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El escritor Manuel Longares. J. Guillén-Efe
«Somos un país con miedo a valorar lo suyo»

«Somos un país con miedo a valorar lo suyo»

Manuel Longares publica ‘Sentimentales’, una novela en torno a la «herida que provoca la música»

Victoria M. Niño

Valladolid

Martes, 27 de marzo 2018, 14:39

Los ‘Sentimentales’ se dividen en dos asociaciones musicales, Septimio y Corchea, viven en calles que se llaman Sinfónica, Coda, Tónica y un sinfín de sustantivos importados del solfeo, sus mujeres atienden a nombres como Armonía y Tecla, y sus enfrentamientos acaban con la «reeducación dodecafónica». Manuel Longares crea un microcosmos de locos por la música en su última novela.

–Vuelve usted a la música ¿por qué son tan poco frecuentes las referencias musicales de la narrativa española?

–En esta generación quizá no sea común. Antes, creo que Baroja recoge algo pero decía que tenía mal oído. Se puede decir que la novela española ha sido sorda. Los músicos se quejan siempre de no tener respuesta literaria pero también ellos viven en un mundo cerrado y ese ‘no caso’ les cierra aún más. La propia materia de su trabajo les impulsa a ese embeleso en las siete notas.

–Sitúa a sus ‘sentimentales’ en un marco provinciano, cerrado, y en un tiempo indefinido ¿por qué elige un espacio tan asfixiante?

–Quería reflejar la idea de un músico encerrado en su arte, como una comarca o una provincia sellada por su hipnosis musical. Es un sitio que se comunica poco con el exterior, todas las calles, todos los nombres están en relación con la música y viven en una adoración perpetua de ese ser pequeño. Les cuesta mucho entrar en otras cosas, esa es la idea que quería transmitir.

–Una comunidad musical, cuyos clichés son los mismos que en cualquier grupo humano.

–Ellos son el ejemplo, la quintaesencia de lo que desarrollan otros. Son una comunidad cainita en la que nacen dos sociedades para odiarse y acaban, sobre todo una, pasándolo mal. Todos aspiran a hacer realidad la fórmula que desde el periódico quincenal, ‘Antojos y deleites’, se propugna.

–¿Tanta influencia le atribuye a un periódico?

–Sí. En esta sociedad nuestra tienen más influencia que la literatura. Es un periódico que cuenta esa sociedad a la medida de sí mismo, de su director, alguien que solo busca ligues y sigue de cerca la política para vigilar a sus ciudadanos y reprender a quien se salga de lo que se espera de ellos.

–¿La historia le llevó al esperpento o fue ese lenguaje elegido el que dio el tono irónico a la obra?

–Tú empiezas a escribir una historia que te ronda por la cabeza y a través del lenguaje que poco a poco va describiendo la historia, la confirma, se consolida y potencia, la narración va tomando cuerpo. Ese resultado es la novela que no comienzas pensando en que sea expresionista o realista, sino que encuentra su forma en su propia evolución.

–Coincide con otra novela irónica de su editorial y firmada Luis MateoDíez, ‘El hijo de las cosas’. (Hay una referencia a Celama también) ¿Casualidad o el refugio de una realidad circundante poco atractiva?

–Luis Mateo lleva escribiendo de forma expresionista casi desde ‘La fuente de la edad’. Quizá en esta última lo que más destaca sea el humor. En general hay más humor en la literatura del que se cree. Sí se cultiva el humor lo que no sé es si la gente joven está en ello. El humor es un destilado senil, da la sensación que la juventud se lo toma todo en serio. Hay que hacer ciertas concesiones para que el humor brote. En la cabeza del autor joven no suele haber cabida para el humor, creo que es cuestión de años y al inteligente le saldrá naturalmente.

–¿Identificamos humor con risa?

–El humor al que me refiero suele adscribirse al británico. Nosotros tenemos un inventor de ese humor que fue Cervantes, esa forma especial de entenderlo y escribirlo es suya, los demás somos seguidores.

–¿Se considera uno de esos sentimentales?

–Uno no quiere contrariar a gentes que ha tenido tan cerca y a los que ha atribuido esas fechorías que cuento, pero uno procura no caer en sus errores. Hay un freno razonable al sentimentalismo disparatado por esas emociones que la música provoca, esa herida que no logras curar, nunca sabes el por qué de un desajuste tal como el que produce una sinfonía de Schubert.

–¿Va a conciertos?

–Siempre asistí a conciertos y sigo yendo. No estoy preparado para la música contemporánea, la escucho con interés pero tardo tiempo en entenderla.

–¿Qué le parece que el Teatro Real ‘engulla’ al de la Zarzuela? ¿por qué seguimos llamándole género chico con desprecio?

–La zarzuela vive un momento fastidiado, vete a saber lo que saldrá de esa fusión. La clave es el miedo al casticismo. Somos un país que no se cree lo que hace, que no se atreve a valorar lo suyo, a definirse, a sostener lo que es. La zarzuela es como la ópera cómica francesa, pero allí es valorada y aquí, se denigra. Si uno escucha un sainete de ‘La verbena de la Paloma’ verá que es una obra de arte. Todo lo que tiene de grandilocuencia la ópera, –para contar sucesos que dejan a atrás lo ocurrido en Almería–, eso no está en la zarzuela que en seguida se dio cuenta de que debía impresionar a un público sin tanto tiempo y le preparó pequeñas piezas de arte. Estoy muy desengañado de la política, todos las modificaciones son para peor.

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