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Al manillar se considera el peor de sus hermanos: «Me ganaban siempre, yo era de los últimos». Pero este 'mal ciclista', como se suele denominar, lleva en cada pedalada el amor por la bicicleta que va indisolublemente ligado al apellido Delibes: «Me gusta pensar que ... hace 130 años mi abuelo Adolfo y su hermano Luis corrían carreras de velocípedos por el Campo Grande», fantasea Miguel Delibes de Castro, incapaz de decidirse sobre si este entusiasmo descansa en su educación o en los genes.
Sea como fuere, esa manera de ver el mundo mediante paseos sobre las dos ruedas se documenta en el libro 'Cuaderno del carril bici' (Tundra, 2019), crónica de un año sobre el sillín durante el cual, desde febrero de 2015 hasta 2016 su autor desvela las cosas que se descubren «desde el punto de vista de la Historia Natural», todo marcado por el ritmo de una bicicleta que permite abarcar más espacio del que cualquier persona haría a pie, y con mayor calma para detenerse a contemplar los paisajes que montado en el asiento de un coche».
Las observaciones de Miguel Delibes de Castro le llevan a descubrir «una ciudad diferente que la que se ve circulando de cualquier otra manera», una Sevilla cuyo arte, sociología, gentes y costumbres desvelan aspectos de ella invisibles a primera vista. De ella y del mundo, porque Delibes de Castro igual escribe sobre las carretas del Rocío en Sevilla que sobre la caída de las hojas de los árboles o la aparición de las primeras flores; hechos empíricos estos dos últimos que le llevan a reflexionar, inevitablemente, sobre el cambio climático.
«Resulta inevitable que cuando se van viendo ciertas cosas estas terminen relacionadas con las ideas de cada uno o con sus preocupaciones en otros ámbitos», señaló el escritor, «y el cambio climático es de mis preocupaciones más vivas». Sobre esta y otras inquietudes (al margen de las profesionales o las familiares, que aparecen nada y poco respectivamente en la obra) medita y reflexiona Delibes cuando atisba la llegada de las golondrinas en primavera y su partida en otoño, los peces pescándose en el río, las hormigas aladas...
«Realmente la bicicleta permite disfrutar del paisaje de otra manera, tener el viento en la cara con la inercia y notar que vas con tus fuerzas pero más deprisa te hace percibir el paisaje de otra forma», sostiene este naturalista entusiasmado porque una obra a la que no auguraba «especial interés» suscitara la atención de una editorial especializada en títulos de temática biológica. Su aparición coincide además con un 'boom' del uso de la bici en suelo urbano: «Ha habido un cambio muy notable en España en estos últimos años», afirmó haber advertido, «antes los alcaldes se montaban en bici solo cuando había que inaugurar un carril específico o en fechas señaladas, y ahora van a trabajar en ella todos los días».
Esta convivencia de bicicletas y vehículos, siempre incómoda, se tensa ahora aún más con la aparición de los patinetes eléctricos: «Ahora estamos inundados pero creo que va a ser más importante la bicicleta: hay que reivindicar la salud física y mental de hacer ejercicio, y los coches irán inevitablemente a menos, sobre todo en las ciudades y en distancias cortas».
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