Esta es la última convocatoria de septiembre para ella, la última vuelta a la Universidad de Barcelona como profesora. Rosa Navarro, la filóloga que encontró al autor del Lazarillo, será catedrática emérita en octubre. Seguirá investigando y seguirá sumando lectores jóvenes a los clásicos.
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–¿Se define como escritora o reescritora?
–En realidad, soy escritora porque además de reescribir a los clásicos, escribo ensayos de investigación filológica. Los niños me suelen preguntar por mis novelas y les digo que quiero mucho a los demás y si escribiera novelas serían muy aburridas. Soy más una reescritora pero hay un rasgo del escritor que comparto, el gusto por hacerlo. Escribir me da un placer inmenso, casi el mismo que leer. Sí me considero escritora, aunque no creadora.
–¿Cómo comenzó su acercamiento de los clásicos para adaptarlos a públicos de corta edad?
–En 2004 Reina Duarte, la directora de Edebé y exalumna mía, me propuso adaptar el 'Quijote' para niños ya que al año siguiente se celebraba el cuarto centenario de la publicación de la primera parte. Yo dirigía una colección de clásicos y había hecho una versión libre de la 'Metamorfosis', de Ovidio, para Alianza, en un intento de divulgar los mitos. Empecé a adaptar el 'Quijote' y descubrí que me lo pasaba bien. Probé con el hijo de una amiga, que no lee mucho, a ver si le gustaba. Le envié la primera parte y a los tres días me pidió más. Ni Reina ni yo creímos en el éxito de esa versión pero se vendió bien. Nos dimos cuenta de que no había adaptaciones buenas de clásicos hechas desde el conocimiento de la obra. Esta es la verdadera razón, pero lo que les cuento a los niños es que en agosto 2004 se me apareció en sueños Cervantes y me dijo que estaba triste porque los niños no podían leer el 'Quijote' y me pidió que se lo contara yo. Esta historia entusiasma a los niños de en torno ocho años. Hace unos meses un niño me descolocó con la siguiente pregunta: «Rosa ¿has pensado en por qué Cervantes te eligió a ti?». Y tuve que contestarle que siempre me lo estoy preguntando, y en eso sigo.
–¿No fueron las lagunas de sus alumnos universitarios lo que le llevó a poner remedio a tiempo?
–Empecé a dar clase con 21 años, eran tiempos heroicos, todavía con Franco. Yo era muy joven, atrevida y una profesora dura. En mis últimos años me he vuelto bondadosa y apruebo a todos. Hace cinco años me confundieron con Rosalía de Castro y me di cuenta de en que punto estaba la enseñanza universitaria. Este curso una alumna me dijo que tenía una lista de diez mitos importantes y quería pasármela para ver qué opinaba. Luis Carrillo y Sotomayor (1585-1610) era el primero en su lista, es un escritor conocido que nombré en clase y ella confundió con un mito. No sé que le pasa al ser humano. Los niños en los colegios me hacen preguntas ingeniosas, son inteligentes y cuando llegan a la universidad se quedan adormecidos con las pantallas. Es muy decepcionante, aunque siempre hay una docena de alumnos que serán buenos, al menos en mi especialidad.
–El debate sobre si clásicos adaptados u originales en la edad escolar es recurrente.
–Si no adaptamos las obras, no se leen. Primero porque cuando los profesores tienen poder sobre los alumnos en la escuela –eso si se acuerdan de lo esencial de la lectura– no pueden llevarles los originales pues matarían sus ganas de leer. Tampoco vale cualquier adaptación, tiene que ser alguien que conozca perfectamente la obra, que la tenga en la cabeza. He hecho tres adaptaciones del 'Quijote' y en cada nivel me planteo qué debo mantener, cómo transmitir al personaje. En mi 'Quijote' intermedio no podía bajar a la Cueva de Montesinos porque es una burla de los romances y para entenderlo debes conocerlos. Si se quita eso, hay que suprimir también el episodio de la caída en la sima de Sancho porque son episodios paralelos, si no está uno no puede estar el otro. Se puede quitar 'El curioso impertinente' porque es una obra inserta, pero no se puede prescindir de la historia de Dorotea y Fernando porque Dorotea será la princesa Micomicona y tiene que ver con la vuelta de Quijote a la aldea, con el desencanto. Solo desde el conocimiento y el estudio se puede hacer una buena adaptación. Mi última adaptación ha sido 'La Ilíada contada a los niños', un milagro. Es una obra difícil, lo tuve que leer cinco veces para entender su estructura.
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–Con 600.000 ejemplares de sus libros vendidos ¿es la embajadora de nuestros clásicos?
–Mi gran éxito ha sido que los italianos (Mondadori) han traducido mi adaptación de 'La Eneida', de Virgilio. Me emocionó meter mi 'eneida' en Italia. También me ocurrió con la 'Biblia', el 'Quijote' y 'La Ilíada'. Mi 'Quijote' ha sido muy traducido, no deja de impresionarme que puedan leerlo los niños surcoreanos. Nuestro valor esencial son las creaciones artísticas. Del mismo modo que Velázquez es admirado, Cervantes también, aunque traducido, no deja de ser esta mi aportación a que una obra universal llegue a todas partes. En Hispanoamérica leen mis adaptaciones y me escriben de Perú o Argentina, es emocionante que esos niños o un holandés pueda revivir y saber quienes son esos personajes gracias a una adaptación. Adquirimos la condición de personas gracias a la contemplación de obras de arte, a la escucha de la música, a la lectura.
–¿La palabra 'clásico' funciona como una losa sobre estas obras?
–Sí, tendría que ser un privilegio ser clásico. Se aplica a los discos, ponemos un clásico no solo pensando en Beethoven o Mozart sino, incluso, con los Beatles. A veces se utiliza en sentido real, como elogio, pero otras es una losa, porque lo identificamos con algo aburrido, de otro tiempo. En realidad, los libros que han sobrevivido a la historia nos cuentan muchas cosas. La Unesco se molesta en declarar patrimonio humanidad las tapas y todos tan contentos, pero el patrimonio personal son nuestros libros, hay que leerlos y hacer que los niños les conozcan. El otro día, un niño, que lee poco, me dijo que el 'Lazarillo' lo había leído «hasta dos veces». Ese niño fue a Salamanca y se hizo una foto con la estatua del Lazarillo y el ciego porque lo reconoció. Sabía el significado de la escena porque lo había leído. Para eso sirven los clásicos, para reconocer tu mundo.
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–En obras como las historias de Simbad o las 'Leyendas' de Bécquer, ¿qué criterio de selección sigue?
–A las leyendas les di muchas vueltas. Por una parte atendí a las que más me gustaban, por ejemplo, 'El rayo de luna' es mi preferida y ahí está. Luego pienso en las que pudieran interesar a los jóvenes. Ydespués, miro a los lectores. Le di muchas vueltas. En cambio he visto 'La promesa' o 'El monte de las ánimas' funcionan muy bien. Con respecto a Simbad, me fié más del conocimiento popular de la obra. Lo que he aprendido es que es muy difícil transmitir una obra que no se conoce. Una de mis apuestas personales fue adaptar el 'Caballero Zifar', el primer libro de caballerías, muy divertido, del XIV, apasionante, para que dejase de ser una lectura solo de especialistas. Pero no se vendió nada. Fue un fracaso porque ni padres ni profesores lo conocen y no se atreven a recomendarlo. Si adaptaba 'Platero' o el 'Cid', bien, pero el fracaso de Zifar me demostró lo dicho. No he abandonado mi amor por Zifar, pero me hizo orientar la colección para los más chicos hacia los personajes. En 'Las mil y unas noches' los relatos más conocidos son los de Simbad, por sus versiones para el cine, y los de Aladino, en los que ahora trabajo. Juega a mi favor el que sepan la historia que se cuenta. Los seres humanos somos niños grandes, a un niño le tienes que contar siempre la historia igual, no puedes cambiar nada. Preferimos contar lo que sabemos, todos vuelven al pasado. Por otra parte, los niños quieren leer algo que sea verdad. Siempre me preguntan si existió el Lazarillo o el Quijote. Al principio contestaba que no y ahora les digo que sí. No les cuento la segunda parte, que son reales en la mente de quienes los crearon. El ser humano, por eso éxito de las biografías, quiere leer cosas que han existido. Así que esos elementos pesan en mi elección, el conocimiento de los personajes y su realidad. Me queda Ali Baba pero es muy dura la historia, porque matan a todos los ladrones.
–¿En qué anda ahora?
–Cada adaptación es una lucha. Tengo ideas pero se pueden quedar en el cajón. Entiendo que una empresa editorial debe vender. En este momento lucho para introducir en la colección de Clásicos contados a los niños un libro de mitos. Forma parte de mi voluntad de divulgarlos, son claves para entender la literatura, el arte, la música. Si no se sabes quién es Orfeo o Faetón te pierdes muchas cosas.Aún no sé si lo conseguiré. Los editores saben vender. Yo encuentro tesoros y a veces me dicen que no brillan, que no los ve nadie. Ni Berceo ni Zifar vendieron mucho y no se pueden tener dos fracasos seguidos.
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–¿Sigue borrando anónimos del medievo y encontrando autores?
–Sigo investigando, sí. Los anónimos me duran poco. Acabo de desvelar uno más, el de 'El Abencerraje'. Es una novelita morisca de mitad del siglo XVI que hasta ahora se le atribuía a un escritor que no podía ser. Es un canto a la nobleza tanto de moros como de cristianos y he visto que era de un poeta del XVI Gutierre de Cetina, conocido pero que no se relacionó nunca con esta obra. Él era de origen morisco y por eso defiende su estirpe. No tengo ninguna duda, está bastante demostrado en un artículo que he publicado recientemente.
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