Nunca el olvido

Todos los que conocíamos a Elena Santiago la queríamos por lo que era y por cómo era. Pero la queríamos -la queremos- también por lo que escribió y por cómo lo escribió. La palabra misterio se inventó para hablar de su literatura, siempre inter genérica, siempre aparentemente inconclusa, siempre al hilo de lo que el ser humano es: una mezcla de sueños, pérdidas, iluminaciones y extraña ternura. Prosa poética. Poesía narrativa. Fábula imperativamente humana. Demasiado humana a veces en su contradicción.

Hace poco más de un año, acababa de presentar en su pueblo, Veguellina de Órbigo, su última obra, 'Los delirios de Andrea', con fondo cervantino y aire alucinadamente leonés. Y andaba a vueltas con una nueva novela, que escribía con esa obsesión suya por que todo lo anteriormente escrito no tuviera nada que ver con lo que iba a escribir en el futuro. El futuro se le ha terminado ya de golpe. Pero el pasado nos deja algunas delicias impresas, como su extraordinaria colección de cuentos 'Lo tuyo soy yo' (2004) o sus 'novelas' 'La muerte y las cerezas' (2009) y 'Nunca el olvido' (2015). También el premio Castilla y León de las Letras, donde su nombre figura, en una lista escasa de mujeres, al lado del de Rosa Chacel, Carmen Martín Gaite y Josefina Aldecoa, que no son malas compañeras.

Siempre sus libros. Su sonrisa vivaz, capaz de atravesar las sombras más oscuras. Nunca el olvido para esta poeta en prosa capaz de hablar de la felicidad esquiva y de los seres derrotados, empezando por ella misma, con una luminosidad sobrecogedora. Y el misterio de sus palabras, de sus imágenes tan suyas: «Lo peor es silbar a nuestros perros cuando ya no se tienen (…), esconderse en los sueños cuando ya no quedan». Eso, ella lo supo hacer mejor que nadie.