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La última novela de Patricio Pron, 'Mañana tendremos otros nombres', que le ha valido el premio Alfaguara; dialoga y se relaciona con una inadvertida avalancha serendípica de otros autores que han reflexionado, desde la ruptura y otras sensaciones de pérdida, sobre los tics de ... toda una generación: Aixa de la Cruz ('Cambiar de idea'), Edurne Portela ('Formas de estar lejos') o Isaac Rosa ('Feliz final'). Pero la novela del argentino, autor de 'La vida interior de las plantas de interior' o 'Lo que está y no se usa nos fulminará', ostenta mayores ambiciones, al mezclar su disculpa argumental con una serie de pensamientos cercanos al ensayo que vienen a tratar de demostrar, con plasticidad y con contundencia, que «la experiencia amorosa también es política», como declaró ayer en el Teatro Zorrilla en momentos previos a su acto de presentación junto al periodista César Combarros.
«Mi novela se propone ampliar el foco y mostrar a la pareja de la ruptura en su contexto», explicó Pron. Y a mayor plano de cámara, más desdibujada aparece la escena particular y mayor protagonismo cobra la imagen universal: «No solo se habla de la experiencia de amor, es el retrato de una época marcada por la incertidumbre y la precariedad, donde los discursos políticos y económicos se cuelan en ámbitos como la intimidad».
Al irrumpir esa retórica de lo económico refulgen los cambios generacionales que llegan a poner en cuestión, casi a modo de costumbre de fuerte raigambre histórica, aquellos valores asumidos y asentados por la generación previa y, en el caso de la intimidad y la experiencia amorosa, un modelo de familia basado en la monogamia y en la perdurabilidad hasta la muerte con el objetivo último de dar a luz a la siguiente generación: «Afortunadamente es un discurso que hoy se ha superado y existen más alternativas que esa fidelidad forzada o esos fines meramente reproductivos», valoró el autor.
Otra de las facetas de la novela pasa por la imposibilidad de poner punto final auténtico a la relación, reforzada por el duelo doble que supone el borrado físico y virtual de la pareja perdida y que pasa por la separación de amigos de las redes sociales, el 'espionaje' entre perfiles eliminados o asumir el control de una narrativa que también se extiende por el terreno del ciberespacio: «Hay un sujeto como mercancía que acepta consumir a otras personas y que, de alguna manera, se pliega a ser consumido». La rentabilización, por parte del capitalismo tardío, de esas emociones y de esas personas llega al punto de que el mayor grado de intimidad, ejemplifica el autor, no es ya el intercambio físico y amoroso (aunque nazca de plataformas en forma de 'app' concebidas para esto mismo, en la que se cuelan incluso dinámicas sexistas y de violencia contra la mujer), sino por la revelación del nombre de usuario en Instagram: «Y es una ventana a una realidad aparente, una vida falsa, pues la existencia real carece de filtros», advierte el escritor argentino.
Para Pron, la pareja asume con cierto miedo una soledad y una soltería (cuando la relación se rompe muy a menudo a raíz de un acontecimiento harto banal), y ello se puede traducir en una serie de dinámicas que se leen, en clave generacional, «como un campo de batalla». A lo largo del acto de presentación en la sala Principal del Teatro Zorrilla, el autor también aportó claves de la novela como la muy intencional elección de los oficios de la difusa pareja protagonista (una arquitecta con miedo a los proyectos de futuro y un ensayista): «Son dos profesiones que resultan proclives a la autorreflexión».
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