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Lleva casi cinco lustros viviendo fuera de España, aunque los kilómetros geográficos no han dejado de alimentar su curiosidad por la política nacional. Miriam González, abogada especialista en comercio internacional que trabajó en el Parlamento Europeo y el Foreign Office, acaba de publicar ' ... Devuélveme el poder' (Península), un ensayo sobre «la urgencia de una reforma liberal en España». González Durántez (Olmedo, 1968), esposa del ex viceprimer ministro británico Nick Clegg, escribe como quien «mira desde fuera el poder», aunque no lejos. Entusiasta enumeradora de las fortalezas de su país, lamenta la «inmerecida» clase política que lo gobierna y anima a los ciudadanos a recuperar el poder, a exigir cambios necesarios y a controlar a sus gobernantes.
–Empieza fuerte su carrera ensayística, con un imperativo.
–El título es un imperativo porque no se puede retrasar más. No creo que sea opcional para España el seguir con el sistema que tenemos ahora. Otros quince años así supondrá un coste enorme para nosotros y para la siguiente generación.
–¿Es privativo de España que «los políticos sean un obstáculo» y que la profesionalización de la política sea un lastre?
–Hay cosas que compartimos con otros países. La profesionalización de la política en lugar de que los profesionales vayan a la política es algo que ocurre en muchos sitios. Pero es particular de nuestro país que se le haya cedido tantísimo poder a la clase política y que, sin ningún tipo de control, se les haya dejado extenderlo. Esa falta de control es peculiar en España, en otros sitios ocurre en determinados estamentos de la política pero a nosotros nos ocurre a todos los niveles.
–Califica el sistema español de «partitocrático». ¿Ha cambiado algo al pasar de dos a cinco?
–Una de las cosas que más sorprende de la política española es que, en el momento en que comienza a romperse el bipartidismo, esas dos grandes líneas de poder que hubo desde la democracia –la derecha y la izquierda– en vez de desdibujarse suman a los nuevos partidos que aparecen y, lo que es más importante, los nuevos se siguen organizando como estructuras piramidales y jerarquizadas, donde el poder se concentra arriba y no se comparte con los de abajo. Un ejemplo claro reciente es el que algunos líderes no han querido negociar en contra de sus propios partidos.
–Usted no pierde la esperanza y ha cruzado el Atlántico para votar.
–Tengo mucha esperanza en España. España tiene un enorme potencial, su clase profesional es la envidia fuera, el comportamiento de los ciudadanos españoles no solo durante la Transición sino en la salida de la última crisis, también sin disturbios todos trabajando, apoyando, no hemos caído en el populismo ni hemos echado al culpa a Europa de lo que nos pasa. Completamos nosotros las carencias que han podido darse –hablo de la educación por ejemplo–. Si hemos logrado todo eso con un sistema político en contra, qué no lograríamos con el sistema político a nuestro favor. Muchas veces no se plantean reformas porque se piensa que son muy complejas, lo cual no es cierto porque muchas cosas que hay que cambiar son simples, basta con un poco de voluntad política y energía. Son pequeñas cosas casi inevitables porque si no serán un lastre para la siguiente generación. No se puede pasar uno 40 años sin mover casi nada.
–La transparencia está en los programas políticos pero no tanto en su ejecución.
–La falta de transparencia en los últimos años se ha asumido en la retórica de ciertos partidos pero si ves los datos de contratos públicos, hechos de forma 'transparente', así como las leyes y qué decir de los decretos, deja mucho que desear. La retórica no responde a la realidad. España no es un país más corrupto que los demás, lo que falla es el sistema.
–Defiende el control de la arbitrariedad política a través de organismos independientes ¿cómo implantarlos en un país con 20.000 cargos de libre designación?
–Tiene que haber una exigencia social.En la última campaña no se ha hablado de esto, ni de la creación de riqueza, ni de controles sobre políticos a través de organismos reguladores independientes, lo que es normal en los países vecinos. Si América, Francia o Reino Unido tienen esos organismos que van descubriendo posibles corrupciones, aquí no debiera ser difícil. Al final es responsabilidad de los líderes de los partidos y nuestra, por no exigírselo. Involucrarte en política no es solo votar. Ahora hay muchas maneras de participar, jamás fue tan fácil dar una opinión, sobre algo de un partido. Hay muchas formas de colaborar y exigir sus derechos, no vale con desesperarse por la corrupción. Al final el nivel de corrupción de tu partido depende de un porcentaje. Nunca puedes evitar que haya alguien que haga algo poco ético pero lo que marca el carácter de tu organización es qué haces cuando lo descubres, ahí sí se trata de la responsabilidad del partido y camuflar la corrupción es malo.
–En el capítulo económico, su diagnóstico señala la alta tasa de paro, la temporalidad en el empleo y la falta de tejido industrial en España. ¿Por dónde empezar?
–El debate económico es muy amplio y normalmente se centra en subida y bajada de impuestos y en la inversión pública. Vamos a ver muchos más cambios porque hay un cambio a nivel mundial del aspecto redistributivo. Aún en España tardará, tenemos un buen estado bienestar, pero la dinámica llegará. Lo específico de España en lo que estaría bien centrarse es: el aumento del tamaño de las empresas. Nos centramos en qué puede hacerse con los autónomos y las empresas pequeñas, que es necesario atender, pero no en detrimento de las empresas medias a las que les va bien. Hay que incentivar que crezcan porque eso es lo que tira de la economía y de la innovación.La otra es la retención de talento, eso no es tanto de economía sino de cómo se ve la economía ligada a la universidad. Ahí nos falta tiempo, estamos a punto de descolgarnos de una revolución en la que casi no tenemos nada que ver con ella.
–Aborda el auge de partidos que apelan a la identidad. ¿A qué atribuye su emergencia?
–Esos movimientos de Europa nunca dan soluciones, son una consecuencia de la crisis de 2008. Sin ella no hubiera habido 'brexit', no tendríamos la subida de partidos como el de Le Pen en Francia e incluso me atrevería a decir que no tendríamos a Trump. Esa crisis ha sido un paro cardiaco de nuestro sistema y sufriremos las consecuencias por un tiempo. Cuando poblaciones enteras y clases se ven a la defensiva –se ha descuidado a algunas clases, porque intentaban llegar a los de más abajo sin darse cuenta de que el siguiente escalón estaba en peligro–, es normal que se refugien en partidos así. Pero parece que ya ha caducado esa tendencia, que está remitiendo en Europa (la entrevista se hizo antes de los resultados del día 10). La mejor manera de que la población vea que no son la solución es tenerlos en el poder.
–Su familia se ha establecido en el Silicon Valley ¿por el 'brexit'?
–Estamos allí por el 'brexit'. No ha sido tanto porque me haya visto obligada como europea a irme, sino porque ha cambiado el ánimo del país. Se ha entregado a una deriva negativa y endogámica. Surgió una oportunidad y esta es una manera de verlo en positivo. En el futuro no sé donde me veo, mi vida más que plan es aventura.
–¿No le han tirado los tejos desde ningún partido español? ¿Fundará el partido liberal que añora?
–Nadie me ha tirado los tejos, estoy demasiado lejos como para hacer nada de este tipo en política. El libro es mi única contribución, mi grano de arena sobre cómo veo las cosas comparando con países que conozco y su potencial. El pesimismo debe transformarse en exigencia social, la población española no se merece la clase política que tiene y no tenemos que contentarnos con el sistema.
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