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La fotografía que ilustra este reportaje la firma Inge Morath, reputada fotógrafa de la agencia Magnum, y la protagoniza una apasionada abogada que se hizo famosa en el mundo por una sorpresiva campaña en favor de la justicia legal para la mujer en la España franquista de los severos años cincuenta. La heroína de la foto se llamaba Mercedes Formica y era todo un personaje lleno de energía y carácter. Letrada y novelista, admiradora de la Institución Libre de Enseñanza, de talante liberal y muy próxima a la intelectualidad española de todo signo, era, además, una 'camisa vieja', una falangista de las de antes de la guerra, cuando los admiradores de José Antonio Primo de Rivera no llegaban a dos mil en todo el país. «Éramos poquísimos», dejó escrito.
Pues bien, esa paradoja viviente que era Mercedes Formica había logrado publicar en ABC, en 1953, 'El domicilio conyugal', un artículo demoledor que abriría un debate incómodo sobre el injusto estatus legal de la mujer casada en España. Como la legislación consideraba que la residencia familiar era «del marido», la mujer que fuera maltratada por él y que quisiera separarse, perdía el derecho a la casa. Frente a ello Formica defendió que la vivienda era propiedad de la familia, y que quien debía abandonarla era el cónyuge culpable de la ruptura, fuera quien fuera, no el que la padeciera. El detonante había sido el asesinato de Antonia Pernia, apuñalada doce veces por su cónyuge, y víctima también de una legislación que no dejaba a la esposa más opción que convivir con su agresor o quedarse en la calle. Y no era un caso excepcional, pues la campaña permitió que afloraran a la luz pública muchas otras situaciones similares de mujeres víctimas de injusticias igualmente graves.
«Muchos no han entendido mi posición. Yo no soy una defensora a ciegas de la mujer por el hecho de serlo. No debe ganar el hombre, ni la mujer, sino el cónyuge inocente. Como profundamente católica que soy, entiendo que cuando el matrimonio se quiebra por causas imposibles de superar, hay que salvar lo que queda de la familia: los hijos y el hogar, todo ello sostenido por el cónyuge inocente», afirmaba en 1954 en una entrevista a la revista 'Teresa', de la Sección Femenina.
De la intensidad del debate que aquel artículo suscitó da cuenta la propia entrevista, cuya autora no evita realizar esta reflexión personal, tan sorprendente a primera vista en la España de los años cincuenta: «Una espada de Damocles pende sobre las pobrecitas esposas, quienes, por el hecho de haberse casado, se han convertido automáticamente en menores de edad, incapaces de mover un dedo sin permiso del marido. Parece ser que la mayoría de edad solo la recobran al quedarse viudas… Así pues, la viudedad es el estado perfecto. Y ¿será posible que los sabios jueces no se den cuenta de lo terrible que resulta esto? Muchas veces vivirán –Dios no lo quiera– con el punible anhelo de mandar al marido al otro barrio. Por eso urge reformar el Código, y no ya en defensa de la mujer, sino del hombre. Bien claro está, no hay más remedio que actuar», escribía la entrevistadora.
La campaña recibió un gran número de cartas alentadoras de todo el mundo y el apoyo de periódicos de América, Inglaterra, Italia, Dinamarca, Suiza… En ese debate legal se empeñó durante cinco años sin desmayo la abogada Formica hasta que, en 1958, el mismísimo Francisco Franco decidió recibirla en su residencia de El Pardo. Cuando, al regresar a casa, su marido le preguntó por el resultado del encuentro, sólo comentó: «Creo que me ha comprendido», según la evocación que hace de aquel momento en sus imprescindibles memorias. Su marido, dicho sea de paso, era el periodista y poeta Eduardo Llosent Marañón, que había sido editor de la revista 'Mediodía' de Sevilla, muy vinculada a la Generación del 27, y que fue director del Museo Nacional de Arte Moderno. Y aquella primera impresión se confirmó en la realidad, pues, poco tiempo después, Franco afrontaría la reforma de 66 artículos del Código Civil, la más amplia desde su aprobación en 1889. Una reforma que colocó a España por delante de otros países de su entorno, al menos en este aspecto.
«España ha sido profundamente injusta con Mercedes Formica: fue una importantísima jurista y una brillante escritora», según Mariano Vergara, responsable del prólogo de las 'Memorias' de la gaditana. Vergara la considera «una mujer revolucionaria». Tanto como inclasificable. Y así, hoy, su figura es despreciada en su Cádiz natal, donde retiran de la calle su busto, y homenajeada en Madrid, donde le dedican una calle. Gobiernos de izquierda en ambos casos. Javier Santamarta la ensalza como una digna representante de esa tercera España que se abría paso en la posguerra buscando superar las diferencias. «La vida de Mercedes Formica fue siempre lucha. Por ella, por su familia y por la mujer», resume en su libro 'Siempre estuvieron ellas'.
El interés por la situación de la mujer lo plasmó igualmente Mercedes Formica en su faceta de novelista. Está presente en su primera obra publicada, 'Badoque', que narraba un conflicto ligado a una separación matrimonial, pero también, entre otras, en la novela con trasfondo histórico 'La hija de Juan de Austria', una de las más populares suyas. Aunque ella nunca se sintió cómoda con el término 'feminista' que ya por entonces cargaba con connotaciones añadidas a las de la mera defensa de la igualdad, es innegable que la lucha de Formica por la justicia legal para la mujer la sitúa en el ámbito del feminismo liberal. Su otra gran preocupación fue la búsqueda de la reconciliación nacional y el afán por intentar acercarse a las razones de los otros, asunto central de una de sus novelas más conocidas 'Monte de Sancha', finalista del Premio Ciudad de Barcelona.
En sus memorias ofrece buenas muestras de su afán por hacerle justicia a las personas más allá de su adscripción ideológica. Así, por ejemplo, al referirse a la España nacional durante la guerra, escribe: «Me apenaba oír tachar de 'rojos' a personas que contaban con mi respeto: Jorge Guillén, Ramón Carande, Pío Baroja, Ortega». Y de la posguerra recuerda: «Tratar a los Ortega era dialogar con el enemigo, según el criterio de los intolerantes, pero ni Eduardo ni yo hacíamos caso de tales comentarios».
De igual modo evoca con profunda tristeza la ejecución de Federico García Lorca –del que recuerda que era amigo personal de José Antonio Primo de Rivera– y la muerte de Miguel Hernández, personas ambas a las que admira y muy próximas a su círculo cultural, del que formaban parte personalidades como Eugenio D'Ors, Torrente Ballester, Pedro Laín Entralgo, Ana María Matute, Edgar Neville, Luis Rosales, Leopoldo Panero…
Y especialmente le duele la muerte del socialista Julián Besteiro, del que escribe: «El fallecimiento de don Julián Besteiro en la cárcel de Carmona supuso una amarga experiencia. Había sido un adversario nobilísimo y la población de Madrid debía la vida a su sacrificio. Pudo marcharse y, sin embargo, permaneció en la capital, con el propósito de aliviar las consecuencias de la derrota. Franco nunca debió dejarle morir de aquella manera».
«Soy una persona que ama la tolerancia, los matices. Me resisto a que me encasillen», afirmó en una entrevista con el locutor de la Ser José Luis Pecker, en 1975. Y amante también de la justicia y de la verdad. Quizás por ello en sus memorias quiso reivindicar el papel jugado por la viuda de Onésimo Redondo, la vallisoletana Mercedes Sanz Bachiller, promotora de los hogares infantiles de Auxilio Social durante la Guerra Civil. Así la retrata en la segunda parte de sus memorias, 'Escucho el silencio', la referida a este periodo: «Alta, morena, delgada, vestida de luto riguroso, un velo negro sobre los cabellos, la joven aparecía en los despachos de los personajes envuelta en su desamparo. Llevaba en el vientre un hijo muerto que los médicos le obligaban a guardar hasta el término del embarazo, interrumpido a causa de las penalidades sufridas por la muerte del marido».
Frente a la imagen estereotipada y caricaturesca que luego se ha impuesto del Auxilio Social, Mercedes Formica reivindica el talante alegre y bienintencionado de unos centros asistenciales que suponían un gran avance para la España de la época. «La caridad, ayuda voluntaria al prójimo, quedó relegada al fuero interno de las conciencias, sustituida por un derecho, el de la justicia social». Asimismo, resalta que prestaban ayuda a los huérfanos de guerra «sin distinción de procedencias políticas». Y deja clara su pasión por los desfavorecidos en esta otra frase rotunda: «Vivienda y comida no serían, nunca más, limosna de los grupos privilegiados, sino derecho nacido con la persona».
Las memorias de Formica revelan el temple de una mujer hecha a sí misma en el fuego de la vida, y que nunca se rindió ante las dificultades. Quizás por ello, en la entrevista de la Ser, realizada al comienzo de la transición, afirmó: «Me parece que la generación de ahora es un poco frívola. La nuestra tuvo problemas tan acuciantes que le hicieron madurar de la noche a la mañana». Y más adelante: «Vivimos en una sociedad de consumo y todos aspiran a más. Se ha pasado de tener muy poco a desearlo todo, incluso el lujo». Independiente, valiente, libre, apasionada, noble, generosa… con ustedes, Mercedes Formica.
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