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«He sido fiel a un periódico, a una novia, a unos amigos, a todo con lo que me he sentido bien. He sido fiel a mi pasión periodística, a la caza... Lo mismo que hacía de chico lo he hecho de mayor, con mayor ... perfeccionamiento, con mayor sensibilidad, con mayor mala leche. Siempre he hecho lo mismo». (Miguel Delibes)
A lo largo de los años, todos nos encontramos con momentos vitales que representan auténticas encrucijadas. Eso debió suponer para Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010) aquel 1975 tan final de ciclo para todos los españoles y tan trascendental para marcar el último tercio de la vida del escritor. Acababa de morir su mujer, Ángeles de Castro, «la mejor mitad de mí mismo», como la describió, y se disponía a leer su discurso de ingreso en la Real Academia Española, cuando la sociedad fundadora del periódico 'El País' le ofreció la dirección del rotativo.
Nadie mejor para liderar un proyecto de diario independiente, en lo que se intuía como un periodo nuevo y lleno de cambio para la sociedad española, que un hombre que había demostrado su compromiso con el rigor informativo, con el papel de los medios de comunicación no solo como testigos de la actualidad, sino como conciencia crítica de la misma. Un periodista, en fin, con criterios profesionales modernos, gran conocimiento de la realidad de la entonces incipiente aldea global gracias a sus viajes por el mundo y habilidad contrastada para formar equipos profesionales, merced a su capacidad para descubrir e incentivar el talento a su alrededor. Habría sido una decisión acertada, que hubiera agrandado el papel de referente informativo de un periódico con vocación de liderar la opinión pública en un incipiente régimen de libertades y capaz de agigantar la figura de un escritor cuyos textos eran ya lectura obligada en la enseñanza media, pero al que su exposición a los focos de esa hoguera de las vanidades de la villa y corte habría encumbrado a lo más alto del escalafón de las celebridades.
Pero ese salto a Madrid habría representado, al mismo tiempo, una contradicción, una fisura de las que en gemología se conoce como pluma, en una trayectoria diamantina de coherencia y compromiso con un paisaje y un paisanaje, con un entorno y con un periódico, este, en el que ingresó casi por casualidad y al que vinculó su experiencia vital y profesional de modo indisoluble. Habría sido una elección legítima, pero teñida de renuncia a unos principios. No, Delibes no aceptó aquella oferta que hubiera cambiado la historia del periodismo español y justificó su decisión alegando que no podía alejarse de dos de sus grandes pasiones, el Real Valladolid y El Norte de Castilla.
Y esa conquista, ese último gran reconocimiento nacional si es que acaso le faltaba lo obtiene ahora, sin contradicciones en una trayectoria plena de coherencia y honestidad. Delibes rendirá Madrid a sus pies a partir del jueves, con la exposición sobre su vida y su obra que albergará la Biblioteca Nacional durante tres meses y que viajará a Valladolid, a la sala de la Pasión, en diciembre, al encuentro con los paisanos del escritor, esos mismos que se echaron a la calle en marzo de 2010 para mostrar, en tierra de presunta frialdad afectiva, su espeto y cariño.
¿Qué se va a encontrar el visitante a la exposición 'Delibes' en la Biblioteca Nacional en una exposición organizada por la propia BNE, junto a la Fundación Miguel Delibes, Acción Cultural Española (AC/E), la Junta de Castilla y León, el Ayuntamiento de Valladolid y la Diputación de Valladolid? Lo que a buen seguro irá buscando, lo que sabe del autor, lo que intuye por su vida y por su obra, pero también alguna sorpresa, descubrimientos, aclaraciones a algún juicio precipitado, pocos; su trayectoria siempre fue transparente, ajena a los recovecos. El trabajo como comisario de la exposición de Jesús Marchamalo, periodista, escritor, amigo de Delibes en los últimos diez años de la vida del autor, ha atrapado la esencia del personaje, del marido, del padre, del escritor, del periodista, del profesor, del aficionado a la caza y del amante de la vida al aire libre y del deporte, pero también del cinéfilo, del viajero. Del hombre que se anticipó –ecología, despoblación y pérdida de identidad en el medio rural, ataques a la libertad de pensamiento e intolerancia– a preocupaciones que aún iban a tardar décadas en situarse en el centro del debate público en España.
Si Miguel Delibes justificó en 1975 su renuncia a dirigir El País con el argumento de que no podría vivir sin su Real Valladolid y sin su El Norte de Castilla, éste, su periódico, que en más de 160 años de trayectoria confirma, salto de siglo a salto de siglo –y ya van tres–, que nadie es imprescindible, pero que el decano de la prensa no sería lo que es hoy, no gozaría del prestigio, el respeto y la credibilidad que tiene en el sector y entre sus lectores, sin la impronta Delibes. Y eso que llegó a El Norte en 1941 con el deseo de que sus caricaturas gustasen como para ganarse un dinero como colaborador en lo que se iba despejando la X de su incógnita vital. Pero pronto se vio aupado a redactor, en 1943. Diez años después, ascendido a subdirector y en 1958, a director, donde le tocó lidiar con la pertinaz censura. Y todo por 12.375 pesetas al mes, como refleja su contrato de dirección, que puede verse en la muestra junto a otros recuerdos de la indisoluble relación Delibes-El Norte de Castilla.
Y el recorrido por 'Delibes' entra enseguida en harina, con una enorme reproducción de una foto que también recogemos aquí arriba, en la que se ve a todo un premio Cervantes practicando la zambullida modalidad bomba en la piscina de la residencia de vacaciones familiar de Sedano.
«Al ver esta fotografía, sus hijas confiesan no recordar haber visto a su padre tirándose a la piscina sin taparse la nariz, era una manía suya», describe Marchamalo, que a continuación sostiene: «No es habitual entre los escritores de su generación una instantánea como esta, que hemos escogido para presidir esta fase dedicada al Delibes familiar, al amante de la vida al aire libre y del deporte. El escritor se lanza a bomba con la nariz tapada. Hay mucho de este Delibes singular e íntimo en esta exposición».
En 1939, tras su servicio en Marina durante la Guerra Civil a bordo del crucero 'Canarias' patrullando por el Mediterráneo, Delibes conoció a Ángeles de Castro y con ella descubrió la lectura. Hasta entonces, el joven Miguel había sido lector de obras de Salgari y otros autores del género de aventuras, pero poco más. Con Ángeles accede a Stendhal, Chejov, Ramón Gómez de la Serna, 'El Quijote'... En este apartado se exhiben libros de una pequeña biblioteca que reunieron entre los dos durante su noviazgo, tomos que luego encuadernaron grabando sus iniciales, algunos de los cuales conservan anotaciones de Ángeles. También es posible ver la máquina de escribir que ella le regaló al autor en la ceremonia de pedida –un fetiche dentro de una muestra que huye de ellos, no busquen plumas ni bolígrafos ni anteojos del escritor, esto no va de eso–. Por cierto, a ese regalo, el espigado novio correspondió, además de con una pulsera, con una bicicleta Velox amarilla.
La exposición se detiene en la faceta familiar de Delibes, que se crió en una familia con ocho hijos y formó junto a Ángeles una con siete hijos. Pero la creación de aquella familia numerosa no fue siempre un camino de rosas, en parte por lo incierto del momento histórico que vivía España tras la Guerra Civil, en parte también por el carácter un tanto angustiado del que hizo gala siempre el escritor, como él mismo admite en su 'Mi querida bicicleta': «De pronto se levantó ante mí el fantasma del futuro, la incógnita del '¿qué ocurrirá mañana?' que ha enturbiado los momentos más felices de mi vida». Y eso que en ese episodio narra el momento en el que aprendió a montar en bici. Y es que don Miguel, como él mismo reconocía, era un poco agonías.
Delibes manifestó la inquietud que le producía un paso tan decisivo como el de formar una familia con Ángeles con el seudónimo que escogió para firmar las caricaturas en El Norte, donde llegó el 10 de octubre de 1941 con un portafolios con sus dibujos y salió convertido en colaborador: la rúbrica era MAX, por las iniciales de su nombre y el de su novia y la X que simbolizaba la incógnita. Hasta 390 viñetas publicó Delibes entre 1941 y 1958, algunos de cuyos originales se han recuperado para la muestra. «Yo no acudía allí con ánimo de ingresar como redactor sino con un propósito más modesto: hacerme hueco como dibujante», relataba el escritor cincuenta años después y añadía, «si alguien me hubiera insinuado entonces que acababa de poner la primera piedra de una relación vitalicia lo hubiera tomado a broma».
Ya tenemos a Delibes en El Norte, donde dos años después, en 1943 y tras la depuración de dos periodistas por orden del régimen bajo la difusa acusación de masones, la dirección le ofrece la posibilidad de acceder como redactor de plantilla tras un curso de tres meses en Madrid. Se convierte en periodista sin haberlo pretendido, mientras sigue preparando la oposición a la cátedra de Derecho Mercantil de la Escuela de Comercio, que gana, lo que marca el comienzo de su rutina semanal: por las mañanas, clases en la Escuela, después de comer, escribir un par de horas y a partir de las siete, al periódico, donde la jornada se prolonga hasta la medianoche. De esta etapa es la curiosa revelación del escritor, según la cual el gusto por la palabra escrita le llegó a través del manual de su asignatura firmado por Joaquín Garrigues Díaz-Cañabate, 'el Garrigues'.
Por cierto, de este tiempo es también un capítulo que anticipa los choques de Delibes con la censura, aunque esta vez no es por nada publicado en El Norte, sino por un manual de su puño y letra que emplea en sus clases en Comercio, su 'Síntesis de la Historia Universal y de las Civilizaciones', que solo tiene vigencia durante un curso por lo mucho que incomoda a la dirección de la escuela. La exposición exhibe un ejemplar de tan precioso tesoro.
La muestra no esquiva la relación del escritor con la caza, que además de confirmar el perfil de cazador con perro que busca la pieza, habitualmente pequeña –conejos, perdices–, alejado de monterías y safaris, muestra un Delibes minucioso en sus cuadernos de caza, donde lo apunta absolutamente todo, como atestiguan los ejemplares manuscritos que descansan en las vitrinas de la Biblioteca Nacional y que reflejan qué día es la partida, quiénes la forman y cuánto caza cada uno. Este espacio se ilustra con reproducciones ampliadas de fotografías de Francisco Ontañón.
El recorrido se detiene a continuación en uno de los grandes hitos de la biografía del novelista, la obtención del Premio Nadal en 1947 por 'La sombra del ciprés es alargada'. En la muestra puede verse el manuscrito que Delibes remitió a la editorial junto a una carta de presentación, pero también la misiva de uno de los miembros del jurado, Ignacio Agustí, quien escribe al aspirante en pleno proceso de discusiones previas al fallo y sin que aún se conozca el resultado final de las mismas para decirle que, «al margen de las deliberaciones, tu novela es excepcional», una opinión que, según supimos años después, no compartía el propio autor pero que, afortunadamente, no le llevó a renunciar a la escritura. También se exhibe el álbum del premio, con fotografías, recortes de prensa, teletipos, copia del fallo, que el matrimonio Delibes compuso como recuerdo de la gesta.
La siguiente parada evoca el lugar y la función de un corazón en un organismo vivo. Se trata de la sala de creación, presidida en el centro por la propia mesa de escritorio que viajó en marzo desde el domicilio del autor en la vallisoletana calle de Dos de Mayo hasta el madrileño Paseo de Recoletos de Madrid y que se completa con seis vitrinas con fragmentos manuscritos de otras tantas obras de Miguel Delibes, elegidas en un proceso selectivo al que se le pueden poner pocos peros: 'El camino', 'Las ratas', 'Cinco horas con Mario', 'El príncipe destronado', 'Los santos inocentes' y 'El hereje'. Los fragmentos –a pluma, en cuartillas a partir de los recortes del sobrante de las bobinas del periódico– expuestos también resuenan en esta sala de máquinas delibeana en la voz, cómo no, de José Sacristán. Completan este espacio las reacciones que provocaron estas obras en autores actuales, como Marta Sanz, Manuel Longares, Elvira Lindo, Nuria Barrios, Luis García Montero y Lorenzo Silva.
A partir de aquí el viaje por el mundo Delibes sigue el hilo argumental de sus distintos libros, como 'El camino', con vitrinas en las que se suceden las sorpresas, como la carta dirigida a su editor con la que el escritor acompaña el manuscrito, que describe como «algo suave, intrascendente» y cuya respuesta, también en la exposición, rebate esa calificación: «es una obra maestra». También se puede contemplar la primera edición de la obra para el mercado estadounidense, ilustrada con dibujos del propio autor, o una carta en la que su colega en el palmarés del Nadal Carmen Laforet le expresa su admiración por el libro.
La muestra aprovecha también algún rasgo de los libros de Delibes para detenerse en aspectos que nos acercan más al perfil biográfico del autor, como su afición al tabaco de picadura, cuando la obra expuesta es 'La hoja roja', de la que se muestra el manuscrito, propiedad de la Fundación March, ya que el autor escribió la novela gracias a una beca de dicha institución. También deja constancia de su obsesión por las erratas, como en 'Diario de un cazador', con la que en 1955 obtuvo el Nacional de Narrativa en 1955, que el propio Delibes califica como su obra más optimista y en la que se dio un hecho que él mismo narró a Soler Serrano en 'A fondo', en TVE, años más tarde. El delegado de Destino en Madrid, Rafael Vázquez Zamora, le llevó un ejemplar del libro recién impreso a su autor justo cuando este se disponía a viajar a Sudamérica, circunstancia que fue decisiva en la creación posterior de 'Diario de un emigrante', en la que Lorenzo se traslada a vivir a Chile.
Y es que los seis libros de viajes publicados por Delibes entre 1956 y 1982 sirven para detenerse en el perfil viajero del escritor, una mirada en la que es fácil distinguir su sensibilidad periodística en el análisis de vida y costumbres en otros países.
El recorrido llega a la obra que Delibes siempre citó como su predilecta entre las de su autoría, 'Viejas historias de Castilla la Vieja' (1960), cuya primera edición dedicó a su mujer y a sus hijos. Muchos años después, en sus respuestas a un cuestionario de 'Abc', mantenía su preferencia por este libro «como novela corta» y añadía al ranking particular 'El hereje' «como novela de fundamento». En este tramo de la muestra se palpa la preocupación por el mundo rural, la defensa de lo castellano y de los castellanos en la obra de Delibes. Se suceden libros como 'El disputado voto del señor Cayo' (1978), que incluyó el trabajo de campo del escritor para captar la forma de hablar de la gente de pueblo. También se incluye una primera edición de 'Castilla', de 1960, con prólogo de Laín Entralgo y grabados de Jaime Pla, un proyecto en el que inicialmente Delibes se mostró reacio a participar pero que aceptó ante la insistencia del grabador, cuyas obras son anteriores a los textos del escritor y no al contrario. No es el único ejemplo de maridaje entre prosa delibeana y obras gráficas. Oriol Maspons, Ramon Masats, José Manuel Navia son fotógrafos que también unieron sus trabajos a los textos del escritor vallisoletano y cuyo resultado tiene hueco en la exposición.
El apartado reservado a 'Cinco horas con Mario' permite contemplar una carta del autor a su editor en la que la da instrucciones de cómo debe colocarse, en vertical, la esquela que ilustra el arranque de la novela, así como sugerencias tipográficas. El Delibes periodista-diseñador aparece aquí en toda plenitud. En la carta a Vergés esboza un dibujo de la esquela en la página para no dejar dudas y también da instrucciones para una dedicatoria «A José Jiménez Lozano», su amigo y compañero en El Norte. Esta novela es la percha para que la muestra aborde otro aspecto importante en la obra del escritor, la adaptación de sus obras al teatro: 'La hoja roja', 'Cinco horas con Mario', 'La guerra de nuestros antepasados' y 'Señora de rojo sobre fondo gris', según el orden cronológico de publicación de las novelas. Aquí se exhiben los manuscritos originales de las adaptaciones, fotos originales de las representaciones y la edición de 'La hoja roja' con la que Delibes trabajó en la versión teatral, incluyendo, con su característica meticulosidad, un dibujo de cómo concebía el escenario.
El siguiente tramo aborda la relación de Delibes con otros literatos contemporáneos y viene a romper la imagen de huraño del autor castellano, que mantuvo una buena relación con escritores como Carmen Martín Gaite, Gironella, Buero Vallejo, Torrente Ballester, Paco Pino, Umbral, Alberti, Cela, Ayala, Rosa Chacel, José Hierro o Martín Garzo. También con Carmen Laforet e incluso con Pío Baroja. Relaciones en las que dejó constancia su preferencia por la comunicación epistolar, como atestiguan las cuatro mil cartas que custodia su archivo de la Fundación Miguel Delibes.
Y en este punto, vida y obra se cruzan en un acontecimiento que marcará la etapa final de la biografía de Miguel Delibes, la muerte en 1974 de su esposa, «la mejor mitad de mí mismo», como él mismo la definió. «La mujer que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de la vida», según descripción de su paisano Julián Marías. Y enseguida, su ingreso en la Real Academia Española (1975), que en la exposición se materializa con el manuscrito de su discurso de ingreso, recientemente donado por la familia Delibes a la Biblioteca Nacional. También se muestra la carta en la que Vicente Aleixandre y Julián Marías sugieren la incorporación de Delibes a la institución e incluso su carné de académico, que sorprende al tratarse de una tarjeta plastificada más parecida al carné del RACE que a lo que cualquiera pudiera imaginar en una institución tres veces centenaria.
Los años ochenta le llegaron a Delibes en plena madurez literaria. 'Los santos inocentes' (1981) es la única novela que publica con Planeta y no con Destino, por necesidades económicas, y de ella se exhibe el manuscrito a mano y la primera transcripción a máquina. También puede verse una carta del editor José Manuel Lara en la que comunica al autor que la novela «no va mal», cuando ya ha vendido miles de ejemplares, pero es conocida la voracidad del fundador de Planeta. Esta novela es la llave para otro capítulo en la obra delibeana, sus adaptaciones a la gran pantalla. Nueve son las versiones cinematográficas de otros tantos textos del autor, cinéfilo reconocido y habitual de la Seminci; que trabajó, por encargo de la Metro Goldwyn Meyer, en la adaptación de los diálogos de 'Doctor Zhivago' (1965), que se carteó con Charlton Heston (cuando este rodó en tierras castellanas 'El Cid', en 1961) y que participó como figurante, a cambio de 50 duros y bocadillo de jamón, en la escena del baile de máscaras de 'Mister Arkadin' (1955), rodada por Orson Welles en el Colegio de San Gregorio de Valladolid.
'El príncipe destronado' –adaptado al cine como 'La guerra de papá' (1977)–, publicada en 1973 tras diez años de reposo en un cajón por las dudas del editor, invita a detenerse en el cuidado con el que el autor compuso sus personajes infantiles. La exposición muestra ilustraciones de 'los niños de Delibes': el Nini, Daniel el Mochuelo, Quico, Sisí… Por cierto, las vitrinas custodian la primera edición de 'El príncipe destronado', con ilustraciones que el niño Adolfo Delibes de Castro dibujó para su padre en la portada. Y una anécdota menos agradable, la censura en modo secuestro de publicación, cuando Ricardo de la Cierva obligó a suprimir, cortándola con un 'cutter', una página del libro de una edición de diez mil ejemplares y reemplazarla por otra, operación que demoró una semana la salida al mercado. «Qué jodío chico, no piensa más que en matar, parece un general», era la frase inadmisible para el censor sobrino del inventor del autogiro. En el capítulo dedicado a 'Señora de rojo sobre fondo gris' (1991), novela en la que Delibes expresa por escrito su sufrimiento por la pérdida de su esposa 17 años después de su fallecimiento, se expone una carta de Pilar Miró en la que le expresa su deseo de adaptar la obra al cine, pero el novelista se resiste por no estar aún preparado. Más tarde, tras la muerte en 1997 de la cineasta, Delibes se sentirá apesadumbrado de que el proyecto no saliera adelante dado lo mucho que admiraba a Miró.
Y por fin, 'El hereje' (1998), la última novela de Delibes, cuya gestación se prolongó durante cuatro años, en los que el autor se documentó leyendo hasta veinte libros para recrear el Valladolid del siglo XVI y dibujó bocetos de la vestimenta del verdugo y de otros personajes, así como de la escenografía del auto de fe. Se exhibe el manuscrito original y dos versiones de la fase de corrección.
Otro viejo conocido que ha acudido a su cita con el homenaje de la Biblioteca Nacional es el célebre retrato de John Ulbricht, artista habanero afincado en Mallorca. No falta la correspondencia entre pintor y escritor.
Un panel con fotografías alternadas con pantallas en las que familiares que dan testimonio sobre don Miguel despide al visitante, que abandona la sala con un retrato completo sobre la vida y obra de Delibes, sobre su manera de estar en el mundo, y, sobre todo, con ganas de salir al encuentro del autor a través de sus libros.
Información práctica. Del 18 de septiembre al 15 de noviembre de 2020. De lunes a sábado de 10 a 20 h. Domingos y festivos de 10 a 14 h. Último pase media hora antes del cierre. Entrada libre y gratuita. Sala Recoletos
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