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claudia carrascal
Jueves, 8 de abril 2021, 07:59
Trabajaban de sol a sol en la línea de baldes que trasportaba el carbón desde Almagarinos (León) hasta Brañuelas. Eran mineras y cargaban, cribaban y lavaban toneladas de carbón, aunque su trabajo siempre ha sido invisible para la sociedad. Además, su sueldo era la ... mitad que el de los hombres, ellas cobraban 6,5 pesetas al día, mientras que los hombres percibían 13. «Hacían labores peliagudas y en verano trabajaban de siete de la mañana a cerca de las diez de la noche con media hora de descanso para comer», explica Abel Aparicio, el autor de '¿Dónde está nuestro pan?' (Marciano Sonoro Ediciones, 2020).
Libertad Aurora era la encargada en esta línea de baldes y la protagonista de uno de los tres relatos que forman parte la novela en la que el escritor leonés pone de manifiesto el agravio que sufrían las mujeres mineras. A las diferencias de salario se suman otras formas de discriminación y es que cuando una minera se casaba la empresa la despedía con 1.000 pesetas de finiquito y sin posibilidad de réplica.
Además, cuando la mujer de un minero trabajaba este percibía un salario inferior al de sus compañeros cuyas parejas se dedicaban a las labores domésticas. «Esto fomentaba que la mujer se quedara en casa al cuidado del marido y de los hijos», asegura. A su juicio, que las instituciones promovieran esta sumisión y esta dependencia del hombre «es la raíz de muchos de los problemas de la sociedad actual».
Del mismo modo, lamenta que las historias que se cuentan de las minas suelen estar protagonizadas por el «minero rudo, valiente y trabajador», pero nunca se hace referencia al papel de las mujeres en estos entornos. Sin embargo, ellas «eran un pilar tan importante o más que los hombres en las cuencas porque trabajaban en la mina, en el campo, en la casa y eran el soporte familiar».
Este relato también recoge la lucha de la familia de Libertad Aurora, que ahora tiene 86 años, para lograr unas condiciones de trabajo dignas, ya que «su única medida de protección en la mina era una boina». Aparicio detalla que era una familia muy sufridora y reivindicativa, que participó en las huelgas de los años 30. El tío de Libertad murió después de estar en varias cárceles, su padre también estaba en prisión y la madre se hacía cargo de tres hijos mientras trabajaba en la mina, donde se tuvo que enfrentar a una situación de acoso sexual por parte de su jefe. Eso sí, fue capaz de sacar todo su coraje para contárselo a la mujer del jefe, consciente de que se arriesgaba a la cárcel e incluso al fusilamiento.
Este texto también incide en la pertenencia a las diferentes clases sociales. Libertad tenía muy claro quiénes eran los suyos y el jefe de la empresa nunca podría serlo porque tenían objetivos diferentes e incompatibles. «Me decía que el problema de nuestra generación es que ha perdido esa conciencia de clase y Libertad no podía entender que una persona con el salario mínimo, que cobra subsidios o tiene un contrato de cuatro horas cuando trabaja diez pueda tener el mismo posicionamiento ideológico que los empresarios del Ibex 35».
Otro relato protagonizado por mujeres es el que tiene lugar en la cuenca minera del río Tremor, en la comarca del Bierzo y da título a la novela '¿Dónde está nuestro pan?'. El autor narra el motín del pan que tuvo lugar en octubre de 1941 cuando 39 mujeres se manifestaron en el Ayuntamiento exigiendo el pan que no les entregaban desde hacía 15 días por falta de suministro de harina, a pesar de que les correspondía en su cartilla de racionamiento.
Su amigo e historiador Alejandro Rodríguez le proporcionó las actas judiciales de este motín que dejan evidencia del pensamiento del momento. A los padres y maridos se les tachaba de rojos y se hacía referencia a las mujeres con un lenguaje despectivo con frases como: «dedicada a las labores propias de su sexo» o «tenía una lengua viperina como un bisturí». Tal y como detalla Aparicio muchas de ellas eran mujeres de ferroviarios que habían sido enviados a Torre del Bierzo, un pueblo oscuro, entre montañas y en el que anochece pronto, como castigo por ser fieles a la República.
«Son muchos los casos de mujeres que han sufrido palizas, violaciones, han sido encerradas o han acabado en una cuneta por participar en manifestaciones, reivindicar sus derechos o denunciar actos terribles. Ellas han sido silenciadas intencionadamente durante décadas, pero es responsabilidad de todos quitar esa capa de polvo y olvido intencionado», asevera.
Por último, Aparicio ha querido dar cabida a una historia «digna de película» por tratarse del «segundo asalto de tren más importante» en esos años y, sin embargo, es un episodio muy desconocido. Un grupo de huidos de izquierdas trataron de sustraer en octubre de 1939 un total de 127.000 pesetas del tren para poder subsistir. «Estamos cansados de ver este tipo de asaltos en las películas de Estados Unidos y del oeste, pero parece que aquí nos da miedo escribir o entender nuestra historia», critica.
En su opinión, para comprender la situación actual es necesario conocer estos acontecimientos que en muchos casos permanecen ocultos en los baúles de las casas antiguas o en la memoria de unos pocos. Historias que marcan el presente, pero a las que nunca nadie ha prestado la suficiente atención, dejando a sus protagonistas sumidas en el injusto olvido, por mucho que su lucha y sus logros fueran colectivos.
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