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. Son apenas cinco líneas, 32 palabras, publicadas el 12 de septiembre de 1898 en El Norte de Castilla:«Han sido [desde Valladolid] conducidos al manicomio de Santa Águeda tres dementes de San Sebastián, entre ellos, una mujer que hace poco tiempo mató a hachazos ... a un hijo suyo, niño de corta edad». Apenas un párrafo, un breve, un suelto que deja en la hemeroteca testimonio de una realidad que ha inspirado a Patxi Irurzun (Pamplona, 1969) para escribir 'El tren de los locos', una novela ambientada en el antiguo balneario guipuzcoano de Santa Águeda y que tiene una gran conexión con Valladolid.
«El origen de este libro no está en una idea, en un argumento, una trama o un personaje, sino en un escenario», explica Izurzun. «Me llamaba mucho la atención que un lugar aristocrástico, al que iban a veranear y tomar las aguas presidentes del Gobierno o miembros de la familia real, de repente, cayera en desgracia de una manera accidental, porque allí se produjo el magnicidio de Cánovas del Castillo, en el año 1897». En apenas nueve meses, aquel distinguido lugar de recreo, aquel lujoso balneario de Mondragón, se convirtió en un inmueble donde albergar a personas con problemas de salud mental. De spa a manicomio. El primero que existía en el País Vasco.
«Hasta ese momento, se llevaba a las personas que necesitaban de estas instituciones a las que había en otras provincias, como Zaragoza o Valladolid». Precisamente, desde Valladolid partió a principios de junio un tren con los primeros pacientes que albergaría el nuevo hospital psiquiátrico de Santa Águeda (abierto el 1 de junio de 1898). Fueron siete hombres y cinco mujeres que, hasta ese momento, habían recibido atención en el manicomino que había en la Casa del Cordón, institución ubicada en la calle Herradores (actual Alonso Pesquera).
La historia regalaba además dos sorprendentes giros de guion que podrían haber formado parte de la novela de Irurzun (publicada por Harper Collins). El primero es que hasta que se abrió este sanatorio de la calle Herradores, el anterior manicomio de la ciudad estaba en la calle de los Orates, que en 1897 pasó a llamarse de Cánovas del Castillo, después del asesinato del presidente ocurrido en aquel balneario de Santa Águeda con el que, precisamente, se desencadena la historia de 'El tren de los locos'. Además, casi un mes después de que partiera de la estación aquel primer ferrocarril con pacientes rumbo al País Vasco, hubo un incendio que destrozó el manicomio provincial de Herradores.
«Nadie se explica en concreto las causas que hayan podido motivar el horroroso incendio de anoche», contaba el cronista de El Norte al día siguiente, «creyéndose por unas personas que ha sido casual y que ha tenido origen en la cocina del establecimiento, y opinando otras, la mayoría que ha obedecido a alguna inconscinte maniobra de los alienados cuya vigilancia, a pesar de lo severa que debiera ser en el manicomio, no resulta todo lo eficaz que debería».
Esta vinculación ferroviaria no es la unica veta pucelana del libro de Patxi Irurzun. Porque el responsable de aquella transformación de Santa Águeda de balneario a sanatorio mental fue el padre Benito Menni, «quien hizo los primeros manicomios en el País Vasco» y que tiene un conexión hospitalaria con Valladolid.
«Me interesaba la figura del padre Menni por sus muchos claroscuros. Está ese lado positivo con la creación de los manicomios, bastante modernos además, porque se daba cierta autonomía a los pacientes», cuenta el novelista. «Pero, además, esto lo descubrí según avanzaba en la novela, en las hemerotecas me encontré con que había una acusación muy fuerte por parte de la madre de una paciente del manicomio de Ciempozuelos, que decía que había violado a su hija, le provocó varios abortos y le contagió la sífilis, según la denuncia de la madre. Todo esto apareció en la prensa de la época, sobre todo en la de izquierdas, que lanzó ataques muy virulentos hacia Menni, aunque finalmente salió absuelto de estas acusaciones».
«El de la locura es un mundo que me ha atraído mucho, ha estado presente en otras novelas mías. La casa en la que nací y donde viví toda mi infancia estaba en la calle donde está el manicomio de Pamplona. Yyo veía a los pacientes, con régimen abierto, por la calle, que se montaban en el autobús contigo... Siempre pensaba en la historia que hay detrás de estas personas», concluye.
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