
Eterno comprometido, obsesivamente incluso, con el más débil, el último Premio Castilla y León de las Letras extiende ahora su brazo protector para rescatar el rostro anónimo de la víctima y la dignidad del humilde. Lo hace en su enésima incursión a las catacumbas del ser humano, desde donde se afana en «rebelarse contra la inmoralidad del discurso político». Y en ese viaje, desprovisto de alforjas y con la única compañía de su galería de referentes culturales, sorprende a sus lectores con un libro áspero y poco complaciente incluso consigo mismo, en el que desentierra nuestras propias miserias para exponerlas a la luz del siglo XXI. El museo al que nos invita a entrar Juan Carlos Mestre quema más que calienta, azota más que acaricia, pregunta más que responde...
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Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957) se adentra en este nuevo trabajo en los escombros del siglo XX para arrojarnos a la cara la barbarie y codicia propias de la época pero imprompias del ser humano. En 'Museo de la clase obrera' (editorial Calambur), el hijo del panadero que aparcó el horno para amasar versos rescata la dignidad del humilde de entre los cascotes. «La dignidad debe ser preservada incluso estando muerto».
– ¿Los del siglo XX son peores o mejores escombros que los del XXI?
–Ninguna catástrofe es mayor que otra pero claro, las del siglo XX siguen siendo grandes cicatrices en la conciencia crítica de la humanidad. Sobre sus ruinas se ha construido la precariedad a la que hoy se enfrenta el discurso social.
– ¿Hablamos de un libro pesimista o realista?
–La poesía no ha estado nunca aliada con el pesimismo. La vida no es noble ni buena ni sagrada, como escribió Federico García Lorca, que sigue siendo un detenido desaparecido. Pero la esperanza lleva siempre mucho más lejos que el miedo.
– Decía Gamoneda que la poesía no es para cobardes, que requiere de compromiso con su tiempo.
–Ese verso fue el primero que entró en mi cabeza como si fuera un madato. 'Sublevación inmóvil' fue el primero de sus libros que leí cuando apenas era un adolescente, y fue el trazado de una conducta y manera de estar en el mundo.
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– Dice Juan Carlos Mestre que la poesía debe rebelarse frente a la inmoralidad del discurso político.
–La poesía en la época contemporánea viene a resultar un acto de indispensable resistencia. Nos recuerda lo que significa la palabra piedad o misericordia en épocas en las que las pateras siguen dando grandes gritos desde el mar de la calamidad. La poesía ofrece un grado de resistencia y de legítima defensa contra la soberbia obstinación del poder para mentir. Pienso que el ser inculto significa haberse alejado conscientemente de todo respeto por la persona. La poesía nos recuerda que no hay más alto fin que el elogio de la dignidad humana.
– En el discurso con motivo de la entrega de los Premios Castilla y León habló de la precariedad de los que sufren y del amparo y misericordia como raíces éticas del árbol moral de los pueblos. ¿Quiere reivindicar la figura del humilde o simplemente rendirle homenaje?
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–Está en mi pensamiento desde que tengo conciencia. Creo que la poesía debe ser un abordaje crítico de la realidad a través del lenguaje. Solo desde el escombro de las teorías fallidas, desde las raíces del error, es posible tomar conciencia del desafío pendiente. Todas las voces del discurso amoroso, desde San Juan de la Cruz hasta los poetas nahualts, han sido las huellas de una aproximación a la verdad del destino humano. La palabra es lucha frente a la inoperante fantasía del poder y la política.
– Cuesta hablar de lucha cuando en su obra se leen mensajes como este: 'A los últimos de la fila, tranquilos. Nunca seréis los primeros'. Suena más a resignación...
–Creo que no. Tiene que ver con la reflexión sobre las utopías fallidas. No se puede sublimar la construcción del futuro abandonándonos a la voluntad de las deidades. Caminamos sobre huellas y pensamos sobre ideas que ya han pensado otros antes, y en ese sentido pensar que hay un reino donde seremos compensados de las crueldades terrestres no es el mejor camino.
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– ¿Nacen más ambiciosos que humildes en tiempos de crisis?
–También nacen aquellos que creen que los seres humanos somos responsables unos de otros. Frente a los espacios imaginarios que nos propone el poder están los espacios reales que hacen que las sociedades avancen. La construcción del destino humano es una tarea colectiva. Y creo que la desobediencia es uno de los actos más inteligentes que puede asumir una persona frente a la conducta del mal.
– Usted mismo reconoce que este libro es duro hasta con el propio autor, ¿es necesario para que el lector tome conciencia?
–Hace mucho tiempo que la poesía ha dejado de ser banalidades bien entonadas escritas en la mitad de una página. Un poema es una caja de herramientas al servicio de la conciencia de quien lo lee. Un poema no es una botella al mar sino una certeza de que frente a él, alguien está en la misma necesidad promoviendo la negación frente al inmovilismo.
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– ¿Cambia este libro la definición de poema?
–No sé exactamente lo que es un poema. Decía Lezama Lima que es algo así como masticar un cangrejo hasta sacarlo por la punta de los dedos al tocar un piano. En este libro me he adentrado desde la necesidad pero también desde el entusiasmo en la conciencia de un siglo a través de las palabras.
– Tan versatil como es el autor, ¿cuánto hay en este trabajo del poeta y cuánto del grabador, ensayista o artista visual?
–Las influencias en mis textos son absolutas. Nada de lo que leo, hago o participo queda en territorio neutral. Somos el resultado de una compleja red dialéctica de aproximaciones, negaciones y préstamos. Todo lo que hago, lo hago de una misma conciencia. Escribo de la misma manera que pinto o hago grabados, o que hago otras actividades en mi vida. Yo escucho voces y las escribo. Otras veces las veo y las pinto. Los actos creativos son actos que desobedecen la costumbre de lo hecho.
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– ¿Y cuánto influyen todos esos referentes culturales que le acompañan en el viaje?
–Sin duda alguna que influyen. Todo se va empoderando dentro de la voz del poeta, que no es muy diferente de la voz de cualquier otro ciudadano. Integro voces de otros poetas y establezco una diálogo con todos ellos para que sean oídos. Por ejemplo León Felipe se hace presente para hacer presente la memoria del exilio republicano. Me apetecía tener esas afinidades colectivas.
– ¿Podemos entender este museo como el anticipo de otra sala con los escombros del siglo XXI?
–No creo porque carezco de método. Simplemente hacía tiempo que sentía la necesidad de reflexionar sin neutralidad sobre cosas que me han inquietado. Al fin y al cabo el poeta no es otra cosa que quien lleva a otros a la vida que quieren vivir.
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