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Con el difícil equilibrio que supone retener unos ingredientes básicos en lo estilístico para que sus huestes de fans (los gellidistas) acudan a buscar y encuentren lo que esperaban, y a la vez responder a la necesidad de contar algo diferente y evolucionado, que no ... pierda la capacidad de sorpresa y que ceda un cierto margen al respiro propio, César Pérez Gellida regresa a las librerías el próximo 7 de noviembre con 'Todo lo peor'. No tanto una prorrogación de su novela anterior, 'Todo lo mejor', como una nueva aventura independiente en torno al personaje de Viktor Lavrov, con estas poco más de seiscientas páginas pretende su autor dar por cerrada, al menos de momento, su aventura soviética, limitándose a un díptico en lugar de optar por sus habituales trilogías.
«La Guerra Fría es un período histórico que siempre me ha llamado la atención, y más por las implicaciones que tiene su final», explica el autor. «Pese a que el comunismo es una idea derrotada no da su brazo a torcer, y aunque la URSS está a mucha distancia del imperialismo se siguen empeñando en mantener la pelea a lo largo de la década de los ochenta». Este enfrentamiento de ideas y de cómo la victoria de la una sobre la otra condiciona la historia y la sociedad que nos han marcado como civilización resulta tremendamente atractivo para el autor de 'Memento Mori': «Hoy vivimos en un mundo manejado por estas ideas, pero si hubiera sido el otro las cosas serian muy distintas, no sé si mejores o peores».
Construir a su personaje con una fe ciega hacia la idea que, el lector sabe, no conseguirá imponerse, viene un poco a justificar los títulos de la dupla: «Lavrov vive convencido de que el comunismo prevalecerá y desde el punto de vista con el que le han adoctrinado las cosas se ven muy unidireccionales: él solo tiene un enemigo y hará todo lo justificable por la causa para vencerlo». De ahí que en 'Todo lo mejor' empiece a vivir una serie de evoluciones que le hagan darse cuenta de que no hay lados más buenos que en el que uno se encuentra, una base esencial para que devenga en otro de los personajes más icónicos de Pérez Gellida; Armando Lopategui 'Carapocha'.
«El lector espera que Lavrov complete el pasado de Carapocha, que en estas dos novelas hablemos del pasado de un personaje obsesionado por descifrar la mente la psique criminal y con unas formas de hacer que se sale de la ortodoxia». Deudor, confiesa, del carisma con el que apartó al que fuera el desequilibrio de la balanza entre el bien y el mal que encarnaran Ramiro Sancho y Augusto Ledesma en su trilogía 'Versos, canciones y trocitos de carne', asume que no hay secreto ya en el vínculo que une a estos dos trabajos con sus primeras obras: «Yo quería explicar la evolución histórica del personaje, despojarle de la experiencia de la que hacía alarde y de ese carácter manipulador, y mostrar cómo aprende a manejar a la gente, como buen espia del KGB, en un momento en el que aún no sabe el jugo que le puede sacar a esta virtud».
Parte del encanto consiste en ver cómo Carapocha/Lavrov aquí, como buen protagonista en una novela de espías, se ve manejado por otros intereses que le superan, en argumentos donde Pérez Gellida tampoco oculta mensajes propios hacia preocupaciones sociales de mayor actualidad, desde el rol de las mujeres (en 'Todo lo mejor') hasta, en esta obra, las libertades de las personas homosexuales, objetivo del proverbial asesino en serie que el protagonista debe intentar parar.
Pero si no es suficiente seña de identidad la ligazón del personaje con las obras previas, lo será el personal estilo narrativo de Pérez Gellida, marcadamente heredero de los códigos audiovisuales: «Traslado cada escena al lector con recursos un tanto cinematográficos, como de cámara: para mí, mi método de escritura se puede resumir en visualizar muchas veces la escena en la cabeza y llevarlo al papel». Con diez novelas se autoevalúa como un autor con «un estilo mas maduro y depurado, sin tantas florituras que antes trataba de implementar de forma artificial y ahora parten de una forma más natural, en una prosa más limpia y nítida». El veredicto final de la novela corresponde, como marca la dinámica, a los lectores.
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