Disfruta de las tres décadas ganadas por la ciencia. Pascal Brucker (París, 1948) lleva tiempo filosofando sobre la felicidad, el matrimonio, la multiculturalidad y ahora aborda la longevidad. «El drama de la vejez es que seguimos siendo jóvenes», afirmó Wilde. Y Bruckner anima ... a mirarse al espejo, a aceptar que a partir de los 50 se transita el camino que va de la madurez a la vejez y hacerlo con la mayor dignidad y alegría posibles. «Desde la niñez aprendemos una sola cosa: el precio inestimable de la existencia», dice, y a la vez «el hecho de haber vivido no me convierte en un poseedor, sino en un desposeído». 'Un instante eterno' va por la cuarta edición y su autor estará el próximo miércoles en la Universidad de Salamanca.
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–Somos más que nunca una sociedad de 'peter pans', sostiene. ¿por narcisismo, miedo?
–Peter Pans, tal vez, pero con barba gris y pelo blanco. La nueva longevidad, que supone entre veinte y treinta años más de vida, nos obliga a adaptar nuestro comportamiento a esta realidad. A partir de ahí, tenemos dos opciones: o nos metemos en el papel de la vejez desde los 50 años, y jugamos a ser viejos sabios, o nos decantamos por un acomodo entre nuestra edad y las fuerzas que aún sentimos. Puede ser una cuestión de narcisismo, pero sobre todo de vitalidad, una voluntad de no rendirse. Una buena vida después de los 50 o 60 años no tiene por qué ser una vida insulsa. Podrá ser breve, pero también rica e intensa.
–Anima a continuar trabajando, pero el capitalismo considera a las personas según la productividad y su capacidad de compra ¿qué pasa cuando se prescinde de los trabajadores en edad de máximo rendimiento?
–El mercado sabe perfectamente cómo adaptarse a las transformaciones. Si puede obtener beneficios retrasando la edad de jubilación, lo hará. En este sentido, no debemos alinearnos con la lógica del capitalismo, sino un cierto sentido de la equidad: si un hombre o una mujer de 55 o 60 años tiene todavía treinta años de esperanza de vida, es absurdo hacer que las generaciones más jóvenes paguen sus pensiones. Según esta lógica, mientras los más mayores estarían mano sobre mano, sus hijos tendrían que trabajar para mantener a los ociosos. Esto no es normal. En todo el mundo desarrollado, la edad de jubilación se está retrasando gradualmente hasta los 65 o 67 años, según los trabajos. Por el momento, en Europa y EEUU, los empleadores tienen la sartén por el mango. La cuestión de los salarios no es anecdótica, es esencial. Tener más dinero implica disponer de una mayor libertad.
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–En las primeras semanas de la pandemia asomó el asunto del triaje ¿le parece la edad un criterio moralmente aceptable?
–Al principio de la pandemia, se escuchaba una curiosa cantinela: encerrad a los ancianos y dejad vivir a los jóvenes. Puesto que la mortalidad afectaba principalmente a las personas mayores de 70 años, deberían haberse recluido en sus casas y esperar a que el covid terminara. La antigua teoría del sacrificio, ilustrada por la alegoría del naufragio, resurgió de forma espontánea. Cuando el barco se hunde, se asigna un bote a los supervivientes. Pero la embarcación está sobrecargada: para salvar a los pasajeros, se decide arrojar al grumete por la borda. Encarcelar a los ancianos no cambió la virulencia del coronavirus: un problema de impotencia médica acabó derivando en la designación de un chivo expiatorio. Desde entonces, cientos de miles de personas de entre 40 y 50 años han muerto a causa del virus. Pero muchos siguen castigando a los ancianos, considerados inútiles, como si fueran responsables. Siempre es tentador para una sociedad, cuando se enfrenta a una catástrofe que está fuera de su control, señalar a un culpable. Especialmente si pertenece a una clase vulnerable.
–«El corazón no es más sabio a los 70 que a los 15: es simplemente ilegítimo», aunque la edad más apropiada para sentirse feliz es la de los 70 años, según 'The Economist'. ¿Tan solo aprendemos a convivir con los sentimientos?
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–El corazón humano se apasiona a cualquier edad. El peligro después de los 60 años no es la obscenidad, sino el ridículo. En el plano sentimental, la sabiduría consiste en olvidar la sensatez y dejarse guiar por las pasiones, siempre que sean recíprocas. Ningún ser humano, sea cual sea su edad, puede resignarse a dejar de lado el fuego del amor y decirse a sí mismo que la fórmula «te quiero» debe conjugarse en pretérito imperfecto o perfecto simple. Se trata de una ilusión, sin duda, pero también es fundamental en nuestras vidas.
–Si fuéramos más conscientes de nuestra condición de «seres en tránsito» ¿perderíamos el miedo a envejecer, podríamos concentrarnos en el hedonismo estoico que sugiere?
–Puede que estemos en tránsito entre la nada y la nada, pero para nosotros esta transición resume la totalidad de la existencia. Incluso los creyentes tienden de manera espontánea a dar más importancia a la vida antes de la muerte que a la esperanza de una vida eterna. La perspectiva de envejecer es angustiosa porque implica la merma de posibilidades: envejecer es ver cómo se cierran poco a poco las puertas que en la adolescencia estaban abiertas de par en par. Las opciones se reducen, las manos dejan de tenderse, el cuerpo y la mente pierden su vigor. El miedo a la edad es perfectamente normal, siempre que se comprometa con una filosofía de la acción. No podemos hacerlo todo, pero cada uno sigue teniendo suficiente energía para emprender, trabajar, amar y participar en la vida comunitaria. Filosofar no es aprender a morir, como decía Platón, sino aprender a seguir vivo hasta el último aliento. La muerte no se aprende ni se domina: es un examen en el que nunca fallamos. Todos somos recibidos en el umbral de la noche oscura, pero antes de la oscuridad, nos queda el verano indio de la vida, este último y magnífico rayo de luz.
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