Fachada del Palacio Real. Carlos Espeso

Palacios, pasadizos y especulación en el Valladolid de la Corte

El entorno de San Pablo albergó las principales residencias nobiliarias usadas por los reyes en sus visitas a la ciudad

Domingo, 4 de septiembre 2022, 00:31

Valladolid fue en muchas ocasiones sede de la Corte antes de verse fugazmente recompensada con la capitalidad de España entre los años 1601 y 1606. Fue un periodo en el que el centro del poder político giraba en torno a la plaza de San Pablo ... y alrededor de un grupo de palacios de su entorno, en los que se alojaban los reyes del momento. Palacios y pasadizos elevados, para que los monarcas pudieran desplazarse sin pisar la calle.

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El libro 'Palacios de España. Un viaje histórico y cultural' (Esfera), de Ignacio González-Varas recupera esta parte de la historia de Valladolid en un capítulo centrado en el Palacio Real, al que presenta como uno de los ejemplos más destacados de la arquitectura severa del periodo de los Austrias. El Palacio Real fue el epicentro de la vida cortesana en Valladolid durante los años de la capitalidad, pero a lo largo de la corredera de San Pablo (hoy desdoblada en las calles San Quirce y Angustias) se instalaron otros palacios destacados: el Palacio de los Condes de Benavente (hoy Biblioteca de Castilla y León), el Palacio de Pimentel (sede actual de la Diputación Provincial) o el Palacio del Almirante, actualmente desaparecido, que ocupaba, y desbordaba, el espacio que ahora ocupa el Teatro Calderón.

Antes de ser proclamada capital en 1601, Valladolid «había desempeñado un papel muy relevante en la reciente historia de España», explica Ignacio González-Varas. Y recuerda que en Valladolid fue proclamado rey de Castilla Fernando III, que aquí contrajeron matrimonio los Reyes Católicos, que Carlos I reunió en Valladolid las Cortes que lo juraron como rey, y que en el Palacio de los Pimentel nació en 1527 Felipe II. Pero, además, desde Valladolid se ejerció la regencia del reino por parte de las princesas María y Juana durante la ausencia de Felipe II.

En estos tiempos, los reyes solían alojarse en palacios que no eran de su propiedad, pues los usos de la época apuntaban a que el agasajo de huéspedes ilustres, y especialmente si se trataba de reyes, era un modo de obtener recompensas y favores. Y las principales casas señoriales vallisoletanas disputaron por obtener el privilegio de alojar en sus viviendas a los reyes y su séquito. Así, el Palacio del Almirante fue residencia de Fernando el Católico y su segunda esposa, Germana de Foix, y allí nació el infante Juan de Aragón y Foix, que falleció poco después del parto. Pero, además, en el Palacio de los Condes de Benavente presidió el príncipe Felipe la boda de su hermana María con el archiduque Maximiliano de Habsburgo.

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Portada del libro.

Pero el punto culminante de todo este proceso llega con la proclamación de la capitalidad y se materializa en un edificio, hoy conocido como Palacio Real, que terminará como propiedad del rey Felipe III y que se convertirá en expresión de su poder. El artífice de esa operación inmobiliaria fue el mismo promotor de la idea de que Valladolid fuera la capital del reino: Francisco Sandoval y Rojas, más conocido como el duque de Lerma.

De hecho, entre los motivos que explicarían la decisión de trasladar la Corte, que por entonces estaba en Madrid, «las turbias inversiones inmobiliarias del duque de Lerma se barajan como una de las principales causas». Y es que el duque había comprado muchas propiedades de Valladolid, sabedor de que su valor aumentaría notablemente con la llegada de la Corte, lo que le permitió especular y enriquecerse. Forma de proceder que aplicó también, sin pudor, a la que sería residencia de Felipe III, las Casas de Francisco de los Cobos. El valido del rey las compró por cerca de 30 millones de maravedíes «y apenas transcurrido un año las vendió al rey por más del doble de esa cantidad».

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Las Casas de Francisco de los Cobos habían sido diseñadas y construidas por Luis de Vega y «cumplían con los requisitos necesarios para alojar a la corte». Aún así, el arquitecto real Francisco de Mora realizó una serie de ampliaciones y reformas que contribuirían a su aspecto definitivo. Además de las dependencias habituales destinadas a la vida social y familiar, en el jardín llegó a instalarse un zoológico. Las reformas propiciaron también la aparición de un espacio común, la Plazuela de los Leones, actual Plaza de Santa Brígida, situada en la parte trasera del palacio «y que sirvió para la celebración de espectáculos de carácter más lúdico y entretenido, como justas o festejos taurinos», que los monarcas veían desde los balcones de su casa.

«También se estructuró un complejo sistema de pasajes y pasadizos para enlazar todos estos espacios y asegurar al mismo tiempo el ocultamiento de las personas regias, cuestión fundamental en el protocolo cortesano de la época», explica Ignacio González-Varas. Y lo confirma el historiador Jesús Urrea: «Eran galerías voladas para que los reyes pudieran desplazarse de un sitio a otro directamente, sin tener que saludar a nadie».

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El túnel más largo

El pasadizo más extenso es el que comunicaba el Palacio Real con la actual biblioteca regional a través de lo que hoy es la calle San Quirce, y que se prolongaba hasta llegar a la ribera del Pisuerga, donde se abría una puerta que conducía a un embarcadero. Allí una flotilla podía trasladar a la familia real, a través del río, hasta su residencia en la Huerta del Rey. Pero no fue la única galería volada diseñada en esos años, otra comunicaba el Palacio Real con el Colegio de El Salvador; otra más discurría por la actual calle León desde el palacio de los Mendoza hasta el Palacio Real. Y otra recorría la parte delantera del convento de San Pablo. Lamentablemente no quedan huellas de ninguno de estos pasadizos o galerías voladas que tanto excitan nuestra imaginación y, a buen seguro también, las de las gentes de su tiempo.

El sueño terminó en 1606 por las mismas motivaciones por las que se había iniciado. Nuevamente, el duque de Lerma aprovechó la caída de precios en Madrid, motivada por la marcha de la Corte, para hacer acopio de numerosas propiedades con las que volvería a especular. «También hay que decir que en esta nueva decisión pesaron, y mucho, los 250.000 ducados, una fortuna para la época, que los madrileños acopiaron y entregaron a la Casa Real como donación a cambio de que devolviera la capitalidad a Madrid», explica el autor de 'Palacios de España. Un viaje histórico y cultural». Y si el traslado de la Corte a Valladolid había supuesto que esta ciudad creciera en población desde los 30.000 a los 70.000 habitantes, su marcha provocó una honda crisis, que se tradujo en una drástica pérdida de población, que se vio reducida a los 18.000 vecinos.

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La burgalesa Casa del Cordón. T. B.

Otros palacios ilustres de Castilla y León

En el viaje histórico y cultural por los principales palacios de España que propone el libro de Ignacio González-Varas, inicia el recorrido el Palacio Real de Madrid, y aparecen otros edificios destacados, como los Reales Alcázares de Sevilla, el Palacio de la Magdalena de Santander, o el Palacio Güell de Barcelona, entre otros muchos. Pero también ocupan un lugar relevante otros dos edificios nobiliarios de Castilla y León: el Palacio de los Condestables de Castilla de Burgos, más conocido como la Casa del Cordón, y el Palacio de Monterrey de Salamanca.

La Casa del Cordón testimonia la importancia nobiliaria alcanzada por Burgos a finales del siglo XV y de la que también da cuenta la Capilla de la Purificación, o de los Condestables de Castilla, que fue erigida por Simón de Colonia en la girola de la Catedral de Burgos. El Palacio del Cordón fue la residencia del poderoso linaje de los Hernández de Velasco, y expresión de su influencia y dominio. Y también, por descontado, sirvió de alojamiento a los monarcas durante sus visitas a Burgos.

El Palacio de Monterrey, por su parte, sería promovido por Alonso de Acevedo y Zúñiga, tercera generación de un linaje que remontaba sus orígenes a tierras gallegas. «El conde de Monterrey aumentó su poder e influencia a través de su matrimonio con María de Pimentel, hija del conde duque de Benavente, una de las casas nobiliarias más poderosas del momento». Y el edificio construido en Salamanca sería su carta de presentación de cara al mundo.

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