profesor de esa disciplina, ganó el premio Nobel de Literatura vi despejado el camino a Estocolmo, pero no me salieron las cuentas. El Javier de este libro es el resultado de su curiosidad y de su carácter diletante, el periodismo y la literatura me permitieron serlo; la especialización me hubiera anulado.

–Comenzó en el 'Arriba' y terminó en 'El País' y TVE, ¿cómo ha cambiado el periodismo desde los setenta?

–Muchos de mis compañeros en aquel periódico con el yugo y las flechas ocuparon luego cargos de gran importancia en 'El País,' periódico emblema del cambio democrático. Antes de su desaparición, las instituciones del franquismo hacían aguas por todas partes. En la redacción de 'Arriba' trabajaba la directora de 'En Lucha', órgano clandestino de la Organización Revolucionaria de Trabajadores, y el secretario de Prensa del Partido Comunista de Madrid, sirvan de ejemplo. Socialdemócratas y marxistas defendían la toma desde dentro de los medios de comunicación estatales, eso también ha pasado a la Historia. En cuanto al periodismo de hoy… Pues bien, gracias. En crisis, como ha de ser… como la política, las instituciones, la sociedad. Reaccionará con ellos, no tengo duda; se amoldará al trauma tecnológico, descubrirá nuevos nichos de seguidores y nuevas formas de servirlos. Una expectativa apasionante.

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–Ha vivido el cierre de cabeceras y como iban remplazándose por otras. Ahora el movimiento es digital ¿cambio de soporte o cambio de era?

–Marco las eras con las creaciones que me han conmovido: las epopeyas de Homero, los sonetos de Quevedo, las películas y los libros que me hicieron soñar. ¿Medios, soportes periodísticos…? Me temo que el periodismo tendrá que empezar por lo elemental, encontrar lectores, audiencia, crédito… Buena parte de esto queda hoy en entredicho.

–Tuvo una sección, 'Locas pasiones' (El País), en las que prohombres nacionales se disfrazaban ¿se imagina hoy a un político, como antaño Aznar, vestido como El Cid? ¿qué mató la osadía periodística?

–Antes que disfrazarse, demasiado paródico el término si me permite, revelaban su esencia en la asunción del otro. Se vestían de ellos para desnudarse, un juego intelectual antes que nada. Nunca sugerí papel alguno. Aznar quiso ser Cid Campeador y yo escribí su transmutación con un romance. La osadía periodística la mató el cansancio personal; me aburro de las cosas; busco las nuevas para descansar de las anteriores  

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–Además de la aproximación a Samarcanda ¿qué significa el viaje en su vida?

–Samarcanda es la metáfora de un destino que se persigue sin que estemos obligados a alcanzarlos. Estuve allí, pero podía no haber estado. Otros lugares tuvieron y tienen en mi el mismo significado. El viaje me ha distanciado de la terrible enfermedad del nacionalismo. Aunque no sé si lo he conseguido. Un día discutí con un repartidor de paquetes y me llamó «paleto». Tendré que seguir viajando.

–Ha publicado una veintena de libros, varios de ellos ensayos históricos y literarios. ¿Se entiende España sin conocer a la Generación del 98 o sin plantearse la omnipresencia de la Iglesia en su historia?

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–Para mí, la herencia del 98 es el enorme trauma personal con que la Historia compensó su compromiso con la libertad. A diferencia, por ejemplo, de sus colegas franceses, los intelectuales españoles siguen guardando la ropa antes de echarse a nadar. Al clericalismo español le dediqué un voluminoso estudio publicado en Espasa Calpe y hubo ensotanados que hicieron de mi su bestia negra, mientras en sectores presuntamente críticos escondían la cabeza bajo el ala. Décadas después, asuntos nunca resueltos, como el laicismo oficial, las inmatriculaciones o los abusos sexuales de aquellos siguen resbalando a la Iglesia.

–¿De dónde surgió su interés por Albert Camus y María Casares?

–Antes de vivir en Francia, tuve un acercamiento precoz a Camus, lo que me llevo a buscar sus libros fuera de España, y hoy cuento con algunas primeras ediciones. Su exaltación de España es la raíz del ensayo que le dediqué. María fue una consecuencia del interés por el escritor. Fue una satisfacción el que ambos trabajos se publicaran en Francia.

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–Se dice «un mediterráneo de Valladolid» que vive en Madrid.

–La cultura mediterránea es mi gran referente y todos saben que Valladolid, donde nací, está entre Algeciras y Estambul. De mis viajes coleccionó luces que quedan en la retina. Soy «un catador de luces» y en ciertos lugares del Mediterráneo me he emborrachado con ellas. Descreído de divinidades, como soy, solo entonces he intuido lo suprahumano, la belleza. Admirando la luz que le envolvía en el Partenón, Henry Miller quiso establecer un diálogo con Dios y, motivado por tanta belleza, su oración fue masturbarse. En esas ocasiones, yo suelo perseverar hasta el crepúsculo. Cada cual administra sus emociones como quiere.

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